más que a la razón (Araoz, 2016). Esto
mismo lo confirmaron las voces autoriza-
das en el marco de la opinión pública co-
lombiana (“Por qué ganó el No”, 2016;
Pacheco, 2016). También lo hizo la propia
León, quien aseguró que La Silla funcionó
en el escenario discursivo del que partici-
paba un número reducido, pero poco
compitió con la oleada de emociones de
las redes sociales y, sobre todo, de What-
sApp, donde se configuró la alineación
para las urnas
7
.
El ejercicio debilerativo, racional,
fue un dispositivo pero solo en el plano
retórico de la democracia. Allí éste sirvio
de soporte para todas las partes, y el
medio se adhirió a una práctica periodís-
tica conducente a ese ejercicio, fiándose
de que hacía eco de lo que para las au-
diencias eran supuestos a su vez impor-
tantes. Con ello, sin embargo, sobrevaloró
ingenuamente su poder informativo y,
sobre todo, su conocimiento de las au-
diencias de la era digital, mientras creía
que la balanza se inclinaría hacia el SÍ,
por cuenta de la razón. Por su parte, la
ciudadanía, como en otros casos recientes
de participación en las urnas, que explica
elocuentemente Brooke Gladstone, deci-
dió guiada más por sus inclinaciones y
marcos de opinión, que por la consulta de
medios potentes y comprometidos o la
evaluación disciplinada que hubiera po-
dido llegar a hacer de las noticias (Glads-
tone, 2017; Hoggett & Thompson, 2012;
Goodwin & Jasper, 2001).
Si La Silla confió demasiado, sin
anticipar las respuestas de la gran mayo-
ría, las audiencias hicieron del supuesto
valor compartido de la deliberación ra-
cional más un performance mediático
que una realidad política. Esto, derivado
de su actividad digital competente (o no)
y las prácticas que ello conlleva política-
mente: la formación de trincheras de
opinión que intensifican los propios pre-
juicios antes que cuestionarlos y la exa-
cerbación de emociones que redundan
en discursos de odio, por ejemplo
(Gladstone, 2017). La mayoría de los co-
lombianos exigieron información y espa-
cios de interlocución y diálogo en los
foros públicos a través de las redes, pa-
rados en los derechos ciudadanos demo-
cráticos, pero votaron por cuenta de sus
sentimientos y no los argumentos.
Con todo, aún es posible afirmar
que, como los demás medios, La Silla
tiene la facultad de legitimar intereses y
de delimitar marcos interpretativos de
comprensión (Rincón, et.al., 2002; Mar-
tini, 2000) desde sus apuestas periodísti-
cas. Ostenta, pues, la capacidad de
intercambio simbólico y la fuerza repre-
sentacional para establecer dispositivos
culturales en los que confluyen antiguas y
nuevas formas de expresión, tal y como
Rey (1998) lo muestra para los entornos
mediáticos. Esto es, La Silla constituye un
recurso de micropoder, similar al del pe-
riodismo de siempre (Sánchez–Ruíz,
20026), uno que, en términos de una teo-
ría gramsciana renovada, tiene la cuali-
dad de “encausador”, productor de
realidades: costumbres, identidad y polí-
tica. Pero, en tanto espacio interdepen-
diente frente a las audiencias (Van Dijk,
1990), y en una era digital de la que beben
tanto medios como ciudadanos por igual,
hombro a hombro, también está sujeto al
Textos y contextos Nº 20
Mayo 2020 - Octubre 2020 • 21
Periodismo digital y paz: ensayo sobre La Silla Vacía, Colombia
7 Juanita León reconoció la importancia de las emociones en votaciones como esta, en el marco del conversatorio “¡Periodismo y paz!
Entre la auto-crítica y la re-invención”, liderado por Omar Rincón, Fescol, Bogotá, 30 de noviembre de 2016.