Textos y
contextos (segunda época), 18
Mujeres disidentes: sexo, género y deseo
en Eses Fatales de Sonia Manzano Vela
Recibido: 28-02-2019
Aprobado: 30-04-2019
Mst. Sandra
Elizabeth Carbajal García | secarbajal@uce.edu.ec
Facultad de Comunicación Social de la
Universidad Central del Ecuador
Resumen:
El tema de la homosexualidad femenina,
con fundamento en la crítica feminista, pone en tensión la relación entre sexo,
género y deseo, conceptos en constante fluctuación que, desde una perspectiva
sustancial o determinismo biológico, han servido para justificar relaciones de
desigualdad y de subordinación de la mujer frente al orden social establecido. En
este artículo se analiza la obra Eses
Fatales (Sonia Manzano Vela, 2005), que confronta el problema de la
homosexualidad femenina a través de varias historias que se tejen y entrelazan
en torno a la figura de la mujer escritora.
Palabras clave:
sexo, género, deseo, literatura,
homosexualidad
Entre el
determinismo biológico y la construcción social del género
No podía dejar de amarla porque el olvido no existe y la
memoria es modificación, de manera que sin querer amaba las distintas formas
bajo las cuales ella aparecía en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia
de todos los lugares en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los
parques donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas que ya no
conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables como las pocas cosas que
habíamos conocido.
(Cristina Peri Rossi,
Reminiscencia)
Hay un determinismo o perspectiva
sustancial que ha sustentado, desde la filosofía clásica, la diferencia sexual y,
a partir de aquella idea, la correspondiente relación de hombres y mujeres como
sujetos de sexo, género y deseo. Dicha concepción supone pensar en “cualidades
innatas o congénitas” de los hombres y de las mujeres que determinan relaciones
de género y de deseo, donde, de acuerdo con Rousseau: “Uno debe ser activo y
fuerte, el otro pasivo y débil” (1990 484).
Así, se ha entendido que la naturaleza sexual determina la
condición social de subordinación de la mujer, por lo que dicho posicionamiento
se ha descubierto en pensadores como Rousseau, Hegel, Comte, Nietzsche, entre
otros. Comte manifestó: “Las mentes de las mujeres son indudablemente menos
capaces que las nuestras para realizar generalizaciones de amplio alcance”
(2001, 129), Charles Darwin dijo: “El hombre es más valiente, combativo y
enérgico que las mujeres, y tiene una genialidad más inventiva. Su cerebro es
absolutamente más grande” (1981, 557) y Nietzsche explicó: “Las mujeres han
merecido de los hombres el trato de avecillas extraviadas… como algo que hay
que meter en una jaula para impedirles que vuelen” (1999, 175).
La diferencia sexual entre hombres y mujeres, sustentada en
el determinismo biológico, ha instituido relaciones de género en función de un
orden social de hegemonía masculina, donde la mujer es considerada como sujeto
inferior, defectuoso y débil. De ahí que Hegel haya manifestado: “El género
femenino pervierte la propiedad universal del Estado convirtiéndola en una
posesión y un ornamento para la familia” (The Phenomenology of Mind, 496).
Ahora bien, en el seno de la crítica
feminista se plantea el debate en torno al carácter biológico del sexo y a la
concepción cultural del género, de ahí que Joan Scott encuentre en la acepción
del género la “forma de referirse a la organización social de las relaciones entre
los sexos” (2). Judith Buttler, por su parte, pone en
tensión esta relación ya que “no está claro que la construcción de hombres dará
como resultado únicamente cuerpos masculinos o que las mujeres interpreten solo
cuerpos femeninos” (Buttler 2007, 54).
Si el género es los significados culturales que acepta el
cuerpo sexuado, entonces no puede afirmarse que un género únicamente sea
producto de un sexo. Llevada hasta su límite lógico, la distinción sexo/género
muestra una discontinuidad radical entre cuerpos sexuados y géneros
culturalmente construidos” (2007 55).
Eses Fatales (2005), novela escrita por Sonia Manzano Vela, ecuatoriana (1947), pone
en pugna dichos significados culturales en torno a los cuerpos sexuados al
inscribir en la literatura ecuatoriana la que podría considerarse como la
primera novela lesbiana escrita por una mujer. He ahí la importancia de marcar
un inicio que es a la vez un quiebre y un despliegue teórico hacia la
reinterpretación de los conceptos que fundamentan la organización social de las
relaciones entre los sexos.
Buttler discute la
idea de la construcción cultural del género porque sugiere “cierto determinismo
de significados de género inscritos en cuerpos anatómicamente diferenciados”
sobre la base de “cuerpos receptores pasivos de una ley cultural inevitable”,
por lo que “no se puede aludir a un cuerpo que no haya sido desde siempre
interpretado mediante significados culturales” (2007, 57).
El cuerpo de la mujer (en general el cuerpo humano), como se anotó en la
primera parte, ha sido atravesado por significados e interpretaciones
culturales que han sostenido por mucho tiempo dicha “ley inevitable” de
diferenciación esencialista de los sexos. ¿Cómo interpretar entonces aquellos
cuerpos raros, extraños, que no cumplen con las cualidades de dicha
diferenciación? ¿Cómo explicar los cuerpos queer? Esos cuerpos como los de
Selene Seferis o Silvia Molina, personajes de Eses Fatales, que no portan las
características “esenciales” del cuerpo masculino o femenino (relación
disyuntiva excluyente) sino que revelan cierta caracterización bífida de las entidades
corporales. ¿De qué manera la reinterpretación de aquellos cuerpos socava los
binarismos que han sustentado la relación entre el sexo, el género y el deseo
heterosexual?
Silvia Molina tiene unos conmovedores ojos celestes y usa, casi todo el
tiempo, unos relucientes botines (que solo se los quita para ir a trotar o para
ir a la cama). Es una mujer que viste con masculinidad elegante, pero de
modales delicadamente femeninos, los que sin embargo no logran, ni quieren,
esconder la esencia andrógina que recorre la espina dorsal de su naturaleza
bífida (Manzano 2005, 66).
Por su parte, Monique Wittig considera que el
sexo “es la categoría política que crea a la sociedad como heterosexual. En
este sentido, no se trata de una cuestión de ser, sino de relaciones (ya que
las mujeres y los hombres son el resultado de relaciones) aunque los dos
aspectos son confundidos siempre cuando se discuten” (1982, 6). Así, se
entiende que el binarismo sexual, basado en el determinismo que constituyó el
discurso de pensadores influyentes como los citados en la primera parte, es
producto de un sistema de dominación que, para afirmarse, justifica la relación
entre los sujetos determinándola como natural o congénita.
Porque estos discursos dan de la realidad social una versión científica
en la que los humanos son dados como invariantes, no afectados por la historia,
no trabajados por conflictos de intereses y de clase, con una psique idéntica
para cada uno al estar programada genéticamente (Wittig,
el pensamiento heterosexuado, 1)
De esta manera, se puede comprender los motivos políticos de la
perspectiva sustancial del sexo que, para respaldar la diferencia entre géneros,
regula también el deseo heterosexual. Así, la mujer dentro del sistema binario
del sexo se diferencia del hombre mediante las prácticas del deseo
heterosexual, es decir, “una es mujer” en la medida de que siente deseo por el sexo
opuesto.
Esta concepción del género no solo presupone una relación causal entre
sexo, género y deseo: también señala que el deseo refleja o expresa al género y
que el género refleja o expresa al deseo. Se presupone que la unidad metafísica
de los tres se conoce realmente y que se manifiesta en un deseo diferenciador
por un género opuesto, es decir, en una forma de heterosexualidad en la que hay
oposición (Buttler 2017, 81).
En el marco de la discusión anterior surge el dilema en cuanto a la categoría
de mujer, a la concepción del género y del deseo heterosexual. Sexo, género y
deseo son categorías que se presentan en constante tensión pues:
Si una es mujer, es evidente que eso no es todo lo que una
es; el concepto no es exhaustivo, no porque una persona con un género
predeterminado sobrepase los atributos específicos de su género, sino porque el
género no siempre se constituye de forma coherente o consistente en contextos
históricos distintos, y porque se entrecruza con modalidades raciales, de
clase, étnicas, sexuales y regionales de identidades discursivamente
constituidas (Buttler 2007, 49).
Buttler plantea el
problema del sujeto del feminismo en relación con las políticas de
representación, entendidas como procedimiento político orientado a dar
legitimidad a las mujeres, y como función
normativa del lenguaje que puede mostrar o distorsionar lo que se considera
verdadero acerca de la categoría de las mujeres (2007, 46). Buttler
concluye en que “la representación tendrá sentido para el feminismo únicamente
cuando el sujeto de las mujeres no se dé por sentado en ningún aspecto” (Buttler 2007, 53). De esta manera, la categoría “mujer”
apela a una identidad inestable, insustancial, a la discontinuidad de la
relación causal entre sexo, género y deseo porque “mujer” es mucho más que un sexo,
que un nombre o una identidad, es mucho más que un género y deseo culturalmente
asignado y normado. Mujer es la imposibilidad de una identidad y es también la
posibilidad de negación y de resistencia al orden establecido.
Mujer, un
concepto en constante fluctuación
La discusión en torno a la identidad de
la mujer en constante construcción se torna significativa cuando, junto a Sonia
Manzano y a su “irredimible novela” Eses
Fatales, nos proponemos interpelar ese nombre de dudosa procedencia, ese apelativo
o escueto sobrenombre que constituye el significante “mujer”. La hipótesis que me he planteado para el desarrollo de este
artículo es que, en Eses fatales, la
categoría de mujer se presenta como noción inestable y problemática, como lugar
de impugnación y de dislocación de los discursos del orden social y político
que ha establecido la relación sustancial y causal entre sexo, género y deseo.
Eses
Fatales es una novela lesbiana que confronta
distintas polaridades identitarias de la configuración del sujeto femenino. La
obra presenta varias historias de mujeres que se interponen, que se intercalan
y se dislocan. Varias giran en torno a la figura de la mujer escritora. La
historia de Cristina Rosas, nombre que alude a la poeta y novelista uruguaya
Cristina Peri Rossi, personaje de la novela y
protagonista del proceso de creación de Eses
fatales, es una escritora de “cierto” prestigio, que puede significar indeterminado
o posiblemente indubitable prestigio, quien construye su narrativa desde el
lugar de la refutación y de la impugnación del orden establecido. La historia
de Cristina Rosas gira en torno a su experiencia literaria, al proceso de
creación de Eses fatales, y a sus
relaciones familiares y amistosas. Después
de varios meses y de constantes intentos, Cristina Rosas ha disparado por fin
“el balazo de salida”, imagen que alude al impacto social de la escritura de la
mujer cuando confronta el orden establecido de lo culturalmente consentido.
He prohibido que me pasen llamadas telefónicas, he
clausurado la puerta de mi casa (que da hacia una avenida atiborrada de luces,
gentes y distracciones)… he provisto a mi bodega de vinos… que aflojan la
lengua y el entendimiento; he disparado el balazo de salida, he iniciado la
carrera de los incontables metros planos que debe recorrer mi sombra para
acoplarse al tipo de muerte que ella ha escogido… por fin he podido romper mi
botella de champagne sobre la quilla balanceante de mi primera, y quizás
última, novela lesbiana (20).
Pero se trata de un proceso de escritura en marcha que se
presenta incierto e impreciso en paralelismo con la imagen de la mujer
escritora que, cual sombra, se dispersa. Y es que, en Eses fatales, la estructura de la novela se desfigura, los
personajes se desdibujan y la identidad de la mujer escritora se desvanece. Frente
a la figura de la escritora nos preguntamos: ¿Es la imagen de Cristina Rosas
una representación de la vida de Sonia Manzano Vela? Eses fatales nos coloca frente a estas interrogantes porque Cristina
Rosas es, al parecer, el alter ego de Sonia Manzano Vela. “Es” porque, por
ejemplo, la madre de Cristina Rosas alude a la figura de la escritora Carmen
Vela de Manzano (madre de Sonia), cuya historia también se entrecruza en la
trama, por ejemplo, cuando Cristina recuerda imágenes de su infancia y narra el
cuento Agua para el hijo, y “no es”
porque hay datos informativos de Cristina que no corresponden a Sonia (por ejemplo,
Cristina no tiene hijos porque es estéril mientras que Sonia es madre).
Mi madre es nonagenaria y yo soy postcincuentona
(cumplí los cincuenta hace un lustro atrás). Ella es viuda de un muerto y yo
soy viuda de un vivo. Mi madre tiene tres hijos y yo no tengo ninguno, no
porque en algún momento del pasado no hubiera querido tener descendencia, sino
porque nada quiso descender por mi útero infantil, a no ser unos embriones en
estado tan ilusorio que al entrar en contacto con el aire se volvieron un tanto
de polvo y otro tanto de ceniza (15).
Se trata, por lo tanto, de una identidad de escritora que se
desfigura, que se presenta en constante movimiento, entre el ser y el no ser.
Se trata de una noción de mujer que contrasta la perspectiva sustancial de un
sujeto femenino universal, de una identidad femenina estable y determinada. Por
eso, el proceso de la creación también se presenta como un curso incierto,
lleno de tumbos y de bandazos desde donde emerge la figura de la escritora como
la de la mujer transgresora que infringe el orden social y literario con el
objetivo de resignificar los sentidos de la literatura, del mundo, y de los
sujetos inmersos en sus relaciones sociales.
Sigo en mis trece en esto de lograr dar forma concreta de
novela a este montón de páginas erráticas que todavía no encuentran un
derrotero fijo. No sé por dónde camino ni hacia donde voy. Tengo conciencia de
que estoy dando bandazos alrededor del tema del lesbianismo, pero también
reparo, cada vez más, en que soy una presencia advenediza dentro de un
territorio que solo admite a mujeres marcadas con el estigma de una virilidad
intensa.
¿Qué hace una simple heterosexual escribiendo sobre el tema
de la homosexualidad femenina? No lo sé, quizás escribir sobre algo que
desconozco casi por completo, me concede la ventaja de avanzar, sin dirección
definida, por un camino poblado de obstáculos, lleno de sombras turgentes con
las que continuamente me tropiezo, pero que una vez superadas se dejan percibir
como estatuas carnales que de pronto han cobrado vida y se han llenado de luz
purulenta (luz aciaga llamada a despertar el deslumbramiento del ojo voyerista
que enfermizamente las contempla por el hueco de su particular lascivia) (112).
La voz narrativa emerge desde un lugar de enunciación: Cristina,
que emprende el arduo e incansable trabajo literario con la palabra, se reconoce
como mujer heterosexual que afronta el desafiante trabajo de la escritura
literaria y, desde ese lugar de enunciación, se cuestiona: “¿Qué hace una
simple heterosexual escribiendo sobre el tema de la homosexualidad femenina?”
(p. 112). Se reconoce tanto en la autora como en la figura de la escritora, el
trabajo político por la representación de la mujer homosexual en el ámbito
cultural y literario del país.
Otra de las tramas narradas corresponde a la desgarradora
relación amorosa que mantuvo la poetisa griega Safo de Lesbos con Atis, su hetaira favorita. Subyace también en esta historia
el intento de desestabilizar el determinismo biológico o normatividad
heterosexual que rige las relaciones de sexo, género y deseo al rememorar una historia
clásica en la que las “mujeres” protagonistas del amor homosexual también representan
la imposibilidad de una identidad sexual universal de la mujer.
En la relación amorosa entre Safo y Atis
se prefigura una identidad de sujeto que deviene mujer. Por el amor de Safo, Atis se convierte en poeta y también en mujer “en el estricto
sentido ambivalente que arroja esta palabra”, es decir, fuera del marco de un
sistema binario que sostiene la relación entre sexo, género y deseo. Frente a
las prácticas del amor homosexual, dicho sistema se desmorona y surge la
imposibilidad, la indefinición de una identidad de mujer fija o estable. “Las
lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque la-mujer no tiene
sentido más que en los sistemas de pensamiento y en los sistemas económicos
heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres” (Wittig
1982, 6).
Safo ayudó a Atis para que
asumiera aquel destino para el que, desde su nacimiento, había estado
predestinada: la convirtió en poeta y, de paso, también la convirtió en mujer,
en el más estricto sentido ambivalente que arroja esta palabra; por eso, a Safo
le dolió hasta el hueso más íntimo cuando al cabo de cuatro apasionados años,
su niña de los ojos celestes, sin demostrar una pizca de vacilación, sin el más
leve pestañeo, sin el mínimo remordimiento, puso fin, con letras
abrumadoramente grandes a la relación que había mantenido con ella…” (71).
Eses Fatales
también narra la historia de Selene y Silvia, mujeres homosexuales que, en
analogía a Safo y a Atis, protagonizan los embelesos
y las fatalidades del amor lesbiano. De esta manera, Cristina o Sonia pone en
diálogo la cultura clásica y la contemporánea a través de historias que se trenzan
con otras de mujeres de deseos e identidades sexuales dispares, pero “marcadas
con el estigma de una virilidad intensa”.
En los primeros meses de nuestra relación, las cosas
marcharon lo que se dice “maravillosamente”: fue un periodo en el que
menudearon diversas exploraciones con sus consecuentes y deslumbrantes
descubrimientos. Días de vino y de rosas degustados a fuego lento en cafetines,
restaurantes, paseos nocturnales, y rematados, con la debida majestad, ahí
donde el amor jadea al mismo ritmo de la muerte. Pero tanta intensidad terminó
por provocar la aparición de imperceptibles fisuras en el vaso de los
aconteceres cotidianos, el que a poco empezó a hacer aguas por su costado más
vulnerable (Manzano, 77).
Historias que se entretejen y se confunden y un eje que las
articula: las protagonistas son escritoras. En la trama que protagoniza Cristina
Rosas hay algunas relaciones que esbozan el trabajo de la mujer escritora: la
relación con su madre, que es determinante en la obra, la que mantiene con un
amigo “lector especializado”, y la del círculo intelectual de las “Mujeres del
Puerto”. En ese contexto, Cristina escribe Eses fatales, que tiene al menos
cinco epígrafes. El primero presenta el paralelismo entre las eses fatales de la vida: suicidio, soledad, sadismo, y las
heces fecales de la muerte. Las eses fatales de la
vida y las heces fecales de la muerte son significados que fluyen y se
desbordan en el misterio del amor lesbiano, en la intriga protagonizada por
mujeres que aman y odian, que ríen y lloran, que se apoyan y que también se
traicionan.
La obra empieza con una observación cargada de perplejidad
cuando Cristina Rosas encuentra a su madre, en una “constreñida posición
fetal”, “comiendo de sus propias heces fecales un domingo de hace ya casi un
año atrás” (p. 13). Esta imagen, este descubrimiento será la inspiración que
encuentra Cristina Rosas para escribir una novela lesbiana. La figura de la
madre asociada a la vida (la mujer estaba en posición fetal) y a la muerte (estaba
comiendo de sus propias heces fecales) es fuente de inspiración en la actividad
creadora de Cristina Rosas, inspiración que le infunde valor para vivir y para
escribir. Por eso, Sonia Manzano dedica esta obra a su madre, Carmen Vela de
Manzano, “musa incomparable”.
Estrecho las manos de mi madre entre las mías, y ella me
clava las uñas… Es entonces cuando retomo la convicción de que mi madre todavía
está aquí, en el planeta de los simioparlantes,
conmigo, cerca de mí, dentro de mí, consolándome sin saber que me consuela,
permitiéndome seguir viviendo, sin que ella ni siquiera tenga la mínima idea de
que es el báculo que todavía me sostiene para que mi boca no termine por clavar
su cansado pico en la tierra (119).
La concepción biológica de la mujer también se disloca en
personajes como Cristina Rosas o como Selene pues la fisiología de sus cuerpos no
responde a la naturaleza procreativa de la mujer: la de concebir y traer hijos
al mundo. Se impugna así el sentido de la maternidad, como principio biológico
de la feminidad. Y es que Eses fatales
presenta cuerpos ambiguos de mujeres que no portan las particularidades
biológicas de la sexualidad femenina, como el cuerpo de Donatella Ambrossini, monja homosexual, que, a excepción del cuello,
las manos y los pies planos, estaba cubierto por “el pelaje oscuro y
frondoso…cuya mayor concentración apuntaba para abajo del ombligo… para luego
descender, en caída libre, por una cascada pubiana de grosor respetable que
parecía tener vida propia” (53).
En relación con la concepción anterior, Eses fatales nos presenta y describe
mundos habitados por mujeres. Trae a nuestros ojos una historia de la
antigüedad clásica que se desarrolla en “la casa de las musas”, la de Safo,
situada en la soleada Mitilene, donde vivía en compañía de sus hetairas, y
aclara que en aquellos tiempos “el término hetaira no era sinónimo de ramera”.
Safo vivió casi todo el tiempo rodeada de hetairas, de
amigas tan íntimas entre sí —y tan íntimas con respecto a ella— que con la
misma fluida naturalidad con la que intercambiaban diademas y guirnaldas de
flores, túnicas etéreas y cintas de tonalidades opalescentes, intercambiaban versos
y besos, mimos y secretos (33).
La figura de la escritora Cristina
Rosas se desenvuelve también dentro de un círculo de “mujeres ilustradas”
constituido por una docena de féminas de la clase media para arriba “pues las
mujeres pertenecientes a la clase media para abajo difícilmente destinan sus ingresos
en aras de ilustrarse”. En esos mundos habitados por mujeres discurren cuerpos
ambiguos e identidades dispares. Transitan allí voces narrativas homosexuales y
heterosexuales que proclaman la inestabilidad del sujeto en la relación
normativa del sexo, género y deseo. El mundo habitado por mujeres, en este caso
mujeres escritoras, se presenta como el lugar de impugnación y de dislocación
de los discursos del orden social y político, lo que equivale a entender a la
literatura de mujer como el intento por contravenir la oposición binaria o
diferencia sexual entre hombres y mujeres como “la única relación posible y
como aspecto permanente de la condición humana (Scott 1996 29).
Y es que, en Eses fatales, ni las identidades ni las relaciones se proyectan de
manera fija. Al final de su vida, cuando Safo tenía cincuenta y cuatro años de edad, y todavía añorando el amor de Atis, despidió a todas sus hetairas, cerró su taller de
poesía y cerró también sus “líricos labios”. En ese momento de tensión en la
obra, Safo confiesa:
cuando
ya estaba dispuesta por entero a dedicarme a la tarea irremediable de
envejecer, me pasó algo tan extraño que aun ahora, cuando vago por donde flotan
las ánimas que decidieron morir por mano propia, me sigue causando sorpresa: me
enamoré de un hombre, de un varón con todas sus piezas viriles en sus sitios
correspondientes, de un macho de respetables proporciones, aunque carente, en
absoluto, de linaje (147).
Faón fue la versión en masculino de Atis. Faón fue la sorpresa insólita
que me tenían preparada los dioses para castigar el menosprecio que siempre me
inspiraron los hombres cotidianos (148).
Considero que cierta
literatura escrita por mujeres, en paralelismo con la historia del pensamiento
feminista, condensa el rechazo hacia el orden jerárquico del género. En la
novela lesbiana de Sonia Manzano Vela se diluyen las fronteras de las
diferencias sexuales, pues personajes, como Safo, Atis,
Selene, Silvia, Donatella, Alana, se emplazan en el límite entre las
identidades socialmente construidas de sexo, género y deseo y contienen, por lo
tanto, la posibilidad de negación, de resistencia y de reinterpretación de ese
orden. Ya lo advirtió Rosseau: “Nunca una persona pereció por exceso de vino; todas las personas
perecen por el desorden de las mujeres”.
Simone de Beauvoir declaró: “No se nace
mujer: llega uno a serlo”, Luce Irigaray expresó: “La mujer no tiene un sexo” y
Marguerite Yourcenar dijo: “Las almas no tienen sexo”. En la novela de Sonia
Manzano reconozco el intento por desestabilizar el binarismo sexual que ha
regulado la relación entre los sexos y la heteronormatividad del deseo.
Si te veo durante un instante,
apenas puedo decir nada;
mi lengua está rota,
bajo mi piel se desliza de repente un
fuego sutil,
mis ojos ya no ven, me zumban los
oídos,
me cubre un sudor helado y un temblor
me invade por entero.
(Safo
de Lesbos)
Referencias
Butler, Judith. Cuerpos que importan, Barcelona: Paidós, 2002.
Butler, Judith. El género en disputa, Barcelona: Paidós, 2007.
Manzano,
Sonia, Eses Fatales, Quito, B@ez.editor.es, 2005.
Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal, Barcelona: Edicomunicación,
1999.
Rosseau, Jean
Jacques. Emilio, o de la educación,
Madrid: Alianza Editorial, 1990.
Wittig,
Monique. “El pensamiento heterosexual”, Feminist
Issues 2, No.2, 1982.
Scott, Joan (1996) El género: Una categoría útil para el análisis
histórico, en Lamas Marta Compiladora. El género: la construcción cultural de
la diferencia sexual. México, PUEG.