inviernos: su música fresca, su aliento ri-
sueño. Inventábamos juegos, descubríamos
nidos de pájaros tristes, fatigados o enfer-
mos. ¡Cogíamos peces que luego preparába-
mos en improvisados braseros, con los pies
en el agua penetrada de misterio y nuestros
cuerpos ardientes hundidos en la arena, co-
míamos felices! ¡Qué banquetes los nues-
tros! Carecíamos de todo, mas… teníamos
nuestros sueños y esperábamos… ¿un mila-
gro? ¡No! La culminación de esos sueños.
Dos hijos y una lancha. Te irías a pasear por
ese viejo río cristalino y tierno, patriarcal y
sabio, junto a un capitán de ojos verdes.
Florencia, creo que fueron esos malditos
ojos verdes… (Viteri 1977, 53)
Hasta esta parte del relato, no cono-
cemos qué tipo de relación han tenido las
mujeres, lo que no se revelará sino hasta
el final del cuento cuando Isaura, antes de
“ir a despedirse de su muerta” (no le han
permitido verla), encuentra un retrato ol-
vidado, con una inscripción definitoria:
“Para el amor de mi vida, Isaura” (Viteri
1977, 55).
En la cita anterior encuentro la in-
vocación a un pasado feliz que se ha per-
dido: la infancia, por lo que considero que
la figura de la homosexual, en el cuento
que se analiza, se presenta asociada a la
sensación de la pérdida y del desamparo
que sufren los personajes (condiciones
del exilio) y que se muestra también en
paralelismo con la situación propia del in-
fante cuando es excluido y rechazado
(niño queer).
En el cuento, la infancia alude a un
tiempo feliz que, aunque se ha ido, se re-
cuerda, es decir que permanece y que per-
siste como goce inalcanzable (la amada ha
muerto). A esta paradoja de la ausencia y
la permanencia se refiere Julio Premat
cuando teoriza en la infancia como “punto
de observación privilegiado para identifi-
car modos de explicar el devenir del ser
humano” (2016, 69).
Pero la permanencia y la excepcio-
nalidad de la infancia presuponen, paradó-
jicamente, la ausencia: es una supervivencia
soñada. Junto con la idealización, la repre-
sentación de ese pasado fabuloso conlleva y
justifica la nostalgia e inclusive la queja me-
lancólica; el objeto de un duelo (el Edén de
la infancia, el tiempo añorado de una Edad
de Oro, social o íntima) es, también un ho-
rizonte de esperanza, siempre frustrada,
siempre renovada, es la promesa de un goce
anhelado o inalcanzable. (Premat 2016, 71)
En paralelismo con los postulados
de Premat, el recuerdo de Isaura alude a
un Edén idealizado. La naturaleza: el río,
el agua que acaricia, su música fresca, el
aliento risueño, el verano cálido; y la ino-
cencia: los juegos, las aventuras. Mas no
es un Edén perfecto (se trata de una
playa sucia) debido a los pájaros tristes,
fatigados o enfermos que lo habitan. Tres
adjetivos que aluden también a la condi-
ción de los cuerpos abyectos “en el sen-
tido del ser humano que pierde su
humanidad y se ve relegado al estatus de
paria con relación a los dominantes”
(Eribon 2004, 69). En la idea de paria
también está presente la subjetividad del
exiliado. Los pájaros tristes y enfermos
que las niñas encuentran en ese Edén re-
presentan una realidad existente en la
sociedad, que ha sido considerada por
parte del orden social como aquello que
contamina y que, por lo tanto, es recha-
zado: los “enfermos”, los y las homose-
xuales. Por eso, el cuento inicia con la
tarea de limpieza que emprende la comu-
nidad a propósito de la muerte de Flo-
rencia. Los pájaros tristes, fatigados o
enfermos son ellas, o son como ellas
(imagen del animal junto a la figura del
homosexual), por eso Isaura, mientras
recuerda, exclama: “Carecíamos de todo,
mas… teníamos nuestros sueños y espe-
rábamos…” (Viteri 1977, 53).
Textos y contextos Nº 19
104 • Noviembre 2019 - Abril 2020
SANDRA ELIZABETH CARBAJAL GARCÍA