Textos y contextos Nº 21
Noviembre 2020 - Abril 2021 161
La imposibilidad de corregir la memoria: Insensatez de …
La semilla rojinegra.
Relatos de la amazonía ecuatoriana
Quito: Edición de Autora • 224 páginas
Milagros Aguirre A. 2020
Milagros Aguirre lleva casi dos décadas enviándonos señales de
humo con la secreta esperanza de que aprendamos a reconocer las señas
de identidad de esa región que Miguel Ángel Cabodevilla bautizara en
algún lance literario como la región del olvido. La pluma de Milagros
vuelve a trazar los contornos de esa región que sigue siendo una gran des-
conocida para la media general de los ecuatorianos más allá de las postales
turísticas y algunos flashes disparados esquivamente sobre los rostros de
los indígenas amazónicos en alguna rueda de prensa, en alguna demos-
tración callejera en las calles de Quito, Puyo o New York, donde los rostros
pintados y los cuerpos ataviados con vestidos tradicionales aún arrancan
algún suspiro nostálgico por la estampa del buen salvaje.
La amazonía que nos propone la mirada de Milagros es distinta.
Es una mirada que nos demanda un plano en profundidad. Hemos de estar
atentos a todos los elementos y actores que componen esta región. No hemos
de echar luz solamente sobre los maravillosos plumajes de las guacamayas, sobre la desenvuelta sonrisa prodigada
por el rostro wao, o la serpenteada trayectoria de los ríos color chocolate que atraviesan apenas como hilos el inmenso
verde oceánico de la selva. Tampoco hemos de resignarnos a componer una fotografía sombría sobre esa selva
herida, llena de cicatrices de oleoductos, carreteras, taladores de, cada vez menos, finas y abundantes maderas.
La semilla rojinegra es un libro de crónicas. A primera vista resulta difícil creerlo, tanto es así que los
primeros editores retornaron el manuscrito alegando que se trataba de un libro de cuentos. En estos relatos
existe una gran riqueza de recursos narrativos. Es imposible no sucumbir a la tentación del desvelo porque
el ritmo fluye y nos exige adentrarnos cada vez más en las profundidades del libro.
Muchos de los personajes aquí plasmados me son familiares de primerísima mano y, sin embargo,
después del libro de Milagros, me quedo con la sensación de que necesito mirarlos nuevamente a la luz del
código poético con el que la autora los ha inscripto. Me parece que ha logrado lo que todo artista, en un sen-
tido estricto, se propone: hacernos dudar de la realidad, retratarla a la luz de otros tonos y miradas. Y sobre
esto, un último punto a destacar: la exquisita sensibilidad con la que Milagros puede ponernos en la piel de
estas personas, que son, al mismo tiempo, personajes.
Pero la culpa no solo es de Milagros. ¿Quién puede imaginar que, a estas alturas del mundo, en este
tiempo marcado por el signo de la hipermodernidad, donde lo humano parece verse rebasado por la totaliza-
ción del lenguaje tecnocientífico, por la creación de esferas de la realidad sujetas al algoritmo del big data, a
DOI: https://doi.org/10.29166/tyc.v1i21.2701
Textos y contextos Nº 21
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HORACIO CASTELLANOS MOYA
la manipulación mercantil de las emociones, en donde toda singularidad parece disolverse en un universo
congelado la razón instrumental, aún existen rincones del mundo donde se teme la ira mortal de San Gonzalito
y su libro de la muerte, donde los enfermos convalecen y sucumben bajo enfermedades mágicas, enviadas
por el poder alquilado de algún shamán y sus flechas invisibles, donde los charlatanes de feria conservan aún
el poder la fascinación mientras instalan sus inverosímiles carpas de circo, con su legión de leones famélicos
y equilibristas del hambre, en aquella pequeña ciudad dibujada por los trazos inconstantes del petróleo?
Personajes de una selva transformada, de una selva herida, de unas periferias persistiendo en el es-
fuerzo de imitar a sus centros. Poblados donde cada quien intenta ganarse el derecho a la supervivencia, unos
de las formas más canónicas y otros de las no tan santas. Un paisaje poblado de ciudadanos del trópico: ase-
sinos a sueldo, mesalinas con demasiados años a cuestas, estafadores experimentados, arranchadores de es-
quina, colonos profesionales, mujeres supervivientes de las decenas de violencias que se entrecruzan en la
selva, en fin, un ejército imperceptible de sombras, de “nadies”, apenas sobrevivientes, esperando el milagro
del cambio de suerte, el giro que les permita trocar destinos y cambiar de lugar.
Las crónicas que nos presenta Milagros Aguirre pueden ser vistas como un verdadero rompecabezas,
como un modelo para armar. Las crónicas van colocando las diversas tonalidades que posee la vida en estos
territorios, siempre provisionales, para quienes siguen llegando de todas partes a habitarlos. Un puzzle donde
las piezas no encajan, donde se superponen unas a otras. Un tapiz a medio hacer y con los hilos deshilvanados.
Un espejo roto en donde mirarnos.
Quien quiera acercarse a estos textos alcanza a mirar a través de ellos no solamente el rostro del
oriente” o el de la “amazonía herida, sino que a lo mejor descubre que en ese espejo roto a veces se mira
de mejor manera el rostro del país. ¿Y si esta amazonía rota fuese en realidad el rostro del país? ¿Y si esa mo-
dernidad esquiva a los territorios de la selva fuese en realidad el rostro verdadero de la modernidad?
Estoy seguro de que esta idea ha llevado demasiado adelante esta imagen goyesca y estoy seguro de
que los textos de Milagros están lejos de transmitir esta mirada. En estricto rigor, de los relatos se desprende
no una denuncia altisonante, no una mirada horrorizada de la selva, sino un relato en donde lo humano apa-
rece en todos sus tonos. Somos capaces de lo peor y de lo mejor. Y ese testimonio está escrito allí para recordar
que hoy en día varios relatos son posibles y actuales desde la selva.
También está, por ello, ese relato de los pueblos emergentes de la selva que Milagros bosqueja tan
luminosamente para que seamos capaces de comprender la amplitud y multiplicidad que posee el concepto
de persona en cada cultura; la sutil belleza, la ternura y el empeño de los habitantes de la selva – kichwas,
waorani y shuar aparecen en los relatos – para intentar fabricarse una morada en este recodo apurado del
tiempo y de lo moderno. Morada contrahecha, fabricada no como alternativa civilizatoria ni como redención
cultural para los blancos, apenas el deseo expresado de los pueblos sintetizado en la frase acuñada por Penti
Baihua, waorani del Cononaco: ¡Dejen vivir!...
Es imprescindible dar un espacio a los textos de La semilla rojinegra. Siempre he pensado que son esa
marca de muesca donde deberíamos posar los ojos para seguir creciendo en el diálogo, en la comprensión,
en la formulación de una ética y una postura civilizatoria más acordes a los claroscuros de esta selva.
David Suárez
Correo: davidalejandrosuarez3@gmail.com