rales. La pregunta es, ¿se pueden hacer
mejores contenidos?
Desde luego, en el aspecto técnico y
narrativo, lejos está el Ecuador de produ-
cir contenidos del nivel de Hollywood,
Europa, México o Colombia, aunque su
actualización es inminente. Pero, eviden-
temente, la discusión no circula alrededor
de estos tópicos, sino que tiende a dete-
nerse en cuestiones morales, en un re-
chazo flagrante a estas manifestaciones,
ciertamente populares.
Shakespeare, padre del canon occi-
dental, genio máximo de la literatura uni-
versal, goza de un prestigio sin parangón.
Sus obras, comedias, tragedias, poemas o
sonetos, son enmarcados, casi sacraliza-
dos en bibliotecas, museos y universida-
des. No hay oposición a la difusión de sus
carnales, violentas y espectaculares crea-
ciones. Los niños van alegremente a ver
El Rey León, adaptación de Hamlet,
acompañados de sus padres, y el cuento
de Romeo y Julieta atraviesa el imagina-
rio nacional sin pudor alguno. Pero es ta-
jantemente repudiado el acceso libre a Mi
Recinto o En Carne Propia.
Este doble standard para medir las
obras es realmente peligroso. La función
del teatro de Shakespeare tiene poco que
ver con la virtud cívica o la justicia social.
No tiene teología, ni metafísica, ni ética,
y mucho menos ideas políticas (Bloom,
1994, p. 66). Lo que no se le exige a Sha-
kespeare se le exige a los creativos y pro-
ductores nacionales. Y, al no lograrlo
—porque tampoco es su intención inten-
tarlo—, se los termina demonizando como
promotores de las malas costumbres. Su
creatividad, sagacidad y conexión con el
mundo de lo popular es, en cambio, rara-
mente valorizado.
Lo problemático, en todo caso, no
es la baja opinión que puedan tener los
analistas, sino el constante intento de
deslegitimación que sufren. El periodista
César Ricaurte, en un artículo publicado
en El Universo a propósito del programa
Mi Recinto, se pregunta si se puede hacer
comicidad sin conocer aquello que se ca-
ricaturiza. A lo que responde, que el pro-
grama “posee estereotipos que son un
despropósito total: violencia sexual y
agresión a la mujer, uso de las armas de
fuego descuidado y sin razón y, por úl-
timo, el racismo” (Ricaurte, 2006).
Retomando la disertación de lo po-
pular de Yépez, este tipo de discursos
quieren evitar que se visibilice el rompi-
miento de grietas, porque para quienes
defienden este tipo de posiciones, lo po-
pular simplemente no puede conside-
rarse culto, justamente porque lo culto es
una de las banderas con las que se defien-
den distinciones sociales que se perderían
al incluir a lo popular en el mundo esté-
tico (Yépez, 2012).
No se puede desconocer estos ras-
gos apuntados por Ricaurte en Mi Re-
cinto, como tampoco en Ecuador Tiene
Talento, El Combo Amarillo, Combate,
Vivos o 3 Familias. Pero tampoco en
Hamlet, La Fierecilla Domada, Macbeth,
Tito Andrónico o Romeo y Julieta.
Ni Shakespeare, ni los productores
de Mi Recinto, son montubios o daneses,
ni mercaderes o taxistas. La representa-
ción es un juego de convivencia entre la
realidad y las metáforas.
Sólo en la auténtica legitimación de
la producción televisiva nacional podre-
mos sostener una discusión amplia, que
involucre y no utilice y menosprecie a los
sujetos representados y representadores.
Que asuma sus lenguajes, sus deseos, sus
miedos y sus perversiones. El gran enigma
de Shakespeare no es su talento ni su su-
blimación del mundo, tampoco sus perso-
Textos y contextos Nº 20
144 • Mayo 2020 - Octubre 2020
DANIEL A. MONTENEGRO-SANDOVAL