Textos y
contextos (segunda época), 18
Mi tren
Dr. Juan
Pablo Castro | jpcastro@uce.edu.ec
Facultad de Comunicación Social de la
Universidad Central del Ecuador
Patti Smith
2018
Barcelona: Debolsillo
277 páginas
Más allá de cierta
mirada exótica sobre Bolaño, Murakami o Frida, este es un libro conmovedor: un
homenaje a la literatura, al arte, y a la vida, si no son todas lo mismo. Y es,
también, un canto amoroso al café. Esa bebida despiadadamente deliciosa, sin la
cual muchos mortales no encontraríamos sentido al despertar.
El café, como
bebida estimulante, fue durante muchos años consideraba como una pócima
endemoniada, pues impulsaba a quienes la bebían a despertarlos de su letargo,
exacerbar los ánimos, creer que la felicidad existía. Asociada también a la
esclavitud, es decir, a una economía dominante, ha sido producto de reflexiones
sociógicas, históricas, políticas. Patti Smith deja de lado cualquier resquicio de este tipo
de visión, no hay en ella -en ningún sentido del libro- una voluntad de analizar,
conjeturar o, peor aún, de sentenciar los usos y sentires alrededor del café. A
ella le interesa, como trotamundo que siempre ha
sido, acercarse sensitivamente a los placeres que produce el café, las
cafeterías y las personas que los visitan.
Durante las páginas de estas memorias, los cafés
saltan de un lugar a otro, como escenas amorosas, a partir de las cuales Smith rememora
personajes, escenas y emociones que, en su momento, le marcaron el corazón. Y,
como un hilo sentimental, está la imagen, la presencia, la voz de su esposo,
Fred, con quien recorriera el mundo. Este libro es también un homenaje al amor
que sigue ahí, a pesar de que el hombre de su vida ha partido ya.
Este es un libro sobre el tren de la memoria, y
el amor reside ahí, como una mariposa en letargo, dispuesta a desplegar sus
alas. Cada capítulo se constituye como uno de los vagones que habitan,
precisamente, en la memoria de la autora. Y la memoria, devenida en literatura,
resulta un acto de comunicación humana.
De Genet a Burroughs, de Bolaño a García Márquez,
de los Estados Unidos a México y de ahí a Europa, Smith recorre la estela de la
que ha vivido, de lo que ha sido, como si le memoria, el acto de la evocación,
fuese ese mismo tren que regresa por los caminos recorridos. No hay en ese
regreso un tono de tragedia, ni de dolor, quizás sí de melancolía, pues, como
sabemos, la vida es un fulgor, un fulgor entre dos tinieblas, como decía
Sartre.
La prosa de Smith está revestida de un ritmo
musical, sensible. Es que ella misma es una estrella consumada del rock. Quizás
por esa razón, sus palabras danzan sobre el papel como las notas musicales de
una composición.
Cada
capítulo –acompañado de ilustraciones y fotografias
que dan cuenta de sus viajes, sus estancias, sus gustos o sus obsesiones– se
engarza como un todo musical. Al fondo, como un paisaje sonoro, late el mundo,
la cultura, el sexo, la estética, es decir, todo aquello que registra la mirada
siempre atenta y sugestiva de una de las artistas más singulares del mundo
contemporáneo.