Textos y contextos Nº 20
Mayo 2020 - Octubre 2020 93
Periodismo digital y paz: ensayo sobre La Silla Vacía, Colombia
Borges: su poética y algunos poemas
dedicados a escritores
Borges: his poetry and some poems dedicated
to writers
Mercedes Mafla
Ensayista, docente universitaria e investigadora ecuatoriana. Después de estudiar leyes en la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador (PUCE), obtuvo una Maestría en Filología Hispánica por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España) y un Doc-
torado en Literatura, por la PUCE. Es parte del Comité Ejecutivo de Publicaciones del Centro de Publicaciones de la misma universidad.
Ha publicado textos en las revistas Ulrika de Colombia, Hispamérica de Estados Unidos, Con/texto de Ecuador, Ómnibus de Chile, Es-
péculo: Revista de Estudios Literarios y en la sección Libros de los diarios El Comercio y Hoy de Quito. En 1998 prologó la selección
de cuentos, Un extraño en el puerto, de Javier Vásconez publicada por Alfaguara de España.
Correo: mamafla@puce.edu.ec
Resumen
El presente trabajo se ocupará de realizar unas anotaciones generales sobre las manifestaciones explícitas de la poética de Jorge Luis
Borges y, en especial, delineará la hipótesis de que, aunque el autor argentino siempre expresó sus ideas sobre la literatura en ensayos
y ficciones por todos conocidos, también lo hizo, de una forma más velada, en muchos poemas que dedicó a variados escritores. Es
pertinente señalar que los poemas que analizaremos en este ensayo tienen una característica adicional notable: contienen juicios
críticos, puestos en escena por medio de varios recursos narrativos. Antes de entrar en el grupo de poemas dedicados a escritores, he
creído pertinente hacer un escueto resumen del origen del arte poética, como un subgénero literario de antigua data, el mismo que
se expresó en América Latina con bastante recurrencia, aunque con distintos fines: en su momento, como herencia directa de los clá-
sicos (Horacio o Aristóteles) y, más adelante, como la manifestación de posturas individuales de asumir la poesía y la labor del poeta.
En este contexto, Borges tiene la virtud de sintetizar la tradición y sus propias preguntas sobre su destino literario. Estos serán los
asuntos a los que nos aproximaremos a continuación.
Palabras clave: Jorge Luis Borges, Ars Poetica, Literatura Latinoamericana, poesía.
Abstract
The present work will take care of making some general annotations on the explicit manifestations of Jorge Luis Borges' poetics and,
especially, will outline the hypothesis that, although the Argentine author always expressed his ideas about literature in essays and
fictions known by everyone. He also did it, in a more veiled way, in many poems that he dedicated to several writers. It is pertinent
to point out that the poems that we will analyze in this essay have a remarkable additional characteristic: they include critical judg-
ments, staged by means of various narrative resources. Before entering the group of poems dedicated to writers, I thought pertinent
to make a brief summary of the origin of poetic art, as a literary subgenre of ancient history, the same which was expressed in Latin
America quite frequently, although for different purposes: at the time, as a direct inheritance from the classics (Horacio or Aristotle)
and, later, as the manifestation of individual positions to assume poetry and the work of the poet. In this context, Borges has the
virtue of synthesizing tradition and his own questions about his literary destiny. These will be the issues that we will approach next.
Keywords: Jorge Luis Borges, Ars Poetica, Latin American Literature, poetry.
Recibido: 25-02-2020 • Aprobado: 30-03-2020
DOI: https://doi.org/10.29166/tyc.v1i20.2166
Introducción
Es a Horacio (Venusia, 65 a.C.) a
quien se le debe el poema Epistula ad Pi-
sones, el mismo que, ya en la antigüedad,
fue conocido como Ars Poetica, y que se
convirtió en la fuente original de la teoría
literaria occidental. Fue tan notable su in-
fluencia, que sus ecos atravesaron la
Edad Media entera y llegaron hasta el Re-
nacimiento. Junto a la Poética, de Aristó-
teles (casi invisible hasta el siglo XV), el
poema latino forma el sustento de las
preceptivas literarias. El académico espa-
ñol José Luis Pérez (2002) dice a propó-
sito “Ambas obras se interpretaron –al
menos desde los tratados teóricos, puesto
que la realidad de las obras de creación
era mucho más multiforme- como auto-
rizadísimas fuentes de preceptos sobre
los cuales edificar las nuevas literaturas
nacionales, para que así fuesen equipara-
bles a la literatura que el mundo grecola-
tino había legado” (p. 21). Horacio
escribe un poema, en forma de epístola,
una sutura o sátira, con fines didácticos,
para trasmitir a los futuros poetas valio-
sas enseñanzas que, con el tiempo, se
convirtieron en normas dignas de imi-
tarse y en máximas tan prestigiosas
como “la imitación, el decoro, el punto de
vista, el afán de perfección, la necesidad
de la crítica” (Pérez, 2002, p. 22).
Desde luego, las preceptivas litera-
rias en la América Latina, especialmente
las decimonónicas, tuvieron también
como base las obras clásicas, sin em-
bargo, era a través del ensayo crítico o fi-
losófico y el manual o el tratado, que las
enseñanzas sobre la literatura se materia-
lizaban. El poema, al estilo de Horacio,
aparece también, aunque excepcional-
mente1. Es, pues, Aristóteles quien prima.
Pero, como ha señalado el estudioso me-
xicano Alberto Vital, en las primeras dé-
cadas del siglo XX, seis grandes poetas
latinoamericanos (Vicente Huidobro, Al-
fonso Reyes, Pablo Neruda, Manuel Ban-
deira, Jaime Torres Bonet y Jorge Luis
Borges) escriben poemas con idéntico tí-
tulo: “Arte poética”. Esta coincidencia sig-
nificativa hace pensar, al citado
académico, que las vanguardias poéticas
latinoamericanas habían desplazado, del
territorio ensayístico o teórico, al del pro-
pio poema, el tema del sentido y de la
forma de la poesía; es decir, en alguna
medida, estaban nuevamente cerca de
Horacio.
Los escritores mencionados escri-
bieron sus poemas en un período de
treinta años que coincide con el auge de
las vanguardias; pero el de Borges es
mucho más tardío, pues aparece en 1960.
No obstante, todos acuerdan con la esen-
cia del ars poética, en tanto tematizan la
labor del poeta frente al poema, con la di-
ferencia sustancial de que ellos ya no as-
piran a trasmitir máximas universales,
sino que se conforman con poner de ma-
nifiesto una visión más subjetiva y perso-
nal del tema. Hay que decir, en todo caso,
que Huidobro
2
y Reyes
3
están todavía
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MERCEDES MAFLA
1 Uno de los ejemplos más conocidos en el siglo XIX es el poema “Ars” de José Asunción Silva, poema en el cual se sacraliza la poesía y
en el que la visión romántica está presente. Ejemplo de ello son los versos iniciales: “El verso es vaso santo; poned en él tan sólo / Un
pensamiento puro, / En cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes / como burbujas de oro de un viejo vino oscuro”.
cerca del Romanticismo y del Moder-
nismo y, en esa medida, sus poemas se
parecen más al de Silva que a los de Ne-
ruda y Borges, quienes sí coincidieron en
poner de manifiesto sus visiones comple-
tamente individuales sobre el arte que
practicaban. Aunque ambos poetas, reco-
nocidos como disímiles, se asemejan en
este aspecto, pues sus “Arte poéticas” son
declaraciones personales y, en el caso del
chileno, una declaración no exenta de iro-
nía y cierto sentimentalismo. Neruda es-
cribe un poema confesional,
autobiográfico, con tintes de patetismo, en
el que se pinta a sí mismo, a la par que a
su poesía
4
; Borges, en cambio, se presenta
a través de sus obsesiones temáticas (es-
pecialmente la gran pregunta que atra-
viesa su obra, es decir, la naturaleza del
Tiempo); pero, además, se disfraza y, de
forma implícita, a través de un poema de
rimas perfectas y propositivamente clá-
sico, expresa su apego a las formas canó-
nicas de la poesía. Disiente
significativamente de los otros poetas
mencionados (quizá menos de Neruda),
en el hecho de considerar a la poesía como
una paradoja, como “un triste oro […] que
es inmortal y pobre”. Es importante des-
tacar que el “Arte poética” de Borges se
publicó en El Hacedor, que es el libro con
el que el argentino vuelve a la poesía des-
pués de treinta y un años de la aparición
de sus poemarios de juventud
5
. Quizá por
ello le resultó necesario escribir un poema
a través del cual se distanciaba de las van-
guardias y, ciertamente, del joven Borges.
A continuación, lo transcribo:
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus sueños,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo.
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como el espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
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Borges: su poética y algunos poemas dedicados a escritores
2 El poema de Huidobro tiene también algo del tono exaltado del escrito por Silva. Cito algunos versos: “Que el verso sea como una llave
/ Que abra mil puertas. / Una hoja que cae; algo pasa volando; […] Por qué cantáis la rosa, ¡oh, poetas! / Hacedla florecer en el poema;
/ Sólo para nosotros / Viven todas las cosas bajo el sol. / El Poeta es un pequeño Dios”.
3 El poema de Reyes, más escueto, coincide con los anteriores en su forma de sublimar la poesía como un acto casi divino. “Asustadiza
gracias del poema: / flor temerosa, recatada en yema. / Y se cierra, como la sensitiva, / si la llega a tocar la mano viva. / Mano mejor
que la mano de Orfeo, / mano que la presumo y no la creo, / para traer la Eurídice dormida / hasta la superficie de la vida”.
4 Arte poética: Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas, / dotado de corazón singular y sueños funestos, / precipitadamente
pálido, marchito en la frente, / y con luto de viudo furioso por cada día de mi vida, / ay, para cada agua invisible que bebo soñolienta-
mente / y de todo sonido que acojo temblando, / tengo la misma sed y la misma fiebre fría, / un oído que nace, una angustia indirecta,
/ como si llegaran ladrones o fantasmas, /y en una cascada de extensión fija y profunda, / como un camarero humillado,como una cam-
pana un poco rota, / como un espejo viejo, como un olor a casa sola / en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios, /
y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores, / -posiblemente de otro modo, aún menos melancólico-, / pero, la verdad,
de pronto, el viento que azota mi pecho, / las noches de sustancia infinita caídas en mi dormitorio, / el ruido de un día que arde con sa-
crificio / me piden lo profético que hay en mí, con melancolía / y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos / hay, y un movi-
miento sin tregua, y un nombre confuso.
5 Borges publicó Fervor de Buenos Aires en 1923, Luna de enfrente en 1925 y Cuaderno de San Martín en 1929.
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable,
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable
(Borges, 2019, p. 150).
Cabe abrir un paréntesis para seña-
lar que, a pesar de ser Horacio quien ini-
cia lo que para algunos es un subgénero
literario (el del “arte poética”), la presen-
cia explícita del poeta latino brilla por su
ausencia en la obra poética de Borges. La
estudiosa argentina Marcela Nasta (2007)
ha recordado la obvia preeminencia de
Virgilio y ha escrito al respecto:
Tan notable como la recurrencia
virgiliana –en la producción literaria, en
la disimulada poética de los prólogos, en
el ámbito personal-, es el silencio que
Borges guarda respecto de Horacio, a
quien no menciona siquiera una vez en
toda su obra poética [pero] las coinciden-
cias entre Borges y Horacio se manifies-
tan en diversos planos […] La primera de
ellas consiste en que ninguno de los dos
formuló una poética sistemática que diera
cuenta de las estrategias y los recursos
por ellos empleados en su producción li-
teraria […] El argentino sí reflexionó ex-
plícitamente y en términos teóricos
acerca de sus propios hábitos y prácticas
literarias […] en los prólogos de sus libros
de poesía, así como en un par de dedica-
torias y epílogos (p. 218 ).
Creo que es pertinente añadir (y
aquí expongo la hipótesis de este trabajo),
que Borges, al igual que Horacio en sus
Odas, suele exponer también su poética
en los variados poemas que dedicó a mu-
chos escritores. De regreso al poema “Arte
poética”, debemos señalar que, además
de la forma clásica en la que se presenta,
y de la referencia al tiempo como la gran
cuestión, Borges, a través de lo que lla-
maba “las secretas complejidades” que
abundan en su obra, pone de manifiesto
el componente ético de la poesía y, simul-
táneamente, insinúa una de sus máximas
en relación a la literatura, aquella de que
el Libro se escribe incesantemente y que
los variados creadores no son más que
distintos rostros del mismo Autor: “He-
ráclito inconstante, que es el mismo / y es
otro, como el río interminable”. En estas
líneas podemos hallar también otra
puerta hacia una de las características
propias de muchos de los poemas de Bor-
ges (y de su obra entera, en realidad), me
refiero, como ya anticipé, a la de poner en
escena o dramatizar su poética usando los
recursos de la narrativa, por ejemplo,
cuando se refiere a sus autores más entra-
ñables, evocados en su obra poética. Pero
muchos de los poemas a los que me voy a
referir se caracterizan, además, por ser
verdaderos ensayos críticos encubiertos y,
en esa medida, creo que es válido decir
que Borges logra expresar su más secreta
poética por medio de poemas híbridos, en
los que, de alguna forma, logran convivir
el Horacio del desiderátum y el Aristóte-
les de la poética. Es en estos poemas, es-
pecialmente, en donde encontramos al
Borges sintético por antonomasia, no solo
por la perfección formal de los versos,
sino porque los poemas mencionados tie-
nen el don de amalgamar el ensayo, el
drama (entendido como diálogo) e in-
cluso la más brillante crítica literaria. El
arte poética de Borges, pues, está expre-
sado a lo largo de su obra, explicitado,
como sabemos, en sus célebres prólogos,
pero adquiere una admirable originali-
dad, en sus poemas dedicados a escrito-
res. De algunos de ellos se ocupará este
trabajo.
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MERCEDES MAFLA
Algunos poemas dedicados a escritores
Quizá resulte inevitable continuar
este ensayo sobre Jorge Luis Borges di-
ciendo una obviedad: el gran tema de sus
poemas, ensayos y cuentos es la litera-
tura. Desde luego, todo libro habla de
otros libros, unas veces secreta y otras ex-
plícitamente. Borges pertenece a los escri-
tores que colocan en primer plano el tema
y se deleita respondiendo a los escritores
que lo han acompañado desde su infan-
cia; observa bajo un microscopio el deta-
lle recóndito de una página, relaciona, sin
que medie un sentido temporal lineal, a
los más variados y hasta opuestos poetas,
ya sea por la persistencia de un símbolo o
un tropo o por algún rasgo oculto, que el
poder de la lectura ha devuelto a la vida.
Pero, además, Borges usa sus extraordi-
narias dotes de lector para trasparentar
sus juicios críticos e ir, a la par, confe-
sando su poética. El incansable lector es,
simultáneamente, el más agudo juez de su
propia obra. Sus admirables prólogos son
la muestra de su agudeza crítica, de sus
lealtades literarias y una guía privilegiada
de lecturas imprescindibles, entregada,
por un maestro ameno y generoso, a sus
lectores.
Voy a ocuparme de comentar algu-
nos poemas, de la amplia serie que Borges
dedicó a un variado grupo de escritores, a
lo largo de sesenta años de creación poé-
tica. Cabe recordar que el escritor argen-
tino insistió en que su poesía era una
poesía intelectual, así lo dijo explícita-
mente en el prólogo de uno de sus libros
finales; La cifra (1981). En él reconoce y,
casi proclama, sus límites: la imposibili-
dad de la musicalidad osada, de la metá-
fora novedosa, de la exaltación y de la
extensión desbordada. Igualmente en-
tiende que lo intelectual de su poesía, aso-
ciado a la vigilia, a la “abstracción” (mar-
cada por la erudición filosófica y
literaria), se complementa con lo impre-
visible del sueño, espacio de los mitos y
fábulas esenciales. Recuerda Borges, en el
mismo prólogo, que este camino lo mar-
caron, entre otros, escritores como Pla-
tón, en sus diálogos y el maestro
indiscutible, Ralph Waldo Emerson, es-
critor fundamental para él, tanto que en
uno de sus poemas narrativos finales,
“Las hojas del ciprés” (Los conjurados,
1985) decide que el único libro que se lle-
vará a la muerte será uno que escoge, al
azar, de las obras completas del escritor
norteamericano.
El componente intelectual de la
poesía de Borges se manifiesta, entre
otros, en su constante alusión a variados
escritores y a sus obras. En el citado pró-
logo, Borges recuerda a Luis de León,
como ejemplo de aquella poesía con pen-
samiento manifiesto: la poesía intelec-
tual; pero, además, declara que, junto a la
abstracción, él espera escribir también
una poesía cuya música sea constante,
una música secreta, sin la cual la poesía
no sería tal. La búsqueda de este punto
medio define la lírica del autor argentino,
cuyo pensamiento es transparente, pero,
al mismo tiempo, se expresa con la sono-
ridad tersa de un español preciso que se
apega a las formas clásicas de composi-
ción, especialmente al soneto y sus cono-
cidas exigencias formales.
Pensamiento (estético y ético) y
música (quizá una que recuerde al latín,
ha dicho el propio Borges) resumen
mucho de la poética del argentino, el
mismo que, me temo, no ha sido lo sufi-
cientemente valorado como poeta, basta
mirar el libro recientemente publicado
por la Real Academia de la Lengua en
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Borges: su poética y algunos poemas dedicados a escritores
2017, el Borges esencial, para notar que
la selección de poemas, frente a los cuen-
tos y ensayos es francamente pobre.
Revisaré, entonces, algunos de los
poemas en los que Borges se refiere a mu-
chos de los escritores que lo han marcado
y sobre los que tiene mucho que decir; es-
critores a los que también se refirió en en-
sayos y cuentos. Es pertinente recordar
que, así como Borges elabora el soneto
(tan apreciado en Quevedo, su gran maes-
tro en español), se servirá de las enseñan-
zas del poeta inglés Robert Browning, de
quien aprendió las vastas posibilidades de
la poesía narrativa.
Los novelistas
Es conocida la desconfianza que a
Borges le inspiraba la novela. Él mismo
se encargó de bromear sobre el asunto.
La abundancia y la desmesura no son
cualidades que aprecia. Sus cuentos son
prodigios de resumen, en tanto las histo-
rias pueden ser contadas sin dilación, de
espaldas a la psicología o a las descripcio-
nes detalladas. Sin embargo, el primer
poema sobre escritores que Borges escri-
bió está dedicado a un novelista: Joseph
Conrad. Se titula “Manuscrito hallado en
un libro de Joseph Conrad” y aparece en
1925 en su segundo poemario, Luna de
enfrente. Borges escribe, cuarenta y cua-
tro años después, el prólogo en el que
dice de este libro: “No quiero ser injusto
con él. Una que otra composición –El ge-
neral Quiroga va en coche al muere-
posee acaso toda la vistosa belleza de
una calcomanía; otras – Manuscrito ha-
llado en un libro de Joseph Conrad- no
deshonran, me permito afirmar, a quien
las compuso. El hecho es que las siento
ajenas; no me conciernen sus errores ni
sus eventuales virtudes.” (Borges, 2010,
p. 61). A pesar de esta distancia, es claro
que Borges va a ser leal a Conrad la vida
entera. Lo menciona en su poema “La
fama”, de La cifra, 1981 en donde afirma
“Ser devoto de Conrad” y, más significa-
tivamente aún, vuelve al novelista de los
mares, en el esquivo y paródico epílogo
de sus Obras completas editadas en
1996, en donde bromea sobre el Borges
futuro, lector del Quijote, de quien dice:
“Esta novela, por lo demás, fue una de las
pocas que merecieron la indulgencia de
Borges; otras fueron las de Voltaire, las
de Stevenson, las de Conrad y las de Eca
de Queiroz.”
“Manuscrito hallado en un libro de
Joseph Conrad”, como todos los poemas
dedicados a escritores, pertenece a la fa-
milia de la poesía intelectual que Borges
escribe. El poema a Conrad prefigura la
síntesis entre el artista, que se evoca poé-
ticamente, y su obra: una síntesis entre la
vigilia y el sueño, que será tema recu-
rrente de la poesía del argentino. Al ser un
primer intento, asistimos a un poema en
el que la imagen se impone a la idea.
Como sucede en los primeros poemas de
Borges, hay una preeminencia del espa-
cio. Los mismos nombres de los poema-
rios así lo anticipan: Fervor de Buenos
Aires, Luna de enfrente.
En este poema inicial se dibuja al
personaje en medio de un paisaje impre-
sionista “En las trémulas tierras que ex-
halan el verano, / el día es invisible de
puro blanco […] Pero la antigua noche es
honda como jarro / de agua cóncava. El
agua se abre a infinitas huellas, / y en
ociosas canoas, de cara a las estrellas, / el
hombre mide el vago tiempo con el ciga-
rro.” (Borges, 2010, p. 72). En los versos
finales se anticipa ya el tono reflexivo de
la poesía por venir y, siempre el tema del
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MERCEDES MAFLA
tiempo: “El mundo es unas cuantas tier-
nas imprecisiones. / El río, el primer río.
El hombre, el primer hombre”. No hay
más que un leve boceto del mundo de
Conrad, como si Borges se hubiese con-
centrado en captar el paisaje esencial del
novelista polaco, en unos instantes de es-
pera y contemplación. Conrad y sus per-
sonajes se confunden en el verso que dice:
“El hombre mide el vago tiempo con el ci-
garro”. Borges usará esta misma estrate-
gia en sus poemas posteriores. Para ello
su capacidad de síntesis se habrá aguzado
y perfeccionado hasta la maestría.
No en vano han transcurrido treinta
y cinco años hasta El Hacedor (1960), en
donde publica algunos poemas con el
tema que nos ocupa. Y transcurrirán cua-
renta y cuatro años para la aparición de
Elogio de la sombra (1969), poemario en
el cual el tema del escritor y su obra será
fundamental. En este poemario aparecen
dos poemas sobre James Joyce. El tema
ya había aparecido en otros escritos. Bor-
ges consideraba al irlandés un motivo
para poner en escena su poética, a estas
alturas (tenía ya sesenta y nueve años,
había escrito sus piezas más celebradas:
Ficciones o El Aleph-) todas abiertamente
antibarrocas. “James Joyce” e “Invoca-
ción a Joyce” son los poemas a los que me
remito. Antes de comentarlos, recordaré
al momento pasado en el que Borges dic-
tamina su primera sentencia sobre el Uli-
ses; el mismo que data de 1936, solo
catorce años después de la aparición de la
célebre novela, a la que Borges menciona
en su segundo cuento, publicado tímida-
mente en Historia de la eternidad, en
1936. Es el célebre “El acercamiento a Al-
motásim”. Dice, casi al final y en forma
enigmática: “Los repetidos pero insignifi-
cantes contactos del Ulises de Joyce con
la Odisea homérica, siguen escuchando –
nunca sabré por qué– la atolondrada ad-
miración de la crítica” (Borges, 1983, p.
278).
En el prólogo de El otro, el mismo
(publicado en 1964) usa a Joyce como
ejemplo del escritor que él mismo no ha
querido ser. Es una declaración de prin-
cipios que ha flotado en todo cuanto ha
escrito hasta este momento, pero ahora
dicha a plenitud. No se debe olvidar que
en 1963 América Latina continuaba presa
del concepto de vanguardia. Borges, en su
madurez, ha crecido de espaldas a ella. Su
camino personal ha sido el de un clasi-
cismo jubiloso. Quedó lejos el fugaz ul-
traísmo y las ilusorias innovaciones de los
modernismos. Dice en el mencionado
prólogo:
Los idiomas del hombre –- son tra-
diciones que entrañan algo de fatal. Los ex-
perimentos individuales son de hecho,
mínimos, salvo cuando el innovador se re-
signa a labrar un espécimen de museo, un
juego destinado a la discusión de los histo-
riadores de la literatura o al mero escán-
dalo, como el Finnegans Wake o las
Soledades […] Es curiosa la suerte del escri-
tor. Al principio es barroco, vanidosamente
barroco, y al cabo de los años puede lograr,
si son favorables los astros, no la sencillez,
que no es nada, sino la modesta y secreta
complejidad (Borges, 2010, p.163).
No obstante la crítica, en el soneto
“James Joyce” (en Elogio de la sombra,
1969), Borges utiliza un método que ha
perfeccionado: usa una forma narrativa
para apropiarse del universo del escritor
irlandés, en tanto ve en él una pregunta
similar a la que a él mismo le ha fascinado
siempre: el tiempo. La voz del poema em-
pieza siendo neutra. Casi imita a la tradi-
cional voz poética, aquella que simula una
forma de la omnisciencia. Esta parte ma-
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Borges: su poética y algunos poemas dedicados a escritores
yoritaria tiene un tono ensayístico en el
que se afirma: “En un día del hombre
están los días / del tiempo, desde aquel
inconcebible / día inicial del tiempo”
(Borges, 2010, p. 301). Pero en el verso
que cierra la segunda estrofa aparece una
primera persona: “el futuro, el ayer, lo
que ahora es mío”, dice. Entonces, en el
final (casi se podría decir en el desenlace),
esa voz se intuye como la de los protago-
nistas del Ulyses, aunque también podría
ser la de Joyce, tomando en cuenta que
tanto Leopold Bloom como Stephen De-
dalus se consideraron sus alter egos y,
desde luego, la del mismo Borges que
transforma en conmovedora plegaria el
pensamiento del personaje al que le hace
decir: “Dame, Señor, coraje y alegría /
para escalar la cumbre de este día”.
“Invocación a Joyce” (también en
Elogio de la sombra) es diferente. El
poema es largo y la voz poética está clara-
mente identificada con la de Borges. En la
primera parte, ésta habla desde el noso-
tros, que une a los artistas de aquella van-
guardia unánime. La crítica se transforma
en autocrítica afectuosa a los artistas que
confiaron en un destino adánico, léase
vanguardista: “jugábamos a ser el primer
Adán / que dio nombres a las cosas”, dice
Borges. Más adelante vuelve a su visión
definitiva, la que asume la posible inutili-
dad o arrogancia de la tarea puramente
experimental del arte: “Fuimos el ima-
gismo, el cubismo”, dice, y nosotros asu-
mimos que en la larga lista de ismos se
puede recordar el ultraísmo con el que
Borges estuvo tempranamente en con-
tacto en España, guiado por su amigo Ra-
fael Cansinos-Assens. Al mirar de lejos las
corrientes vanguardistas, dictamina, con
la sabiduría conocida, que muchos de
estos proyectos se convertirían, como de
hecho sucedió, en “conventículos y sec-
tas/ que las crédulas universidades vene-
ran”. Pero aparta a Joyce del resto, lo
exalta e invoca con paradójica admira-
ción. Los años han matizado la primera
desconfianza. Ahora Borges dice de
Joyce: “Tú, mientras tanto, forjabas / en
las ciudades del destierro, en aquel des-
tierro que fue / tu aborrecido y elegido
instrumento, el arma de tu arte, / erigías
tus arduos laberintos, infinitesimales e in-
finitos, / admirablemente mezquinos, /
más populosos que la historia.” Más ade-
lante, exalta, nuevamente, el valor y él
mismo se mira como un cobarde (algo en
lo que insistía en sus entrevistas). Unido
aun al nosotros dice: “Qué importa nues-
tra cobardía si hay en la tierra / un solo
hombre valiente, […] qué importa mi per-
dida generación, / ese vago espejo, / si tus
libros la justifican”.
De entre los novelistas anglosajo-
nes, Borges escribe además poemas sobre
Melville y Stevenson. El largo poema
“Herman Melville” aparece en La moneda
de hierro (1976) y se emparenta con los
dedicados a Conrad y Stevenson, en tanto
los tres frecuentan la novela de aventuras
y viajes marítimos. En el caso de Melville,
Borges hace una auténtica apología. El
lector y admirador trabajan junto al
poeta. Una pista erudita permite a Borges
hallar un origen insospechado de la mí-
tica ballena. En uno de los versos dice
sobre el escritor norteamericano: “Siem-
pre lo cercó el mar de sus mayores, / los
sajones, que al mar dieron el nombre /
ruta de la ballena, en que se aúnan / las
dos enormes cosas, la ballena / y los
mares que largamente surca” (Borges,
2010, p. 448). El hallazgo tiene el encanto
de un secreto develado. ¿Conocería Mel-
ville esta metonimia? Si no es así recor-
damos el papel esencial que un lector tan
extraordinario como Borges tiene en la
Textos y contextos Nº 20
100 Mayo 2020 - Octubre 2020
MERCEDES MAFLA
transformación de cuanto lee. Nueva-
mente el personaje y el héroe (Ahab y
Melville) se funden y se transforman en
metáfora del viajero. Estos versos lo ates-
tiguan: “Hombre, se dio a los mares del
planeta / y a las agotadoras singlaturas /
y conoció el arpón enrojecido / por Le-
viathán y la rayada arena / y el olor de las
noches y del alba / y el horizonte en que
el azar acecha / y la felicidad de ser va-
liente / y el gusto, al fin, de divisar Ítaca”.
Los argentinos
Tres poemas les dedica Borges a los
escritores argentinos: uno a Ricardo Güi-
raldes, otro a Manuel Mujica Láinez y el
tercero Hilario Ascasubi. El primero apa-
rece en 1969 en Elogio de la sombra y es
un soneto de homenaje personal. Lo que
destaca el poema son las cualidades per-
sonales del padre de Segundo Sombra: su
cortesía, su serenidad y su amor por la
música: “Nadie podrá olvidar su cortesía
[…] la primera / forma de su bondad, la
verdadera / cifra de un alma clara como
el día” (Borges, 2010, p. 305). Pero ade-
más Borges interpone el tiempo, entre el
viejo escritor de la pampa y él mismo. El
Poeta es uno solo. En el pasado se llamó
Güiraldes; hoy Borges: “Como en el puro
sueño de un espejo / (tú eres la realidad,
yo su reflejo) / te veo conversando con
nosotros”. El futuro, la muerte son para el
novelista “el abierto / campo de ayer, el
alba de los potros”, es decir el regreso al
origen.
En La moneda de hierro (1976) es-
cribe “A Manuel Mujica Láinez”. El tono
ensayístico es determinante, pero además
Borges se compara con el aristocrático
autor de novelas tan asombrosas como
Bomarzo (1962), El unicornio (1965) o El
laberinto (1974). Borges empieza reafir-
mando una de sus ideas más usuales: “la
eterna Escritura / tiene tantos sentidos
como lectores. Cada / versión es verda-
dera y ha sido prefijada / por Quien es el
lector, el libro y la lectura” (Borges, 2010,
p. 445), sentencia e inmediatamente com-
para la “versión de la patria” del amigo,
con la suya propia. Parecería que Borges
prefiere referirse a la obra quizá menos
relevante del colega, que a novelas como
las que he mencionado. No se puede per-
der de vista el año de publicación del
poema: 1976 que es el año del golpe mili-
tar en Argentina. Entonces el tema del
poema parecería ser el valor y la tierra de
origen, es decir la ética ante el totalita-
rismo ¿Cómo lo trató Mujuca Lainez?
Borges responde: “Tú versión de la patria,
con sus fastos y brillos, / entra en mi vaga
sombra como si entrara el día / y la oda
se burla de la Oda. (La mía / no es más
que una nostalgia de ignorantes cuchillos
/ y de viejo coraje)”. El final del poema es,
por otra parte, desolador. La pregunta
suena retórica: “Manuel Mujica Lainez,
alguna vez tuvimos / una patria -¿recuer-
das?- y los dos la perdimos”.
El soneto dedicado a Ascasubi
(igualmente publicado en La moneda de
hierro) esconde también una oculta deso-
lación por el estado de la política argen-
tina. Borges siempre se consideró un
anarquista; solía repetir que sus conciu-
dadanos no le entendían porque él no era
peronista, ni comunista, ni populista. Hi-
lario Ascasubi es recordado por ser un
poeta gauchesco. Es necesario señalar el
gran interés que Borges le concedió al es-
tudio de esta poesía. Su estudio sobre el
Martín Fierro es la prueba más conocida,
aunque también cabe mencionar el poe-
mario Para las seis cuerdas (1965) en el
cual ensaya varias milongas inspiradas en
Textos y contextos Nº 20
Mayo 2020 - Octubre 2020 101
Borges: su poética y algunos poemas dedicados a escritores
la poesía de los compadritos, los gauchos
y los cuchillos. Ascasubi fue un soldado
que enfrentó a Rosas, quien para Borges
representa el mismo mal que Perón y su
herencia. De una manera subliminal, Bor-
ges compara el mundo del poeta muerto
con los años terribles que vive su país en
ese entonces. Lejos queda la felicidad de
una Argentina de pampas y valientes y
modestos hombres. El valor vuelve a ser
glorificado. La voz poética es crítica y,
como en el poema a Mujica Lainez, se
identifica plenamente con el propio Bor-
ges. “Alguna vez hubo una dicha. El hom-
bre / aceptaba el amor y la batalla / con
igual regocijo”, dice. El presente es dis-
tinto. Con una claridad que suena a pro-
clama, Borges exclama: “La canalla /
sentimental no había usurpado el nombre
/ del pueblo.” Ascasubi ha sido traicio-
nado. La “aurora” de la patria ha sido “ul-
trajada”. El héroe que cantaba y luchaba
no existe más. Argentina está poseída por
el odio.
La admiración de Borges por Asca-
sibi viene de lejos. En su primer libro de
ensayo Discusión (1932) lo reivindica.
Más que considerarlo un “precursor bo-
rroso de Hernández”, le da un poder crea-
tivo superior al clásico de la poesía
gauchesca. Mientras Hernández tenía un
fin “limitadísimo: la historia del destino
de Martín Fierro referida por éste. No in-
tuimos los hechos, sino al paisano Martín
Fierro contándolos” (Borges, 2010, p.
192). Borges le critica a Hernández su de-
sinterés por el mundo del personaje, por
sus detalles y colores. Es en esta proliji-
dad en la que considera a Ascasubi supe-
rior. Dice sobre Hernández: “los muchos
bailes que necesariamente figuran en su
relato no son nunca descritos. Ascasubi,
en cambio, se propone la intuición directa
del baile, del juego discontinuo de los
cuerpos que se están entendiendo”. En el
poema del futuro, Borges alaba la multi-
plicidad de Ascasibi (hay que recordar
que escribía con varios seudónimos).
Dice: “Fue muchos hombres. Fue el can-
tor y el coro; / por el río del tiempo fue
Proteo”. Pero en el presente, la leyenda
del valiente ha terminado y concluye el
poema con una dolorosa sentencia: “Hoy
somos noche y nada”.
Los poetas españoles
El primer poema que Borges le de-
dica
a un poeta es el que escribe sobre
Quevedo en El Hacedor (1960). Se titula
“A un viejo poeta” y así da inicio a una
prolongada declaración de lealtad y ad-
miración, y convierte al poeta español en
el Virgilio de cuya mano vuelve a la poe-
sía, después de décadas. El soneto en
cuestión ubica a Quevedo mientras ca-
mina por Castilla, sin siquiera verla. Bor-
ges lo imagina abstraído, tratando de
comprender “Un intrincado / versículo
de Juan [que] es tu cuidado” (Borges,
2010, p. 127). Seguramente el versículo
es: “Al principio existía la Palabra y la Pa-
labra estaba junto a Dios, y la Palabra era
Dios”, porque Borges sabe que Quevedo
es el poeta del pensamiento, por antono-
masia. Diez años antes en Otras inquisi-
ciones había escrito: “La grandeza de
Quevedo es verbal”, “Quevedo […] todo
lo salva, o casi, con la dignidad del len-
guaje”, “Las mejores piezas de Quevedo
[…] No son oscuras; eluden el error de
perturbar, o de distraer, con enigmas, a
diferencia de otras de Mallarmé, de Yeats
y de George. Son […] objetos verbales,
puros e independientes como una espada
o como un anillo de plata” (Borges, 1983,
p 342).
Textos y contextos Nº 20
102 Mayo 2020 - Octubre 2020
MERCEDES MAFLA
“A un viejo poeta” no nombra a
Quevedo directamente, solo al final,
cuando se cita el famoso verso de su
poema “Memorial inmortal de Don Pedro
Girón, Duque de Osuna, muerto en pri-
sión” que dice: “Y su epitafio la sangrienta
luna”, se entiende que es de Quevedo de
quien se habla. Y Quevedo camina, mien-
tras piensa. Borges lo ve a través del
tiempo y repara en que el poeta ignora el
paisaje. “y apenas reparaste en la amarilla
/ puesta del sol”, le dice en tono apelativo.
A Quevedo el paisaje no le habla, como lo
hará más tarde a los románticos. Él
piensa en la Palabra, no obstante, Borges,
en el mencionado ensayo llamado justa-
mente “Quevedo”, dice que la obra poé-
tica de Quevedo “Comprende pensativos
sonetos, que de algún modo prefiguran a
Wordsworth”, Tal vez porque el poeta in-
glés intuía que su visión de la naturaleza
era una ilusión.
A propósito de otros poetas españo-
les, Borges usa la palabra “cuidado” como
“temor”, y hace así un homenaje a la pa-
labra usada por dos de los poetas españo-
les fundamentales: Fray Luis y San Juan.
El primero la usa en “Vida retirada”:
“¿Qué presta a mi contento, / si soy del
vano dedo señalado, / si en busca de este
viento / ando desalentado / con ansias
vivas, y mortal cuidado?” y San Juan; en
la estrofa final de “La noche oscura del
alma”: “cesó todo, y dexéme / dexando mi
cuidado / entre las azucenas olvidado”.
Cabe señalar que Borges menciona a
ambos poetas con admiración. En “Es-
paña”, (El otro, el mismo) dice: “estás Es-
paña silenciosa, en nosotros […] España
del Islam, de la cábala / y de la noche os-
cura del Alma”. A Fray Luis lo menciona
especialmente en el hermoso prólogo de
La cifra (1981) en donde da cuenta de su
contacto con la poesía “intelectual”. Dice:
“Ejemplo de poesía intelectual es aquella
silva de Luis de León, que Poe sabía de
memoria: “Vivir quiero conmigo, / gozar
quiero del bien que debo al Cielo, / a
solas, sin testigo, / libre de amor, de celo,
/ de odio de esperanza, de recelo” (Bor-
ges, 2010, p. 163).
En 1964, Borges escribe su libro de
poesía más significativo: El otro, el
mismo y más que ningún otro poemario,
éste es un auténtico paseo por la literatura
que el maestro ha frecuentado toda su
vida. Junto a las loas, homenajes, sintéti-
cos ensayos que esconden estas piezas,
hay algunos otros que, como en los ejem-
plos señalados antes, también aparecen
verdaderos ajustes de cuentas o críticas a
poetas y a poéticas que Borges no aprecia.
El caso más elocuente es el poema “Balta-
zar Gracián”, quizá el más duro que haya
escrito sobre poeta alguno. La voz es nue-
vamente narrativa y es la del propio Bor-
ges, enmascarado como “voz poética”. La
dura crítica empieza equiparando la poe-
sía del poeta barroco a un juego en la
nada. El uso de la retórica, entendida
como el abuso y el vaciamiento del len-
guaje, es la primera prueba en este impla-
cable juicio: “Helada y laboriosa nadería,
fue para este jesuita la poesía, / reducida
para él a estratagemas” (Borges, 2010, p.
189). ¿De dónde viene esta incapacidad?
Borges da una respuesta fatal: “No hubo
música en su alma”, sentencia y abunda
en consideraciones éticas: “la veneración
de las astucias / y el desdén de lo humano
y sobrehumano”. Es decir, el juicio a Gra-
cián es inevitablemente estético y ético.
Pero además hay agravantes: Gracián,
según Borges, no estaba movido por la
“antigua voz” y no solo se refiere a la dis-
tancia entre Gracián y Homero o Virgilio,
sino a la incomprensión del profundo
misterio de la muerte de Cristo. Doble crí-
Textos y contextos Nº 20
Mayo 2020 - Octubre 2020 103
Borges: su poética y algunos poemas dedicados a escritores
tica entonces: ética y estética. ¿Qué surge
de la impostura? Un adefesio, dice Borges
echando mano de su célebre habilidad
para el humor maledicente. Gracián al ver
las estrellas las “apodó con palabra peca-
dora / gallinas de los campos celestes”.
Gracián muere en la quinta estrofa del
poema, que se pone vagamente narrativo
y el contador se imagina el encuentro
entre el pedestre Gracián (siempre según
Borges) con la gloria. Lo imagina sorpren-
dido ente el fulgor de “los Arquetipos y
Esplendores”, ante “el inexorable / sol de
Dios, […] La Verdad”. Pero en la última y
lapidaria estrofa conjetura un final sin
gloria: “Sé de otra conclusión. Dado a sus
temas / minúsculos, Gracián no vio la glo-
ria / y sigue resolviendo en la memoria /
laberintos, retruécanos y emblemas”.
La vehemencia crítica de este
poema me ha hecho pensar que Borges
vio en el poeta español un perfecto mo-
delo de todo cuanto él mismo desdeñaba
de alguna escritura, no precisamente pa-
sada, sino quizá muy presente para él. ¿El
experimentalismo extremo de las van-
guardias le habrá llevado a Borges a com-
parar la palabrería preciosista y muchas
veces vacua de Gracián con la naciente re-
tórica en la que todo valía? ¿Las “gallinas
de los campos celestiales” no se asemejen
formalmente a los saltos al abismo tantos
barroquismos latinoamericanos? Quizá. Y
aunque nunca he entendido del todo el
malestar que a Borges le causaba la retó-
rica especialmente surrealista, hoy creo
entender que él vio en el método un ca-
mino que, aunque redefinió la libertad
creativa, también abrió una puerta al ex-
ceso y a la vacuidad. Hablo de su estela
decadente que aun hoy enmascara la falta
de rigor en repetitivas argucias.
Tal vez para contribuir a descifrar
estas veladas alusiones críticas, el poema
“Rafael Cansinos-Assens” puede ayudar.
También fue publicado en El otro, el
mismo y este soneto hace referencia,
como ya he dicho anteriormente, al amigo
y maestro de juventud de Borges, gracias
a quien importó desde España el ul-
traísmo. Borges conoció a Cansinos-As-
sens en su juventud, pero lejos de hacer
una posible apología nostálgica o senti-
mental de este encuentro que fue defini-
tivo para ambos, le dedica a su maestro un
poema en el que lo aparta de la juventud
entusiasmada por el futurismo y su conse-
cuencia, el ultraísmo, y celebra la devo-
ción de Cansinos-Assens por su cultura
judía, a la que consagró amplios estudios
y traducciones. No se puede desconocer la
paradoja: aquel llamado a ser recordado
como el guía de la innovación, termina
siendo festejado como un hijo de Israel,
fiel a su amor por el Libro. Borges no usa
el evocativo. Lo presenta en segunda per-
sona. Hace un retrato espiritual: “Bebió
como quien bebe un hondo vino / los Psal-
mos y el Cantar de la Escritura / y sintió
que era suya esa dulzura / y sintió que era
suyo aquel destino. / Lo llamaba Israel”
(Borges, 2010, 225).
En 1985, un año antes de su muerte,
sucedida el 14 de junio de 1986, Borges pu-
blicará su último poemario: Los conjura-
dos. La muerte está presente en él. Muchos
amigos y amores se han ido y de ellos el
poeta se despide negando la muerte, can-
tando el porvenir sostenido en los hom-
bros de los conjurados, aquellos que se han
reunido para proteger el mundo. No hay
casi escritores ya a quienes referirse (salvo
un canto al inolvidable Sherlock Holmes);
pero muy significativamente, Borges es-
cribe un duro poema titulado “Góngora”.
Este es el último poema dedicado a un es-
critor. El camino comienza con Quevedo y
se termina con Góngora.
Textos y contextos Nº 20
104 Mayo 2020 - Octubre 2020
MERCEDES MAFLA
Es el mismísimo Góngora quien
habla, más bien se confiesa, incluso podría
decirse que Borges le hace arrepentirse de
algunas cosas. La crítica está implícita y es
tan arriesgada como la que solo un an-
ciano sabio o caprichoso, en vísperas de la
muerte puede proferir sin temor. ¿Cuál es
la confesión? ¿El paganismo? “Marte, la
guerra. Febo, el sol, Neptuno, / el mar que
ya no pueden ver mis ojos […] Tales des-
pojos / han desterrado a Dios, que es Tres
y es Uno / de mi despierto corazón” (Bor-
ges, 2010, p. 623) le hace decir. Más aún:
le ha faltado individualidad. No en vano la
preferencia de Borges por el temible Que-
vedo, contradictorio y conmovedor. En
cambio, el Góngora de Borges se asume:
“Cercado estoy por la mitología. / Nada
puedo. Virgilio me ha hechizado. / Virgilio
y el latín”, dice.
Y más adelante, lo que Borges ya ha
dicho: su oposición a la retórica de la opa-
cidad: “Hice que cada / estrofa fuera un
arduo laberinto / de entretejidas voces”,
continúa el Góngora del argentino. Pero
finalmente el personaje se engrandece y
en estos versos, Borges (como los llama-
dos poetas del 27) se reconcilia e identi-
fica con el andaluz orgulloso: “Tal es mi
extraño oficio de poeta. / ¿Qué me impor-
tan las befas y el renombre?”. Es decir que
es la dignidad de la vida y no la vana com-
plejidad del barroco gongorino lo que
Borges aprecia del poeta.
Si desde la época de la Colonia
hasta el neobarroco, Góngora ha sido el
santo patrono de la poesía latinoameri-
cana, resulta difícil no entrever una crítica
a toda esta larga línea de sucesión. Borges
está fuera de la corriente, quizá por ello
en el poema “Góngora” le haga decir final-
mente al personaje: “Quiero volver a las
comunes cosas: / el agua, el pan, un cán-
taro, unas rosas…” “las comunes cosas” o
las palabras usuales son las que mejor ci-
fran la diáfana poesía borgiana, frente a
la apabullante mayoría gongorina. No en
vano Quevedo es el poeta en español que
acompaña a Borges hasta el final. Cito
nuevamente, y para terminar, el epílogo
de las Obras completas de 1996 en el cual
queda definida la relación de Borges con
las letras españolas. Usando la voz de un
supuesto biógrafo futuro, dice con sabi-
duría y humor, acerca de sí mismo “Sus
preferencias fueron la literatura, la filoso-
fía y la ética. Prueba de lo primero es lo
que nos ha llegado de su labor, que sin
embargo deja entrever ciertas incurables
limitaciones. Por ejemplo, no acabó
nunca de gustar de las letras hispánicas,
pese al hábito de Quevedo”.
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Mayo 2020 - Octubre 2020 105
Borges: su poética y algunos poemas dedicados a escritores
Textos y contextos Nº 20
106 Mayo 2020 - Octubre 2020
MERCEDES MAFLA
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