modo, democratiza la literatura: desde el
juego irreverente, la retorna a sus raíces
populares, ancladas en los márgenes socia-
les, acaso recordando la ironía, los excesos
y el humor escatológico de Rabelais ―no-
ción de lo literario, por cierto, con la que
ciertos sectores institucionalizados discre-
paron antes y siempre discreparán, rabio-
samente―. Con este comentario cierro el
planteamiento de que, en la línea de otras
narrativas ―y sin perder su carácter espe-
cífico de arte y de oficio―, la literatura
contribuye a reconfigurar (a base del tra-
bajo de la imaginación) las percepciones y
las narrativas-otras relacionadas con la ha-
bilitación de nuevos espacios sociales.
Finalmente, el tercer rasgo que di-
ferencia a Mayorga de los restantes narra-
dores de entresiglos es que, a través de
sus personajes, reflexiona sobre las recon-
figuraciones de identidad en campos so-
ciales transnacionales. Según se comentó
antes, Mayorga representa en sus libros la
vida transnacional de emigrantes de Mé-
xico, Ecuador, Bolivia, China, EE.UU.,
Alemania, Bangladesh, etc., con énfasis
en las subjetividades de estos personajes.
El sociólogo jamaiquino Stuart Hall
nos recuerda la inserción histórica de
toda tensión o disputa, al reflexionar
sobre identidades. Se trata de complejos
y conflictivos procesos que tienen lugar en
contextos transnacionales; puede aspi-
rarse muchas veces al equilibrio de la vi-
sión cosmopolita, pero se mantiene en el
terreno inestable de la frontera: “para
para la mayoría de nosotros, el cosmopo-
litismo ha implicado una relación conti-
nua con la cultura de nuestra familia. Uno
[...] valora el momento en que los dejó,
pero sabe que a medida que los deja ellos
siguen siendo su apoyo. Continúan siendo
lo que uno es. Uno no podría ser lo que es,
sin esa lucha, tanto para defenderlos
como para salir de ellos”. (Hall, 2002, p.
30) Esta doble lucha se manifiesta con
claridad en la configuración de varios per-
sonajes migrantes de los textos de Ma-
yorga. Tomemos, por ejemplo, parte de
un monólogo que consta en “La vida de
Silvia Blanco”, de Un cuento violento.
Hija de mexicanos pobres (albañil y cos-
turera), el personaje relata: “mis padres
solo cruzaron la frontera para que yo na-
ciera en EE.UU.”. (Mayorga, 2008, p. 64)
Yo, porque nací en Los Ángeles, era una
ciudadana estadounidense, pero mi familia era
toda mexicana así que les dije que me quedaba
y no sé por qué les dije braceros infames (tuve
un lapsus brutus). Y ahora que lo pienso, por
tener esos benditos papeles creo que me sentía
víctima perenne del ostracismo fruto de la envi-
dia o solamente del propio ostracismo porque
mis primos me decían lárgate al norte, mis com-
pañeros de la escuela, lo mismo, mis compañe-
ros de la prepa, lo mismo, mi hermano, lo
mismo […]. Pero yo les decía: no, a mí me en-
canta México y acá me quedo. Ahora me río de
mí misma porque vivo acá (estoy escribiendo en
mi dormitorio de la universidad en Salt Lake
City) más de 7 años y no vuelvo a México ni aun-
que me paguen millones y me rueguen”. (Ma-
yorga, 2008, p. 67)
Resulta clara la oscilación, no
exenta de contradicciones, entre el aquí y
el allá, el antes y el ahora, el inglés y el es-
pañol, los lapsus y los afectos. Es el inicio
de las memorias de Silvia.
Stuart Hall pone énfasis en que la
construcción de las identidades se realiza,
ineludiblemente, en el lenguaje: “Precisa-
mente porque las identidades se constru-
yen dentro del discurso y no fuera de él,
debemos considerarlas producidas en
ámbitos históricos e institucionales espe-
cíficos en el interior de formaciones y
prácticas discursivas específicas, me-
diante estrategias enunciativas específi-
cas”. (Hall, 2003 [1996], p. 18) Silvia
Textos y contextos Nº 19
Noviembre 2019 - Abril 2020 • 93
Identidades transnacionales e imaginación desbordada …