Textos y contextos Nº 22
Mayo 2021 - Octubre 2021 • 87
El estallido de octubre: apuntes críticos sobre la foto emblemática…
El autor aborda también los efectos psicológicos y físicos de la guerra en quienes la viven, pero más
importante aún son las justificaciones que se presentan para librarlas. Afirma, así, que cualquier estudio serio
sobre la guerra no puede estar completo sin abordar la propaganda difundida por cada bando. Además de
los canales más evidentes, como la televisión, radio, periódicos o redes sociales, la comunicación bélica tam-
bién se difunde a través de libros escolares, literatura, arte, museos, videojuegos, estatuas, monumentos y
lugares emblemáticos en nuestras ciudades, que fueron diseñados y esculpidos para que algunas de las ba-
tallas pasadas permanecen presentes con el paso del tiempo. La guerra también está en nuestras identidades
nacionales, en los símbolos de nuestros países, como las banderas, los himnos, la memoria colectiva y los
desfiles militares que perpetúan la memoria nacional.
La guerra es una narrativa que pasa por nuestra conciencia, por los sistemas de comunicación
de los que nos nutrimos. En consecuencia, es importante comprender el funcionamiento de estos sis-
temas que se consideran como un elemento crucial a la hora de analizar la “cultura de la guerra” pro-
fundamente arraigada en nosotros. En este contexto, el autor cree que los mensajes que recibimos en
los sistemas educativos, los medios de comunicación, así como nuestras redes, ya sean analógicas o
digitales, nos ayudan a construir identidades y percepciones del mundo, y así tomar decisiones sobre
el entorno en que vivimos.
En este contexto, como experto en propaganda política, Miguel Vázquez Liñán nos ofrece una intere-
sante definición de la propaganda de guerra. Para el autor es
aquella que pretende justificar, ética y jurídicamente, el conflicto armado, así como mantener alto el ánimo y la uni-
dad de combatientes y la retaguardia, mientras construye (atacando) al enemigo y fomenta la división en bandos enfrentados
aparentemente irreconciliables. Divide, simplifica y confronta, apelando a nuestras emociones para conseguirlo; recurre a
nuestros miedos para hacernos más vulnerables y manipulables, así como para provocar rabia u odio siempre con el objetivo
de atender las metas que el propagandista se ha fijado (p. 21).
El autor también explica por qué la retórica de guerra contagia las campañas electorales, sosteniendo
que los propagandistas entienden que ambos fenómenos son congruentes. En ellos, el discurso se polariza
y se intensifican los ritmos de su producción y difusión. Recurren a la simplificación de los mensajes para que
lleguen a todos los estratos sociales. Asimismo, el nivel de uso de la mentira en las campañas electorales au-
menta considerablemente cuantitativa y cualitativamente, con la conciencia de que cuando se descubra la
verdad, será demasiado tarde y las metas se habrán cumplido.
Durante las campañas electorales, la propaganda se vuelve conmovedora, y su objetivo no
es explicar propuestas ni persuadir a los votantes, sino movilizar a un gran número de personas lo
más rápido posible en la dirección de quienes diseñan la estrategia. La campaña electoral se con-
vierte en una repetición organizada de la orquesta del partido, y así se intensifica la competencia
para inventar la frase mágica que invoca y arrasa en Twitter e impone aplausos en los mítines elec-
torales cuando el locutor alza el tono con entusiasmo. En mitad de esto, los medios de comunicación
preparan el terreno para mostrar estas emocionantes escenas, muy demandadas por nuestras “so-
ciedades del espectáculo”.
En conclusión, Vázquez Liñán propone cuatro claves que ayudan a comprender la compleja re-
lación entre la guerra y los procesos electorales, donde aparece la propaganda política como un de-