espacial que implica ausencia de cualquier
contacto directo entre el impregnante y la
impresión. Dicho de otro modo, antes de ser
eventualmente un asunto de espejo, la ima-
gen fotográfica es siempre un asunto de dis-
tancia: es el resultado de una distensión
espacial. Bien lo saben los fotógrafos: su mi-
rada siempre está en función de la distancia
«correcta». Esta lógica de la distanciación
es al mismo tiempo una lógica de la ruptura.
Se extrae, en el pleno sentido de la palabra,
la impresión del espacio físico que la ori-
gina: antes de ser añadida al mundo del re-
ceptor, es restada del mundo del emisor.
(Schaeffer 1990, 14)
Con esto entendemos que la imagen
fotográfica para nuestra informante de-
viene en una causalidad de un hecho o su-
ceso físico, que además puede ser
entendido subjetivamente, pero no por
ello deja de tener un referente fáctico que
ha sido capturado en un momento deter-
minado de su existencia. Por lo tanto,
desde la perspectiva de Charles Sander
Pierce, existe en su base una representa-
ción indicial o “analógica” de la imagen
fotográfica (en Schaeffer 1990, 25), esto
implica que hay una relación causal y con-
tinua entre la realidad capturada, la ima-
gen y la interpretación, especialmente
porque la fotografía está impregnada a su
referente o, como dice Barthes, ambos
están “marcados por la misma inmovili-
dad amorosa o fúnebre […] están pegados
uno al otro” (2013, p 33).
Seguidamente, la fotografía está
anclada a un instante muerto, a un ves-
tigio del pasado, que, además, “repite
mecánicamente lo que nunca más podrá
repetirse existencialmente” (2013, p. 31).
Con ello arribamos a nuestro siguiente
problema, que es el de la incesante bús-
queda de la perennización de la memo-
ria que los sujetos tienen y, en otros
casos, el miedo al olvido, que son varia-
bles que en nuestro proceso de foto-eli-
citación con Josefa Paredes se develaron
en distintos momentos mientras hilva-
nábamos la conversación alrededor de
sus fotografías.
Por lo tanto, no hay memoria al
margen de la subjetividad, incluso las
imágenes nos son devueltas para resigni-
ficarlas en medio de profundas contradic-
ciones emocionales, que se desplazan
entre el horror y el deseo que nos produce
el recuerdo. Por tanto, lo que vemos nos
mira, exigiendo cada vez más nuevos sen-
tidos, aunque exista “una voluntad de li-
mitarse a cualquier precio a lo que vemos”
(Didi-Huberman, 2010, p. 21).
No obstante, la subjetividad de la
mirada no anula el diálogo con esa otra
dimensión colectiva de la memoria, al
contrario, se mezcla con la experiencia de
cada uno de los sujetos. En este sentido,
Josefa, durante la revisión de su perfil,
cuenta no sólo su experiencia, sino tam-
bién la de otros actores (familiares, ami-
gos, compañeros) que han sido parte de
su vida, sea que estén o no incluidos en la
fotografía, pero que han sido evocados y
actualizados en su presente tras la reme-
moración del pasado que le reclama la
imagen.
En las fotos siempre me acompañan
generalmente mis amigos y mi familia.
Son fotos que puedo compartir para que
otras personas las vean, pero que sean
esos momentos lindos que he pasado
junto a las personas que quiero. En esta
foto por ejemplo [Ver imagen 1], recuerdo
que salimos de la ‘U’ a tomar cervezas
porque a los tres nos había ido mal en un
examen, pero la verdad la pasamos muy
bien, reímos hasta que nos dolió la ba-
rriga a pesar de nuestra propia desgracia.
(J. Paredes, entrevista, 12 de diciembre de
2019).
Textos y contextos Nº 21
Noviembre 2020 - Abril 2021 • 57
Los desplazamientos de la memoria: imagen y redes sociales