Textos y contextos Nº 22
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El estallido de octubre: apuntes críticos sobre la foto emblemática…
La necesidad del otro en el cuento
El antropófago de Pablo Palacio
The need of the other in the story
El antropófago by Pablo Palacio.
Fernando Vinces Díaz
Comunicador Social con énfasis en Educomunicación, arte y cultura por la Universidad Central del Ecuador. Especialista Superior en
Educación y Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha colaborado con Ineval
en la elaboración de reactivos para las pruebas Ser Maestro y Ser bachiller.
Correo: fernando.vinces@outlook.es
Resumen
Esta investigación aborda la dicotomía civilización-barbarie como un discurso que se plasmó en el cuento El antropófago de Pablo
Palacio gracias a las transformaciones e intromisión de la modernidad en el Ecuador de inicios del siglo XX. A través del análisis dis-
cursivo se develará el inconsciente del texto para dar respuesta a la siguiente interrogante: ¿es la exclusión una estrategia civilizatoria
o también la practica la barbarie?
Palabras clave: discurso, civilización-barbarie, nosotros-otro, exclusión, imaginarios
Abstract
This research addresses the civilization-barbarism dichotomy as a discourse that was embodied in the story ¨ El antropófago ¨ by Pablo
Palacio due to the transformations and the interference of modernity in Ecuador at the beginning of the 20th century. Through a dis-
cursive analysis, the unconscious of the text will be revealed to answer the following question: is exclusion a civilizing strategy or is
it also practiced by barbarism?
Keywords:discourse / civilization – barbarism / us – the other / exclusion / imaginaries.
Recibido: 26-03-2021 • Aprobado: 16-04-2021
DOI: https://doi.org/10.29166/tyc.v1i22.3003
Introducción
La dicotomía nosotros-otro ha es-
tado presente en algunos estudios de
Europa, pero con matices; algunos in-
vestigadores colocaron la mira sobre los
problemas de la otredad desde perspec-
tivas ligadas a lo étnico, lo extranjero,
la marginalidad, la moral y la antonimia
entre campo y ciudad, y permitieron
comprender que, en primera instancia,
el dilema de la exclusión en la realidad
europea posee varias aristas que coinci-
den en que el otro siempre es el rele-
gado, el perseguido, el no-normal, pero
también, el mal necesario. Así, por
ejemplo, la obra de Nuzzo (2003) estu-
dia el pensamiento de Giambattista
Vico, renacentista, para concluir que la
forma de ver la historia de este filósofo
parte del reconocimiento de un ele-
mento natural que ha sido superado en
varias fases, pero que siempre está pre-
sente, y que, sin él, la Humanidad no
habría podido alcanzar su estado de ra-
cionalidad. A esto le llamó barbarie.
Esta investigación es el mejor punto de
partida para estudiar la dicotomía no-
sotros-otro y cómo se ha visto en Eu-
ropa, puesto que Friese (2004), más
adelante, corroboró que Europa se ha
construido como una identidad única,
unida bajo preceptos como el cristia-
nismo, la razón y la guerra, pero que, en
realidad, siempre fue descentrada, con
identidades y otredades que intentó
negar pero que en la modernidad y con
la aceleración de los intercambios hu-
manos se pusieron en evidencia, por lo
que el continente atraviesa una crisis de
identidad. Con estos análisis quedó
claro que el humano occidental se iden-
tificó desde el bárbaro, la otredad, lo
que atrajo a Rea (2006) y Re (2012)
para analizar el fenómeno migratorio y
deducir que son, precisamente, los ex-
tranjeros quienes han contribuido a
construir la autoconcepción europea,
puesto que quien llega de otro lugar es
el no-europeo, cuyos rasgos se conciben
como alejados de lo civilizatorio y, de
esta manera, ayudan a construirlo. Sin
embargo, estos no fueron los únicos as-
pectos en los que se evidencia la otre-
dad del continente, ya que Almazán
(2016) y Cuadrada (2015) la observaron
en la marginalidad referente al campo
y lo excluido, es decir, no es solo el ex-
tranjero quien constituye el otro en Eu-
ropa. Estas investigaciones son
curiosas, porque demuestran que el
orden civilizatorio occidental parte de
la expulsión del otro, lo que plantea una
seria pregunta: ¿es solo en estos espa-
cios, lo extranjero, lo marginal y lo
rural, que se construye la identidad oc-
cidental? Parrilla (2007) es quien res-
pondió esta duda, ya que explicó que el
otro, en el orden civilizatorio, se ex-
presa en cualquier persona o grupo al
que se le atribuya el epíteto de animal o
salvaje, lo que significa que lo no racio-
nal es la contradicción del nosotros.
Las reflexiones e investigaciones al-
rededor de esta temática tuvieron tam-
bién especial relevancia en América
Latina, pero con una curiosa variante, y
es que, al haber estado colonizada por eu-
ropeos, la región fue, precisamente, el
lado excluido, ese otro-animal del que
habló Parrilla, así que los intentos de los
pensadores se enfocaron en reestructurar
esta asociación de lo latinoamericano con
la otredad europea. Por tal motivo, uno
de los primeros intentos por reflexionar
sobre el tema se dio cuando se conforma-
ban los Estados-nación, pues la genera-
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ción de una patria única planteaba la
duda sobre la identidad de la región.
Aquí, Sarmiento (1845) tuvo especial re-
levancia, ya que sus ideas derivaron en
una América Latina que buscó aprender
la cultura europea, asimilarla como para-
digma de desarrollo y luz. Ante esto, se
gestaron perspectivas acerca de si la re-
gión debía imitar a Europa o si el camino
estaba en la recuperación de lo bárbaro,
adjetivo otorgado por los colonizadores a
los pueblos sometidos en América, el otro
de Europa (Todorov, 1998). Fernández
Retamar (2004) es uno de quienes se
destacan en este dilema, pues propuso
que la identidad de la región debía ser la
del caníbal, la antropofagia, no la imita-
ción de Europa. Estos constituyeron in-
tentos filosóficos y ensayísticos que
propiciaron un debate de décadas. Rodrí-
guez Jiménez (2014) aportó desde una
investigación sobre la propuesta de Martí
y concluyó que, si bien es cierto que el
pensamiento de Sarmiento fue preponde-
rante, en la región también se ha defen-
dido, de diversas maneras, la perspectiva
de que la relación entre lo humano y lo
natural, lejos de ser rechazada debe ser
asimilada y colocada como bandera. Este
debate se plasmó en las obras literarias,
pues, generalmente, contaron historias
con la balanza inclinada hacia el lado de
Sarmiento, algo que se aprecia gracias al
estudio de Ozoukouo (2013), quien in-
dagó en algunos relatos latinoamericanos
y descubrió que esta dicotomía se en-
cuentra plasmada en los personajes cam-
pesinos y urbanos, siendo los primeros
quienes quedan relegados.
Por otro lado, Santamarina (2005)
desarrolló un completo estudio sobre la
dominación mexica y su trabajo permitió
comprender que la imposición ideológica
del Estado imperial azteca se derivó, pre-
cisamente, de la exclusión del otro-con-
quistado, lo cual sucedía de dos maneras:
la primera, mediante los sacrificios de pri-
sioneros de guerra, que posicionaban el
discurso religioso de los vencedores me-
xicas como el imperante, en el cual se sos-
tenía que ellos debían realizar estos actos
para apaciguar con sangre la furia divina,
lo que solo funcionaba debido a la impo-
sición religiosa, que actúa como la se-
gunda manera de exclusión, ya que el dios
mexica Huitzilopochtli fue sobrepuesto al
Quetzalcoatl tolteca que, evidentemente,
quedaba relegado y excluido, generando
un nuevo culto que correspondía a la cul-
tura dominante. Asimismo, el otro gran
imperio de América, los incas, se caracte-
rizó por la exclusión de los conquistados,
aunque con menos ferocidad, debido a
que los conquistadores permitieron a los
pueblos sometidos que mantuvieran cier-
tas costumbres y creencias, pero debían
adoptar el culto al sol como religión hege-
mónica, además del quechua (Ayala
Mora, 2008). Esto demostró que la exclu-
sión con el fin de imposición estuvo pre-
sente desde la etapa precolombina y, por
lo tanto, aporta ideas ligadas a lo otro
desde una perspectiva holística y no úni-
camente colonial. En todo caso, es conve-
niente aclarar que, en rigor, la civilización
y la barbarie son la forma de ver la exclu-
sión desde el discurso civilizatorio euro-
peo, sin embargo, se enmarcan en la
generación de la otredad como estrategia
identitaria y de dominación.
Con esta influencia en la región,
en Ecuador se desarrollaron también
varios estudios, como el de González
(1996), en el que se observa que la ins-
tauración de la modernidad es la causa
de que aparezcan las ciudades, lo que
genera la exclusión hacia lo campesino,
una realidad muy notoria en los prime-
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
ros pasos de la república. Esta preocu-
pación se trasladó al campo de las re-
presentaciones artísticas y aquí
destacan Martín (2010) y Vega (2014),
en cuyos trabajos se aprecia que el otro
es representado en asociación a lo mar-
ginal o al campo, pero siempre como el
excluido. En el campo ensayístico, Gri-
jalva (1997) es quizás quien presenta un
panorama amplio al estudiar la obra
Las Catilinarias del escritor ambateño
Juan Montalvo, lo que trasladó la mi-
rada hacia las letras y la dicotomía civi-
lización-barbarie, en donde Rodríguez
Albán (2006) adquiere vital importan-
cia debido a su análisis de la literatura
ecuatoriana y su conclusión acerca de la
identificación entre civilización-barba-
rie y razón-sin razón, urbano-rural o
bueno-malo. Quizás lo indispensable de
esta autora radica en que demostró que
la literatura es un producto que denota
la influencia de la modernidad en Ecua-
dor, pues en las letras, necesariamente,
se plasma la realidad social. Los traba-
jos de Palacios (2002), Holst (1998) y
Cevallos (2006) se inscriben en la
misma temática.
Con base en esta información, se
encontró un vacío en los estudios ecuato-
rianos acerca de la dicotomía civilización-
barbarie, el cual radica en que las
investigaciones han tendido a ver la ex-
clusión derivada de la modernidad ma-
yormente desde el punto de vista étnico,
siendo poco explorado el dilema de la ex-
clusión comprendiendo al otro no solo
como el resultado de la imposición de la
identidad europea, sino como acto de au-
toconcepción humana, lo que significa
que el interés de esta investigación fue de-
mostrar que el cuento El antropófago de
Pablo Palacio es un objeto discursivo que
permite entender la exclusión desde una
mirada que va más allá de lo racial o eu-
ropeo, y se centra en la identidad misma.
Por tal motivo, se buscó develar las cons-
trucciones discursivas, por lo tanto, co-
municacionales, acerca de civilización y
barbarie presentes en el texto El antropó-
fago de Pablo Palacio, para lo cual se re-
currió a conceptualizar los imaginarios, el
poder, la hegemonía y el otro, para esta-
blecer la base teórica con la que se com-
prendió al texto más allá de un análisis
literario.
Esto permitió determinar tres hipó-
tesis que se resumen en que el caniba-
lismo explícito del antropófago, por el que
lo encarcelan, devela cómo mediante la
exclusión de lo no-normal la sociedad en-
tiende qué es lo normal y logra así crear
la cultura dominante; además, Pablo Pa-
lacio realiza un giro del punto de vista, co-
loca al bárbaro como el “Nosotros”, y, con
esto, el cuento muestra un bárbaro apli-
cando las mismas estrategias de exclusión
que el civilizado, denotando que el dilema
del otro no es una cuestión únicamente ci-
vilizatoria, sino de la conformación social;
por último, la antropofagia, como expre-
sión de las luchas de poder, muestra que
no puede existir sociedad sin que un
grupo intente devorar al otro. Para de-
mostrarlas, se utilizó el método del cua-
drado ideológico propuesto por Van Dijk
(2005), que permitió categorizar el cor-
pus de enunciados desde el punto de vista
del bárbaro, con lo que se concluyó que el
dilema de la civilización y la barbarie es,
ciertamente, una estrategia de exclusión
para formar la identidad europea pero
que se usa también desde el imaginario
del excluido, en un juego en el que los
roles cambian constantemente y la civili-
zación, razón, normalidad, como quiera
llamarse, es la excluyente, pero también
la excluida.
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La avidez de la identidad: el otro, el poder y el
imaginario
La investigación partió de los ima-
ginarios sociales, ideología, hegemonía,
subalternidad y la dicotomía nosotros-
otro como categorías de análisis que per-
mitieron demostrar las hipótesis. Esto
porque la dualidad civilización-barbarie
es un imaginario que ha formado ideolo-
gías, que, a su vez, se han vuelto hegemó-
nicas y subalternas.
Sin caer en disertaciones existencia-
les, es conveniente describir que el hu-
mano es una especie que posee conciencia
de su ser y, por tal motivo, requiere res-
ponder ciertas preguntas que lleva a cues-
tas (Nietzsche, 1970), lo que significa que
se encuentra en la permanente búsqueda
de certidumbres, pero, debido a que no
puede encontrarlas en un universo aza-
roso, está obligado a crearlas. Aquí es
cuando los imaginarios cobran sentido, ya
que son imágenes mentales, conceptos,
ideas (racionales o no) que permiten cons-
truir cierto piso estable para la conciencia
(Castoriadis, 2007), y con las cuales ini-
cian las relaciones sociales. Estas abstrac-
ciones empiezan de forma individual
como un imaginario radical (Silva, 2006),
pero luego se relacionan con otras en el
seno de la vida gregaria y entran en un
conflicto sin tregua por su afianzamiento,
con la única intención de institucionali-
zarse para perpetuarse (imaginarios socia-
les). Esto significa que los imaginarios son
indispensables para la conformación de la
identidad, puesto que son “ideaciones so-
cialmente compartidas de significancia
práctica del mundo, destinadas al otorga-
miento de sentido existencial” (Baeza,
2011, p. 33). Sin embargo, por sí mismos
no pueden funcionar, requieren aglome-
rarse, encontrar enlaces comunes con
otros, lo que lleva a construir ideologías;
es decir que, de acuerdo con la forma en
que una persona perciba el mundo se reu-
nirá con quienes comparten sus ideas, lo
que, necesariamente, construirá agrupa-
ciones que establecen ciertos cánones de
comportamiento, esquemas mentales que
plantean reglas tácitas que determinado
grupo debe seguir para defender sus con-
cepciones. A esto se conoce como la ideo-
logía (Van Dijk, 2003).
Este proceso es el que genera iden-
tidades que se basan en la exclusión,
puesto que una ideología, al plantear cá-
nones de comportamiento y lo que es
aceptado, requiere también crear lo no
aceptado, es decir: “somos el grupo A por-
que imaginamos el mundo de esta ma-
nera y tenemos razón, mientras que los
no-A no pertenecen a este grupo, o sea
que no tienen la razón porque no piensan
como nosotros”. Esto lleva a pensar en
una intrincada trama de luchas imagina-
rias que termina con la asimilación de las
ideas del grupo A o el no-A como verda-
deras y, por lo tanto, las del grupo recha-
zado como falsas.
El proceso de construcción de iden-
tidad a partir de imaginarios e ideologías
solo es posible si se pone en juego el
poder, entendido como una voluntad de
afianzamiento, lo que significa que toda
relación social es, en sí misma, una lucha
de poder, ya que esta voluntad de afian-
zamiento es innata en los seres con con-
ciencia y en búsqueda de certezas
(Nietzsche, 1970). La importancia de esta
aseveración radica en que la certeza social
solo existe si determinados imaginarios se
han asimilado en la población, es decir
que no cabe que cada individuo piense y
actúe en el mundo conforme a un relati-
vismo que solo afianza la incertidumbre.
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
Con este panorama, deducir que la
exclusión es una estrategia necesaria para
formar la identidad es casi axiomático, no
solo porque el imaginario que se agrupa
en las ideologías se sirva de ella para fun-
cionar, sino porque las relaciones de
poder se fundamentan, precisamente, en
lo rechazado, fenómeno que sucede de-
bido a que el ejercicio del poder requiere
crear certezas y solo lo puede hacer ne-
gando su contradicción (Foucault, 1980),
mas no eliminándola. Por tal motivo, una
aseveración concebida como aceptada o
verdadera enmascara su contrario, así
funciona el poder, que constituye la ener-
gía de impulso para colocar las ideologías
en contraposición. Así que el enfrenta-
miento tácito que sucede en el seno de la
sociedad se da no solo en el ámbito polí-
tico, sino también económico, cultural y,
sobre todo, imaginario.
En todo caso, saber qué elementos
se inmiscuyen en las bregas simbólicas
sociales no es suficiente para comprender
la civilización y la barbarie, puesto que, en
el imaginario occidental, estas ideas se
han grabado de generación en genera-
ción, convirtiéndose en una suerte de ver-
dades absolutas que, pese a los esfuerzos
de los colectivos sociales, no han sido, en
el discurso, refutadas; es decir que esta di-
cotomía tiene plena vigencia. Pero, si lo
que se concibe como verdad es solo una
construcción del pensamiento y no la re-
alidad misma, entonces queda por averi-
guar por qué tiene tanta vigencia.
Para explorar la utilidad de este dis-
curso, Gramsci (1984) propone una expli-
cación basada en la hegemonía. Esta
categoría de análisis consiste en que en el
proceso de lucha ideológica e imaginaria
descrito solo forma la verdad si y solo si
la ideología vencedora se ha asimilado en
el pensamiento, de tal forma que no solo
es aceptada por la gente sino también de-
fendida. Así que este momento, cuando
determinada forma de pensar se instala
en la mente, constituye una táctica en la
que las ideologías ya son defendidas en
actos conscientes.
Para conseguir esto, las verdades
imaginarias requieren implantarse en el
acervo intelectual y cultural de forma más
o menos inconsciente, lo que sucede
cuando una de las representaciones socia-
les que circulan es absorbida y, por ende,
defendida.
La hegemonía, entonces, sucede
solo cuando ya se han construido esas
verdades, es decir que la verdad solo lo es
cuando es hegemónica, de lo contrario, es
negada, por lo tanto, aquí es donde surge
la dicotomía de la civilización y la barba-
rie, puesto que una de ellas (civilización)
es hegemónica y, por ende, la barbarie es
relegada, pero no desaparecida. Esa con-
cepción, ese imaginario o ideología que
fue enmascarada por otra en las luchas de
poder se convertirá en lo que Gramsci
llamó la subalternidad.
La subalternidad es aquello que no
se absorbió como verdad irrefutable, pero
es claro que sí lo hizo, solo que debajo del
mantel. Según Modonesi (2010), la subal-
ternidad sucede cuando se despoja de la
calidad subjetiva a las personas debido a
que ahora ya no piensan por sí mismas
sino conforme a una representación hege-
mónica, pero Gramssci (1984) permite
comprender que el dilema de lo subal-
terno no solo significa dominación sino
también la condición de existencia de una
necesidad de liberación por parte del su-
bordinado. Es decir que lo hegemónico y
lo subalterno equivaldrían a la civilización
y la barbarie respectivamente en el orden
occidental, pero la barbarie trata de libe-
rarse, como se develará más adelante en
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esta investigación. El mismo Modonesi
(2010) sostuvo que lo sometido intenta li-
berarse, utiliza estrategias de lucha que
terminan jugando en el mismo campo y
con las mismas reglas que lo hegemónico,
lo que se podría traducir en que lo subal-
terno se convierte en una fuerza contra-
hegemónica que intenta, de igual modo,
establecer verdades, posicionar e institu-
cionalizar sus imaginarios e ideología a
través de las luchas de poder.
Este proceso que sigue un imagina-
rio hasta volverse hegemónico lleva como
constante la contradicción que debe ser
excluida, lo que significa que el dilema del
otro es, y siempre ha sido, el dilema del
yo. Esta idea parece apoyada por Lacan
(1996) con su explicación sobre el estadio
del espejo, en la que se describe que la
identidad, desde el punto de vista psico-
lógico, empieza cuando el niño reconoce
que su madre es otro cuerpo tras mirarse
en el espejo y ser consciente de sí mismo.
En otras palabras, el autorreconocimiento
sucede solo si se niega al otro. Entonces,
es importante comprender qué es el otro.
Como ya se ha establecido, identifi-
carse significa, inexorablemente, excluir,
solo que, a veces, esa exclusión proviene
de los grupos de poder y, entonces, es más
notoria. La idea de que debe existir un
otro no es descabellada y, de hecho, es ló-
gica, pues el otro es un punto de refrac-
ción en el que se contraponen “nuestros”
valores con los “suyos” (Eco, 2011). La ne-
cesidad de formar un contrario, por lo
tanto, es inevitable.
Aunque diversos pensadores han
tratado de abordar la temática del otro
desde varias aristas, como el extranjero,
el bárbaro, el salvaje, el animal, la men-
tira, lo falso, y un largo etcétera, todo se
resume en el concepto del otro, que, a su
vez, es el nosotros. Según Eco, ese otro, el
enemigo, contra el que se contraponen
nuestros valores e imaginarios, es una
construcción, no existe en estado natural.
Esto significa que el otro es un ima-
ginario que se ha vuelto hegemónico,
pues, como hemos visto, la forma de
construir esos cimientos sociales que son
las certezas, las verdades, es a través de la
imagen mental que se materializa en ac-
ciones y que crea estructuras sociales de-
terminadas.
En definitiva, la dicotomía noso-
tros-otro y, por ende, la civilización y la
barbarie constituyen un imaginario hege-
mónico sobre el que se ha construido la
razón occidental y que ha funcionado gra-
cias a que ha permitido excluir a los otros
para afianzar las ideologías europeas (To-
dorov, 1998), pero esto, precisamente, ha
generado la necesidad de liberación y au-
toidentificación del otro, que busca com-
portarse desde el nosotros.
La vanguardia ecuatoriana y la intromisión
de la modernidad
La obra de Pablo Palacio se ins-
cribe, sobre todo, en la segunda década
del siglo XX, momento de grandes trans-
formaciones para el Ecuador. En primer
lugar, apenas iniciando el siglo, el país
aplicaba las reformas de la Revolución li-
beral, que significó la modernización de
las instituciones estatales, siguiendo el
ejemplo de Francia y Estados Unidos, de
hecho, con la misma intención: indus-
trializar y capitalizar el Estado-nación
ecuatoriano que, desde 1830, no encon-
tró una identidad debido a los conflictos
por el poder político entre conservadores
y liberales.
Reformas como la eliminación del
tributo indígena, derecho a la educación
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
para los ciudadanos y el laicismo favore-
cieron a la burguesía agroexportadora
que con el boom cacaotero de finales del
siglo XIX se convirtió en la principal
fuerza económica del país, lo que sirvió
para capitalizar las relaciones sociales,
promoviendo una relación laboral total-
mente asimétrica (Ayala Mora, 2008).
Este problema detonó cuando, producto
de la I Guerra Mundial, el cacao dejó de
venderse en Europa y, por ende, provocó
una crisis desde 1914 cuyo peso fue arro-
jado sobre los trabajadores, quienes tu-
vieron que resistir el congelamiento de
sus pagos, así como la devaluación cons-
tante de la moneda debido al libertinaje
que los gobiernos plutocráticos favorecie-
ron para la burguesía y banca costeñas.
Como resultado, el 15 de noviembre de
1922, los obreros de Guayaquil lideraron
un levantamiento que fue reprimido du-
ramente por el gobierno de Tamayo y que
terminó con varias muertes a manos del
Estado.
En medio de esta capitalización, la
liberación de algunos indígenas del tra-
bajo en relación de servidumbre en las ha-
ciendas serranas significó nueva mano de
obra para las grandes plantaciones cacao-
teras (Acosta, 2006), lo que ocasionó una
ola migratoria hacia Guayaquil, ciudad
que creció enormemente debido al au-
mento de comercio y productividad, pero
en la que también surgieron lugares de
exclusión social, barrios populares en los
que se asentaron los migrantes (Rodrí-
guez Albán, 2006).
Por otro lado, el acceso a la educa-
ción favoreció, sobre todo, a los mestizos,
quienes encontraron en los puestos que se
abrieron en las nuevas instituciones pú-
blicas, una oportunidad para negar su pa-
sado, lo que llevó a una ola migratoria
hacia Quito, ciudad en la que, igualmente,
se gestaron asentamientos marginales.
Esto es clave para comprender la obra de
Palacio, debido a que permite explicar por
qué sus personajes son seres excluidos o
marginales.
Según Rodríguez Albán (2006), los
personajes marginales o excluidos se
aprecian en algunas obras de aquellas
épocas, pues son el producto de las olas
migratorias que llevan a ver nuevos ros-
tros en las grandes ciudades, es decir, que
los indígenas y afros que llegaron y se
constituyeron en los marginales ahora
son un punto de reflexión literaria.
Esta influencia de las transforma-
ciones sociales promovió una literatura
fuertemente imbuida del conflicto social.
Así, la generación del 30 constituyó el
mayor referente de esta época, ya que sus
obras utilizaban como personajes, preci-
samente, a aquellos marginales y exclui-
dos por el proyecto mestizo de
Estado-nación, cuya homogenización sig-
nificaba el enmascaramiento de algunos
pueblos y personas alejadas de los grupos
de poder, como los proletarios, montuvios
e indígenas.
Influenciado por los conflictos so-
ciales derivados de la desigualdad en la
distribución de la riqueza, el realismo so-
cial surgió como el medio de denuncia de
las condiciones de los obreros. Con temas
que abordaban problemas como la explo-
tación, la pobreza y la lucha proletaria,
este movimiento atrajo seguidores en los
círculos literarios, que veían en la litera-
tura el mejor aliado para hablar por estos
excluidos. De aquí y de la mano de Jorge
Icaza se derivó el indigenismo, que bus-
caba denunciar los problemas de la explo-
tación indígena (Robles, 2006).
Por otro lado, no solo los obreros e
indígenas eran los excluidos de este pro-
yecto modernizador, sino que, además,
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FERNANDO VINCES DÍAZ
esta homogenización que exige el Estado-
nación otorgó el epíteto de otros a algunos
grupos como los montuvios. El grupo de
Guayaquil se enfocó en describir y hablar
sobre ellos, intentó colocarlos en el debate
nacional, lograr que los demás conozcan
sus costumbres. Es decir que esto consti-
tuyó un intento de los escritores guaya-
quileños por hablar de aquello que había
sido ocultado.
En todos estos movimientos es pa-
tente que la exclusión se deriva de lo ét-
nico y económico, lo que, evidentemente,
es cierto, sin embargo, esto es, precisa-
mente, lo que llevó a Palacio a buscar
nuevas temáticas en las que la exclusión
es vista desde la esencia misma del orden
racional, es decir, la exclusión más allá de
lo étnico (Holst, 1998).
De acuerdo con Robles (2006), los
cambios suscitados en ese contexto colo-
caban sobre la mesa dos opciones: Freud,
que significaba explorar al individuo mo-
derno ecuatoriano en tanto ser y no colec-
tivo, lo que implicaba no hablar de lo
étnico; la otra opción fue Marx, que signi-
ficaba hablar de los grupos marginados,
la desigualdad social y, en definitiva, las
condiciones materiales de exclusión. En
pocas palabras, el primer camino lleva al
vanguardismo y el otro al realismo, crio-
llismo e indigenismo.
El vanguardismo presenta dos vi-
siones importantes para comprender la
obra de Palacio. Primero, como afirma
Bosi (2002), las vanguardias son pro-
ducto del avance capitalista, pues plas-
man la individualidad y libertad que
profesa y pide la burguesía, aquella liber-
tad que fue reclamada y reconocida con
las revoluciones liberales del siglo XVIII.
Sin embargo, en América Latina sucedió
algo excepcional, que origina la segunda
forma de ver al vanguardismo, y es que,
según Schwarz (2002), la región intentó,
desde que se independizó, encontrar una
identidad propia. En este proceso pudo
decantarse por imitar a Europa o cons-
truir una identidad propia basada en la
diversidad cultural.
Quizás el vanguardismo representó
la mejor estrategia para construir el ima-
ginario latinoamericano, puesto que el
ideal de libertad y desconocimiento de cá-
nones favorecía a los artistas para que
puedan romper sus ataduras con el arte
europeo y pudiesen crear según su propio
contexto. Prueba de esto es el surgimiento
de varios movimientos de vanguardia en
los que se buscó dar a luz a la identidad
de la región, como el Antropófago en Bra-
sil, el Nadaísta en Colombia y el Tzánzico
en Ecuador (Polo, 2010), cuyo mayor in-
terés fue reducir los imaginarios europeos
a tal punto que los pudiesen transgredir.
Ahora bien, Palacio es un autor que
vivió estas transformaciones de la moder-
nidad en Ecuador y que, al escribir, se de-
cantó por hablar del latinoamericano con
libertad, usando a los marginados como
personajes para, otorgándoles voz, bur-
larse de lo normal, es decir, criticar los
mismos poderes que criticaron los realis-
tas, pero desde una perspectiva no étnica,
debilitando las certezas europeas que fue-
ron impuestas con las transformaciones
liberales.
Cuadrado ideológico y análisis del discurso
Palacio irrumpió en el panorama
nacional con su literatura de los entro-
metidos, debido a que El antropófago
cuenta la historia del animal, de aquel
ser alejado del orden racional que, por lo
tanto, debe ser rechazado. Es decir, los
discursos que se encontraban de moda
Textos y contextos Nº 22
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
en la época en la vivió este autor fueron
una enorme influencia en el contenido de
su obra. Esto sucedió porque la moder-
nidad, que estaba arraigándose en el
imaginario nacional, había promovido la
implantación de los ideales europeos que
veían en el caníbal una representación
del salvaje a ser rechazado (Fernández
Retamar, 2004).
El cuento que actúa como el objeto
de estudio presenta de forma casi literal
esta dicotomía que es propósito de la in-
vestigación, pues coloca un personaje
que es, textualmente, un caníbal, preci-
samente, el imaginario que Europa atri-
buyó a América, por lo que esta obra
insinúa que busca hacer una crítica a esa
idea y cómo ha funcionado. Además,
haber escogido el tema de la antropofa-
gia genera un interés teórico, ya que de-
vorar al otro es una metáfora que explica
lo que intentaron hacer las vanguardias
latinoamericanas y ecuatorianas: absor-
ber los imaginarios e ideologías implan-
tados por Europa y convertirlos en una
nueva identidad que provenga del mismo
bárbaro.
En definitiva, El antropófago faci-
lita el análisis discursivo de la dicotomía
civilización-barbarie para comprender
cómo se ha conformado la sociedad desde
la negación. Asimismo, usar un caníbal
como personaje principal permite demos-
trar que la expulsión de lo no-racional
crea la cultura dominante; además, que
este proceso, a su vez, en Palacio se da
desde el punto de vista del bárbaro, de-
mostrando que el dilema de la exclusión
es un acto racional que atañe a cualquier
identidad; y, por último, que la antropo-
fagia está presente en cualquier forma-
ción social como estrategia de poder.
El análisis del discurso es un pro-
ceso de reflexión racional que posibilita
estudiar el trasfondo de lo que se expresa.
En las ideas de Foucault (1970), lo impor-
tante de ese universo semántico llamado
discurso es lo no dicho, es decir, lo que el
discurso oculta, puesto que el enmascara-
miento de lo falso o no aceptado es una
estrategia esencial en la producción dis-
cursiva.
Al ser la materialidad de las estruc-
turas sociales, el discurso se compone de
pequeñas partes conocidas como enun-
ciados, que constituyen sus átomos. Para
encontrarlos es preciso ubicar las produc-
ciones semánticas, lingüísticas o no, ge-
neradas en la sociedad o determinado
objeto discursivo. Sin embargo, estas apa-
recen de forma dispersa y es el papel del
analista encontrar las relaciones que las
unen para formar y comprender qué ocul-
tan, explicando así el discurso. Entonces,
el primer paso en este proceso deductivo
fue encontrar lo que Vasilachis (1997)
llamó el corpus del texto, el conjunto de
enunciados a analizar; acción que se basó
en los contenidos asociados a la civiliza-
ción y la barbarie.
Para determinar cómo funcionan
los enunciados y llegar a conclusiones ló-
gicas es preciso un filtro, criterios de cla-
sificación. Aquí es pertinente utilizar el
método del cuadrado ideológico de Van
Dijk (2005), que consiste en cuatro crite-
rios clave, que son:
- Hacer énfasis en nuestras cosas
buenas
- Hacer énfasis en sus cosas malas
- Minimizar sus cosas buenas
- Minimizar nuestras cosas malas
Entonces, una vez encontrado el
corpus de enunciados lingüísticos presen-
tes en el cuento, fue conveniente anali-
zarlo de acuerdo con estos parámetros,
Textos y contextos Nº 22
68 Mayo 2021 - Octubre 2021
FERNANDO VINCES DÍAZ
tomando en consideración la posición
enunciativa que, en este caso, fue la del
bárbaro. Las conclusiones llevarán a com-
prender quién ha construido el discurso y
qué significa el cuento de Palacio.
El giro palaciano y el discurso del otro
Considerando que el punto de vista
toma un giro en la obra de Palacio, la po-
sición enunciativa la tiene el bárbaro, el
caníbal, al antropófago, llamado Nico Ti-
berio, así que los enunciados se clasifica-
ron en el cuadrado ideológico de acuerdo
con esta consideración. Pero este giro del
punto de enunciación no es gratuito, y es
que parece ser que obedece a las intencio-
nes, más o menos conscientes, del autor,
puesto que la realidad que vivió es, preci-
samente, la del cúmulo de bárbaros que
iban surgiendo producto de la moderni-
zación, ya que mientras mayor moderni-
zación se daba, más cerca a Europa estaba
América y, por ende, más bárbaros tenía.
Aunque es común que el punto de vista se
centre en quien representa la civilización
y se hable desde allí, Palacio parece inten-
tar meterse en los zapatos de Nico Tiberio
a través del estudiante de criminología,
personaje encargado de contar la historia
y que, se puede asumir, representa la voz
del excluido, un excluido que, según se
verá, no es exactamente un salvaje, sino
un ser humano.
En cuanto al énfasis sobre nuestras
cosas buenas, asumiendo que el bárbaro
es el nosotros, en un primer momento Pa-
lacio nos muestra una prisión con un an-
tropófago que parece estar sufriendo, que
ha cometido un acto que es despreciado
por todos, pero que, por la misma razón,
se convierte en un objeto curioso, algo
“raro” que apreciar. Entonces, al describir
la dieta de legumbres que le dieron a Nico
Tiberio al llegar a la prisión se aprecia
cómo la frase: “¡Ponérseles en la cabeza el
martirizar de tal manera a un hombre ha-
bituado a servirse viandas sabrosas!” (Pa-
lacio, 2013, p. 31) empieza a situar al
caníbal en prisión como el bueno, como
aquel que no ha hecho nada malo, excepto
disfrutar de algo delicioso. Nótese la con-
notación de la palabra delicioso como un
acto de disfrute que no se acerca, en nin-
gún sentido, a ser algo malo.
Otro recurso recurrente que usó el
autor en este cuento para hacer énfasis en
las cosas buenas de la barbarie fue que el
estudiante de criminalística naturaliza
constantemente las acciones del antropó-
fago y, como se ha comprendido con Fou-
cault (2002) y Gramsci (1984), lo normal
(bueno) se naturaliza, se vuelve común, se
asimila y se defiende como la verdad y
única visión posible. Esto sucede con fra-
ses como “No teniendo nada de fiera, mo-
lesta” o “A la final, la culpa no era de él.
¡Qué culpa va a tener! […] si era hijo de
un carnicero y una comadrona” (Palacio,
2013, p. 31).
Este recurso, este uso de la estrate-
gia de poder de la naturalización pro-
mueve que en la obra se vea un discurso
del bárbaro que se presenta como lo
bueno porque es común, atañe a todos y
nadie se escapa de sus pasiones animales-
cas, es decir que el yo (expresado en el ca-
níbal) excluye al otro (expresado en los
guardias y quienes lo van a visitar a la pri-
sión).
Pero esto no funciona solo, pues
para naturalizar una acción como devorar
la cara de un niño, es preciso también
hacer énfasis en las cosas malas del otro,
y Palacio utiliza también este recurso,
puesto que acusa a los otros (los civiliza-
dos) de ir a visitarlo solamente para azu-
Textos y contextos Nº 22
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
zarlo, mientras él se queda quieto, pací-
fico y, aunque se mencione que pareciera
que él esperaba el momento para atacar,
nunca lo hace, lo que denota una actitud
opuesta a aquella de la que se le acusa; es
decir que si el antropófago era el salvaje,
el caníbal, el otro, entonces al no actuar
como lo que se dice o se imagina que es,
hay que molestarlo hasta que se muestre
como el bárbaro porque solo así es como
el imaginario sobre la barbarie lo ha cons-
truido.
Nótese el énfasis que hace el estu-
diante de criminalística al describir las
burlas y provocaciones que la gente que lo
visita le hace, pues describe que “han lle-
gado hasta a molestarle, introduciendo
por un instante un dedo tembloroso por
entre los hierros, pero el antropófago se
está quieto, mirando con sus ojos vacíos”
(Ibid., p. 30). Luego, acusa de infames a
sus compañeros, atribuyéndoles un adje-
tivo de connotación insultante con el fin
de hacer notar que, si el antropófago
ataca, será enteramente culpa de ellos, del
otro -civilización, pues Nico Tiberio ape-
nas era un “pobre hombre que miraba va-
gamente y cuya gran cabeza oscilaba
como una aguja imantada”.
Siguiendo con la lógica de este re-
lato, el estudiante continúa con su estra-
tegia de exclusión y minimiza las cosas
malas del antropófago haciendo alusión a
que la culpa no era suya sino de la reali-
dad que vivió.
En primera instancia, Nico era on-
cemesino, algo peligroso, según el mismo
narrador, ya que quien vive “por tanto
tiempo de sustancias humanas es lógico
que sienta más tarde la necesidad de
ellas” (Ibid., p. 32). Además, su padre car-
nicero, que quería que su hijo siguiese sus
pasos, y su madre, tendera y comadrona,
que quería que fuera médico, murieron,
dejándolo huérfano a los diez años, lo que
denota que se minimiza la acción del im-
putado debido a que esta carencia de la
familia, aparato ideológico (Althusser,
1989), significa que él no tuvo quién lo in-
miscuyera en las ideologías e imaginarios
racionales civilizados que hubieran evi-
tado, de alguna manera, que cometiera el
acto tan cercano a lo que se creía que era
América desde Europa; y lo corrobora el
estudiante al mencionar que “Tenemos,
pues, al pequeño Nico en absoluta liber-
tad para vivir a su manera, solo a la edad
de diez años” (Palacio, 2013, p. 33), es
decir que no fue parte de las regulaciones
sociales que debieron limitar su “barba-
rie” y, por lo tanto, se mostró como lo que
es, lo que, parece, es un intento de Palacio
por demostrar que sin la artificialidad de
la sociedad, el ser humano es en realidad,
un animal, por consiguiente, esta faceta
caníbal es la verdad.
Entonces, cabe una simple pre-
gunta, y es que ¿cómo se puede acusar al
antropófago de haber hecho algo malo si,
en primera instancia, no fue su culpa y,
segundo, solo actuó conforme a la verdad,
fuera de la virtualidad social? Es evidente
que la respuesta es que no se puede acu-
sarlo de haber hecho algo malo.
Por último, los enunciados inscritos
en la minimización de las cosas buenas de
los otros se presentan en torno a contras-
tar lo que comúnmente se acepta como
bueno con lo que es malo. Es así que cas-
tigar a un criminal es un acto visto con
buenos ojos por una sociedad civilizato-
ria, pero cuando se describe que los guar-
dias de la prisión, sabiendo que el
antropófago gusta de la carne, le dan le-
gumbres, entonces se pone en tela de jui-
cio esta bondad, este hacer el bien que es
criticado por el estudiante de la siguiente
manera:
Textos y contextos Nº 22
70 Mayo 2021 - Octubre 2021
FERNANDO VINCES DÍAZ
Al principio le prescribieron dieta:
legumbres y nada más que legumbres; pero
había sido de ver la gresca armada. Los vi-
gilantes creyeron que iba a romper los hie-
rros y comérselos a toditos. ¡Y se lo
merecían los muy crueles! ¡Ponérseles en la
cabeza el martirizar de tal manera a un
hombre habituado a servirse viandas sabro-
sas! (Ibid., p. 31).
Del mismo modo, cuando se des-
cribe que los vecinos detienen a Nico Ti-
berio mientras devoraba la cara de su
hijo, en una primera mirada se puede
creer que fueron héroes que detuvieron
un acto fuera del orden social, pero luego
“le dieron de garrotazos, con una crueldad
sin límites, le ataron, cuando le vieron
tendido y sin conocimiento; le entregaron
a la policía… ¡Ahora se vengarán de él!”
(Ibid., p. 34), lo que minimiza el buen
acto de los civilizados y los coloca en la
misma situación que ellos acusan, la de
salvajes y bárbaros.
Por otro lado, en la misma escena,
el estudiante describe lo siguiente: “Y
como no hay en la vida cosa cabal, vi-
nieron los vecinos a arrancarle de su
abstraído entretenimiento” (Ibid., p.
34). Es evidente que el uso de la palabra
arrancar sirve de herramienta al autor
para demostrar su desaprobación, ya
que esta palabra contiene un sentido
negativo que se refiere a sacar algo con
violencia.
En todo caso, esta escena corrobora
que la verdad se construye de acuerdo con
el imaginario y la ideología de quien
actúa, lo que significa que los actos no son
buenos o malos en sí mismos; y, así como
la sociedad que está fuera de la cárcel en
la que se encuentra Nico Tiberio convino
que castigarlo duramente es lo correcto,
el estudiante, el enunciante, sostiene que
ese acto, en realidad, es despreciable.
Es evidente, por tanto, que aun
cuando Palacio intentara criticar las bases
de la civilización cambiando el punto de
enunciación y colocándolo en el bárbaro,
terminó por utilizar las mismas estrate-
gias discursivas de las que hablaba Fou-
cault (1970), desde la formación de una
verdad que se quiso naturalizar hasta la
negación del otro y su enmascaramiento.
Quizás la frase que resume la obra
es aquella con la que cierra, que reza de la
siguiente manera: “Si yo creyera a los im-
béciles tendría que decir: Tiberio (padre)
es como quien se come lo que crea” (Pa-
lacio, 2013, p. 34). Esto porque al anali-
zarla se comprende, precisamente, los
rasgos que reveló el inconsciente del texto
y a los cuales se ha llegado a través del
análisis discursivo.
Para comprender este enunciado es
preciso asumir la antropofagia como es-
trategia contrahegemónica (Fernández
Retamar, 2004), puesto que se refiere a
devorar algo para luego devolver una sín-
tesis entre lo devorado y el devorador. Es
decir, que cuando la exclusión proviene
desde el lado excluido de los imaginarios
e ideologías hegemónicos, entonces es
una estrategia antropofágica para situar
su verdad en las relaciones de poder.
Con base en esto, surgieron ciertas
preguntas para analizar la frase en rela-
ción al contenido del texto. Primero,
¿quiénes son los imbéciles? Son quienes
no han asumido al otro como parte de sí
mismos, quienes se niegan a aceptar que
para identificarse hay que devorar al otro,
en el sentido que le dio Fernández Reta-
mar al término. Ahora, ¿qué es lo que el
antropófago crea? Al otro, el otro es su
hijo al que devora, así que el civilizado no
puede existir sin el bárbaro y viceversa, lo
que significa que castigar el acto de Nico
Tiberio es, irónicamente, una negación
Textos y contextos Nº 22
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
del mismo yo, de allí que el estudiante les
atribuya el epíteto de imbéciles.
Conclusiones
El antropófago, el caníbal, es el ani-
mal que el orden civilizatorio busca ex-
cluir, pero no negar, ya que es un mal
necesario, de lo contrario, no podría con-
traponer sus imaginarios para darles va-
lidez (Eco, 2011) porque la verdad
discursiva solo existe en la medida en que
se crea su falsedad (Foucault, 1970). De
aquí se derivó la dicotomía civilización-
barbarie, que sirvió para que el imagina-
rio de la racionalidad occidental europea
se posicione frente a la identidad latinoa-
mericana y se constituya en hegemónico.
Pero, en una mirada más allá de los inte-
reses del orden occidental, se descubre
que el dilema de la exclusión no es solo
estrategia colonizadora y hegemónica,
sino que es la forma en la que la identidad
humana se construye. Por tal motivo, no
resulta una sorpresa que el cuento de Pa-
lacio plantee una mirada desde el otro de
Europa, desde el animal, con la intención
de poner en jaque las bases racionales y
utilizar estrategias contrahegemónicas, lo
que se deriva, precisamente de la hege-
monía de los discursos occidentalizados.
Aquí la deducción más acertada es que se
corrobora que la construcción de imagi-
narios que se posicionan de acuerdo con
los discursos del grupo que los origina
atañe tanto al marginador como al mar-
ginado.
Palacio utiliza esta táctica discur-
siva y le da la vuelta, convirtiéndola en un
acto contrahegemónico que afirma la ve-
racidad de lo falso en el escenario social,
lo que crea una ruptura que abre espacios
de debate para poner en duda las certezas
civilizatorias. Es por esto que se vale de la
antropofagia, pues así logra demostrar
que, en el medio social, los imaginarios e
ideologías se devoran constantemente
para conseguir institucionalizarse, ya sea
que provengan desde el discurso impe-
rante o del subordinado.
Si bien es cierto que ambas partes -
la aceptada por la sociedad y la excluida-
utilizan el rechazo del otro como medio
para afianzar su identidad, existen mati-
ces en cuanto a lo que consiguen y qué tan
difícil es el camino. Evidentemente, si la
exclusión proviene del orden imperante,
este solo legitimará a quienes piensen
como él desea, es decir, que aquí el es-
fuerzo consiste en mantenerse; sin em-
bargo, si el rechazo del otro nace del
excluido, el marginal o bárbaro, entonces
el esfuerzo se da por ser reconocido, lo
que constituye una lucha desigual, aun-
que se usen las mismas armas.
Asumiendo como axioma que la li-
teratura surge de un medio social y, por
tanto, lo representa de forma explícita o
implícita, la realidad ecuatoriana de ini-
cios del siglo XX se ve reflejada en el
cuento El antropófago, lo que se aprecia
porque el animal, el caníbal, es el otro
europeo, y es él el rechazado. Esto se re-
sume en que la modernización de aque-
llos años afianzó las luchas simbólicas
entre lo europeo y lo latinoamericano,
creando esta preocupación en Palacio,
que tomó una clara postura a favor del
bárbaro, con la intención de excluir,
pero, desde el otro lado de la historia: el
del vencido.
Textos y contextos Nº 22
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FERNANDO VINCES DÍAZ
Textos y contextos Nº 22
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La necesidad del otro en el cuento El Antropófago de Pablo Palacio
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