Investigación original
El neoliberalismo como ideología y sentido común
Neoliberalism as ideology and common sense
Textos y Contextos
Universidad Central del Ecuador, Ecuador
ISSN: 1390-695X
ISSN-e: 2600-5735
Periodicidad: Semestral
núm. 23, 2021
Recepción: 10 Septiembre 2021
Revisado: 20 Septiembre 2021
Aprobación: 20 Septiembre 2021
Resumen: Pese a las consecuencias terribles que, a lo largo de cuatro décadas, ha tenido la implantación y desarrollo del modelo político-económico-social del neoliberalismo, el mismo sigue presente en la inmensa mayoría de los países del mundo. El artículo explora algunas de las causas de su persistencia y busca entender la capacidad que ha tenido el neoliberalismo para convertirse en la ideología hegemónica, construyendo un sentido común que naturaliza y legitima sus principios fundamentales. De ahí la tesis de que el neoliberalismo se implanta «desde arriba», pero también «desde abajo», y que es necesaria una lucha que rompa los marcos estructurales que han generado su hegemonía.
Palabras clave: Neoliberalismo, ideología, hegemonía, sentido común, contrahegemonía.
Abstract: Despite the terrible consequences that the implementation and development of the political-economic-social model of neoliberalism has had over four decades, it is still present in the vast majority of countries in the world. This article explores some of the causes of its persistence, and looks for the capacity that neoliberalism has had to become the hegemonic ideology, building a common sense that naturalizes and legitimizes its fundamental principles. Hence the thesis that neoliberalism is implanted «from above» but also «from below» and that a struggle to break the structural frameworks generated by the hegemony of neoliberalism is necessary.
Keywords: Neoliberalism, ideology, hegemony, common sense, counter-hegemony.
El neoliberalismo se ha convertido en un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las maneras de pensar y en las prácticas político-económicas, hasta el punto de que forma parte del sentido común con el que interpretamos, vivimos y comprendemos el mundo. Pese a que, desde los primeros años de este siglo XXI, se proclamó constantemente su muerte, el neoliberalismo continúa su curso buscando consolidar «nuevos» referentes, sin abandonar, en ningún momento, su identidad ideológica fundamental.
Durante los últimos años, las consecuencias negativas del capitalismo neoliberal se han vuelto imposibles de ignorar. Contribuyó a acontecimientos traumáticos tales como la crisis financiera de 2008, al igual que a otras tendencias destructivas a largo plazo: inequidad creciente, menores tasas de crecimiento económico y aumento de las brechas sociales y geográficas. Además, su impacto no se ha limitado a la esfera económica, pues estos hechos han tenido también influencia nefasta en muchos países, alentando el desarrollo de políticas extremadamente reaccionarias.
Todas estas evidencias incontrovertibles han llevado a innumerables predicciones acerca de su deceso. Pero debemos reconocer que sigue vivo, a pesar de todas las crisis y las contradicciones que tiene implícitas, y continúa estructurando no solo el campo de las prácticas políticas de gobiernos y partidos, sino también los marcos del sentido común a nivel global.
Habría entonces que plantearse las siguientes preguntas: ¿Por qué el neoliberalismo sobrevive? ¿Por qué todavía no colapsó? ¿Por qué la crisis se ha diferido repetidas veces? ¿Cómo funciona concretamente el neoliberalismo? ¿Se trata simplemente de una política dirigida desde arriba por partidos y gobiernos y que, por tanto, solo desde ahí, con otros partidos y gobiernos, se puede combatir? ¿Cómo extiende e impone una determinada forma de organizar el mundo y la vida que hace de la competencia la norma universal de los comportamientos? ¿Cómo se puede resistir, subvertir, salir de sus coordenadas? Al respecto, Wendy Brown nos advierte:
Si sólo tratamos al neoliberalismo como un conjunto de políticas, o como una mistificación de ciertos imperativos del capital, perderemos la medida en que ha traído consigo nuevos tipos de sujetos, nuevas formas de subjetividad y nuevas relaciones sociales. Bajo el neoliberalismo, nos entendemos a través de y orientamos nuestras acciones en torno a ciertos valores. Estos valores no sólo nos informan quiénes somos y lo que valemos —lo que perseguimos o valoramos en nosotros mismos y en los demás— sino que también determinan lo que podemos esperar de los órdenes políticos y, de hecho, lo que pensamos que la política y la democracia son y están a favor de ellos. (Brown, 2018, s. p.)
El neoliberalismo es, ante todo, un proyecto económico-político de clase y no solamente un programa de políticas públicas. Ha sido muy común, y todavía lo es, asociar unívocamente al neoliberalismo con las medidas económicas prescritas por el Consenso de Washington. Si bien no es una idea completamente errada, sí resulta unilateral. Identificar en exclusiva al neoliberalismo con un programa de medidas, oculta o, en el mejor de los casos, minimiza su significado sociopolítico. Invisibiliza el hecho de que implica, ante todo, un proyecto de clase (capitalista), el cual se ha venido expresando a través de una estrategia de acumulación.
Aunque el neoliberalismo profesa una ideología de libre mercado, en la práctica, ha subvertido la economía y al Estado para ponerlos al servicio del capital financiero. Su verdadero propósito es mantener el predominio de las finanzas en la economía contemporánea, incluso si esto requiere la violación de los principios del libre mercado que supuestamente serían su base ideológica.
El neoliberalismo, en tanto un proceso social complejo e integrador, no puede explicarse como un resultado espontáneo de la historia ni al modo de la simple decisión de un grupo de personas. Se explica a partir de sus raíces y condiciones concretas, expresadas en el desarrollo del modo de producción histórico-social en que se ha desplegado, esto es, el capitalismo mundial.[1]
Con el transcurso de los años, los preceptos centrales del neoliberalismo se volvieron ampliamente aceptados entre los profesionales de la economía. Como lo plantearon Marion Fourcade y Sarah Babb, durante este periodo el triunfo del neoliberalismo «como una fuerza ideológica [fue completo], en el sentido de que ‘no había alternativas’ simplemente porque todos creían en y actuaban de acuerdo con creencias [neoliberales]» (Fourcade y Babb, 2002).
Este proceso de difusión fue tan generalizado y eficaz que arrasó también con los partidos de la izquierda socialdemócrata. Tanto el Partido Demócrata de Estados Unidos, a partir del gobierno de William Clinton, como el Partido Laborista británico, con el gobierno de Anthony Blair, adoptaron como programa las tesis fundamentales del neoliberalismo. Lo mismo ocurrió con los partidos socialdemócratas de Europa continental, perdiendo así todo rasgo de diferenciación esencial respecto a los tradicionalmente ubicados a la derecha.
¿Pero, no es cierto que, como fenómeno global, el neoliberalismo se reproduce entre nosotros no solo mediante el predominio del capital financiero, sino, especialmente, por la generalización de estrategias de valorización de una racionalidad empresarial que, incluso, se esparce, con fuerza inusitada, entre los sectores populares? Porque el neoliberalismo, entre muchas otras cosas, es un modo de vida.
El neoliberalismo entendido como ideología y sentido común
Se impone explicar por qué el neoliberalismo sigue siendo el marco ideológico dominante, pese a que la experiencia histórica ha desacreditado ampliamente sus principios básicos. Para descifrar esta paradoja, hay que destacar que, si bien es cierto que la disonancia cognitiva del neoliberalismo se ha revelado con claridad, las condiciones objetivas que lo generaron aún continúan y no han sido cuestionadas de manera efectiva. Comprender cómo se construye una ideología totalizadora como el neoliberalismo, y cómo opera para transformar la realidad, es crucial si queremos revertirla.
¿Qué entender por ideología? Teun A. van Dijk alertó contra la comprensión cotidiana y expandida de la ideología, que la entiende como un «sistema de creencias erróneas, falsas, distorsionadas o mal encaminadas, típicamente asociadas con nuestros opositores sociales o políticos» (van Dijk, 2006, p. 14). Chatelet y Mairet presentaron un concepto de ideología que permite comprenderla en toda su amplitud y complejidad:
Ideología es el sistema más o menos coherente de imágenes, ideas, principios éticos, representaciones globales y, asimismo, gestos colectivos, rituales religiosos, estructuras de parentesco, técnicas de supervivencia [y de desarrollo], expresiones que llamamos ahora artísticas, discursos míticos o filosóficos, organización de poderes, instituciones y enunciados y fuerzas que éstas ponen en juego, sistema que tiene como fin regular en el seno de una colectividad, de un pueblo, de una nación, de un Estado, las relaciones que los individuos mantienen con los suyos, con los extranjeros, con la naturaleza, con lo imaginario, con lo simbólico, los dioses, las esperanzas, la vida y la muerte. (Chatelet y Mairet, 1989, p. 6)
Una ideología constituye un conjunto de principios interrelacionados que encajan entre sí de maneras particulares, ayudan a darle sentido al mundo y guían las acciones de las personas. Una ideología es distinta de otra no solo porque está constituida por un conjunto particular de principios, sino también por la forma en que estos se organizan y colocan juntos.
Las ideologías se pueden definir sucintamente como la base de las representaciones sociales compartidas por los miembros de un grupo. Esto significa que las ideologías les permiten a las personas, como miembros de un grupo, organizar la multitud de creencias sociales acerca de lo que sucede, bueno o malo, correcto o incorrecto, según ellos, y actuar en consecuencia. (van Dijk, 2006, p. 21)
En esta misma línea, Stuart Hall (1996) define la ideología como: «Las estructuras mentales —los lenguajes, los conceptos, categorías, imágenes del pensamiento y los sistemas de representación— que diferentes clases y grupos sociales despliegan para encontrarle sentido a la forma en que la sociedad funciona, explicarla y hacerla inteligible» (p. 26).
Como se ha señalado, no se debe definir la ideología contraponiéndola a la «verdad» misma.[2] Más bien, se deberían tratar las ideologías como «epistemes», o marcos expresados a través del lenguaje, que sirven para arrojar luz sobre el mundo y las posibilidades y consideraciones que presenta. Todo pensamiento, en este sentido, opera dentro y a través de las ideologías. De hecho, sin estas, no se pueden emitir juicios. Diferentes ideologías hacen que diferentes hechos sobre el mundo sean «visibles» para sus seguidores, mientras que ocultan o silencian otros. Así, lejos de servir solo como justificaciones oportunistas, post-facto, de acciones o instituciones que ya han sido decididas o establecidas, en realidad ejercen una fuerte influencia determinante sobre cuáles acciones e instituciones son consideradas como viables y atractivas y, por lo tanto, cuáles se emprenden y construyen.
Dado que las ideologías son, a la vez, reflejos y componentes de procesos sociales reales, también es incorrecto verlas simplemente como una manifestación de falsa conciencia (Jakubowski, 1976). Lo específico de cualquier ideología es su capacidad para dar sentido a las condiciones de vida. Por tanto, son marcos que proponen alternativas y excluyen otras, mientras funcionan para guiar las acciones presentes y futuras. Y esto no solo en términos de cuáles deberían ser los objetivos de quienes defienden esa ideología, sino, también, en cuanto a los medios que se presentan como legítimos para lograrlos. Los objetivos de una ideología particular no pueden separarse, práctica o teóricamente, de los medios por los que se realizan.
Así, es posible arribar a la siguiente tesis: toda ideología surge de las prácticas materiales que le dan significado y sustancia y, a su vez, guía esas mismas prácticas. La ideología produce sus sujetos y es producida por estos. En tal dinámica, ambos cambian. Ello no es más que la explicitación de una idea seminal, desarrollada hace más de 180 años por Karl Marx: las estructuras sociales que condicionan el proceso de producción material de la vida condicionan también la producción de la vida espiritual. De ahí que, la expansión y afianzamiento de la ideología liberal sea expresión del modo en que la financiarización del capital condiciona todo el sistema de relaciones sociales.
La ideología del neoliberalismo
La ideología del neoliberalismo proporciona un conjunto de ideas que permiten comprender el mundo, y una base para actuar dentro de él. Durante el apogeo del neoliberalismo, en los años inmediatamente posteriores a la desaparición del bloque comunista, ni siquiera se lo consideraba una ideología. Se autopromulgaba sin ninguna consideración de sus elementos, convirtiéndose, en efecto, en sentido común. El neoliberalismo se transfiguró en creador de su propia realidad objetiva, estableciendo el lenguaje y los parámetros que definieron la existencia.
Las ideologías son tanto una respuesta al proceso social como un proceso social en sí mismas. Si bien la ideología neoliberal sirve a la clase dominante, para tener éxito debe presentarse como beneficiaria, por igual, de todos los sectores de la sociedad. No es simplemente una herramienta manejada por las clases dominantes para engañar a las masas. No constituye una creación puramente ficticia, sino que refleja a la sociedad ante sí misma, pero de una manera que privilegia cierta lectura de la realidad, destacando unos elementos, mientras oculta y reprime otros.
Las ideologías de las clases dominantes se esfuerzan por ocultar las contradicciones dentro de la sociedad, presentando una visión idealizada de su funcionamiento. Esto se hace, principalmente, como sostiene J. Mepham (1979), mediante la exclusión de los discursos alternativos y las formas de relaciones sociales que se le enfrentan. «El lenguaje ideológico no solo distrae la atención de las relaciones sociales reales, ni las explica, ni siquiera las niega directamente. Las excluye estructuralmente del pensamiento» (p. 152).
Entonces, la tarea principal de una ideología, para que sea eficaz a la dominación en la medida en que se universaliza y guía el pensamiento y la acción, es ocultar estas contradicciones, impedir que sean vistas. Al hacerlo, el encuadre ideológico, supuestamente, ofrece una lectura objetiva y comprensiva de la sociedad. Sin embargo, lo que de hecho se ofrece es una visión incompleta y muy específica: una que, debido a que busca enmascarar las contradicciones es, en sí misma, un proceso contradictorio.
Por ende, las ideologías son necesarias para la sociedad capitalista contemporánea porque enmascaran su naturaleza inherentemente contradictoria, permitiendo que las contradicciones necesarias para la reproducción continua del estado actual de la sociedad permanezcan intactas. Sin embargo, como afirma J. Larrain (1983), las ideologías no son simplemente un producto de una clase, que luego se ejerce contra otra. También incorporan las preocupaciones de quienes están fuera de la clase dominante. Si la ideología de la clase dominante fuera una manifestación de poder tan transparente, no exhibiría los poderosos efectos organizativos que ejerce sobre la sociedad. Puede hacerlo porque encapsula y manipula los procesos reales, volviéndose, en un punto, indistinguible de la existencia de estos procesos en sí mismos.
Como respuesta a la dinámica social, toda ideología proporciona orientación al hacer permisibles una serie de acciones, suministrando la justificación que las presenta como aceptables. De ese modo, interviene en la existencia vivida, transformándola. A través de esta mutación, la ideología se convierte en un hecho objetivo, se vuelve colindante con la realidad.
La construcción del marco neoliberal
En esta lectura, el neoliberalismo tiene que entenderse como una ideología de la economía política. Logra entrelazar elementos políticos y económicos y universalizarse al traducirse en prescripciones políticas muy simples de entender, lo que posibilitó, y posibilita, su difusión de manera clara y coherente a través de los medios de comunicación de masas, para obtener apoyo popular.
La ideología, entonces, deja de ser una interpretación particular de los procesos sociales para constituirse en elemento responsable de su ejecución. Paradójicamente, cuando una ideología está en el apogeo de sus poderes es cuando se vuelve más difícil de etiquetar un acto como ideológico, ya que no hay separación entre este acto y la ideología, sino que ambos se encuentran contenidos en el mismo movimiento.
Como ideología efectiva y dominante, el neoliberalismo se extendió por el campo social incidiendo en las relaciones a innumerables niveles. Las ideas que formaron su base llegaron a ser promulgadas sin pensar en su contenido real. Es en esta etapa, cuando una ideología se vuelve inseparable de la condición social general, que resulta más difícil criticarla, ya que los actos que la ponen en práctica se perciben, simplemente, como parte de la rutina de la vida diaria. Esta fachada de normalidad otorga una tremenda cantidad de poder a la ideología, ya que la retira del ámbito de la reflexión ejercida por la sociedad y los individuos.
Horkheimer y Adorno (1973) ofrecieron una descripción adecuada de cómo se puede establecer una separación total entre las formas de pensamiento, socialmente establecidas, y la reflexión crítica sobre el pensamiento mismo, algo que se puede aplicar al neoliberalismo:
No bien un pensamiento o una palabra se hace instrumento, puede uno renunciar a «pensar» realmente algo al respecto, esto es, a ejecutar de conformidad los actos lógicos contenidos en su formulación verbal […] pero cuando esto se vuelve rasgo característico del intelecto, cuando la misma razón se instrumentaliza, adopta una especie de materialidad y ceguera, se torna fetiche, entidad mágica, más aceptada que experimentada espiritualmente. (Horkheimer y Adorno, 1973, p. 34)
No es válido tener una visión solo instrumentalizante de la ideología neoliberal y afirmar que es únicamente la herramienta de una clase contra otra. Sin embargo, aunque el neoliberalismo en sí no puede reducirse a esto, logró, durante un tiempo, instrumentalizar la sociedad: la convirtió en una herramienta ideológica al servicio de su propia doctrina.
Toda la argumentación anterior permite afirmar que la ideología neoliberal se volvió hegemónica y continúa siéndolo. Se ha convertido en sentido común. Estos dos conceptos de Antonio Gramsci (1999) ofrecen una guía importante para entender la persistencia del neoliberalismo. Hegemonía se entiende como la capacidad de dirección de determinados grupos o fracciones sociales sobre las otras. Son aquellos grupos que se presentan ante los demás como quienes representan y atienden los intereses y valores de toda la sociedad, obteniendo el consenso voluntario y la anuencia espontánea, con lo cual garantizan la unidad de un bloque social que se mantiene cohesionado y articulado.
Por su parte, como explican Stuart Hall y Alan O’Shea (2013), el sentido común es una forma de «pensamiento cotidiano» que nos ofrece marcos de significado con los que dar sentido al mundo. Es un modelo de conocimiento popular, fácilmente disponible, que no contiene ideas complicadas, no requiere un argumento sofisticado y no depende de un pensamiento profundo o una lectura amplia. Funciona de forma intuitiva, sin previsión ni reflexión. Es pragmático y empírico, dando la ilusión de surgir directamente de la experiencia, reflejando solo las realidades de la vida diaria y respondiendo a las necesidades que tiene «la gente común» de obtener orientación y consejos prácticos. No es propiedad exclusiva de los ricos, los bien educados o los poderosos, sino que, en cierta medida, es compartido por todos, independientemente de su clase, estatus, credo, ingresos o riqueza. Por lo general, se expresa en la lengua vernácula, el lenguaje familiar de la calle, el hogar, el lugar de trabajo y los espacios de ocio y entretenimiento.
La razón neoliberal
Algunos estudiosos del tema han acuñado y desarrollado el concepto de «razón neoliberal». Es el caso de Jamie Peck (2010; 2012) y de la socióloga argentina Verónica Gago en su libro La razón neoliberal (2014). Sobre la base de sus investigaciones, esta autora demuestra que, pese a las terribles consecuencias sociales causadas por las estrategias neoliberales aplicadas por Carlos Saúl Menem, y que condujeron en 2001 a un profundo estallido popular, el neoliberalismo en Argentina no fue enterrado con la crisis de ese año: continuó por otros medios. Gago coincide con la interpretación amplia de neoliberalismo, que lo comprende no solo al modo de un conjunto de políticas públicas que buscan reducir al mínimo el lugar del Estado, sino también como una tecnología de subjetivación: una forma de generar cierto tipo de subjetividad que complementa y fortalece los propósitos del capital financiero. Para Gago (2014), y esta es una tesis muy importante, la dictadura militar argentina (1976-1983) y el menemismo (1989-1999) ciertamente fueron procesos de instauración de un «neoliberalismo desde arriba». Pero el neoliberalismo, como política activa de creación de instituciones, de lazos sociales y de subjetividad bajo el modelo de la empresa, ha conseguido instalarse más bien de un modo muy dinámico y multiforme, tanto «por arriba» como «por abajo».
Comparto, por tanto, la idea de que es preciso ampliar el concepto de neoliberalismo para comprender su persistencia. Ello significa, en primer lugar, centrar la atención en la materialidad de cómo se resuelve la vida día a día, tanto en las instituciones como para los grupos y las personas. Así, sería posible evaluar, por un lado, la permanencia del neoliberalismo en los territorios aún bajo gobiernos supuestamente antineoliberales, como los de América Latina, y, por otro, su propia capacidad de mutación a manos de ese flujo tan versátil que son las finanzas.
El neoliberalismo muta y sobrevive «por arriba» y «por abajo». Eso implica una comprensión bien diferente de aquella que, para explicar su permanencia, invoca simplemente lo que podríamos calificar como una interiorización pasiva o una estricta servidumbre voluntaria que habría alcanzado a las clases populares. Los intelectuales franceses Christian Laval y Pierre Dardot (2013) han explicado precisamente el sentido de esa «racionalidad», es decir, una lógica que dirige las prácticas desde su propio interior y no una simple motivación ideológica o intelectual.
El neoliberalismo no es simplemente un tipo de capitalismo, sino una forma específica de sociedad e, incluso, un modo de existencia, que estructura nuestra manera de vivir, las relaciones de las personas entre sí y la forma en que nos representamos a nosotros mismos. No es solo un proyecto económico y político, es también un proyecto de sociedad y una cierta fabricación del ser humano.
La hegemonía del neoliberalismo ni se ha podido ni se podrá eliminar si se piensa como una lucha entablada solo en el campo de «lo discursivo», de la «educación política de las masas», o mediante la acción que se pueda ejercer desde la dirección de los gobiernos. Se torna imprescindible activar y desarrollar luchas sociales que se propongan como objetivo desmercantilizar las relaciones que han caído bajo el dominio del mecanismo de mercado, privilegiado como principio organizador central del neoliberalismo. Para esto, se necesita crear comunidades que desafíen, explícitamente, el supuesto aislamiento que prevalece entre los individuos en la sociedad contemporánea, abriendo formas y espacios de sociabilidad (sindicatos, instituciones educativas, esferas de ocio y despliegue de lo lúdico) que permitan construir lógicas de interrelación y producción de otras relaciones sociales cuyo funcionamiento desafíe abiertamente la dinámica del capital.
Será en estos nuevos estratos de lucha donde se formarán formas alternativas de ideación social, a través de una nueva repolitización. El fomento de tales prácticas puede convocar la resistencia activa a la lógica normativa del neoliberalismo, mediante formas cooperativas y colaborativas de producción, consumo, educación o hábitat que surjan en ámbitos diversos (agricultura, arte o nuevas tecnologías), nuevas instancias democráticas que emergen de la lucha misma, desde comunidades activas en formación.
Referencias
Brown, W. (enero de 2018). ¿Quién no es neoliberal hoy? Ficción de la razón. https://ficciondelarazon.org/2018/01/19/wendy-brown-quien-no-es-neoliberal-hoy/
Chatelet, F. y Mairet, G. (1989). Historia de las ideologías. Akal.
Fourcade, M. y Babb, S. (2002). The rebirth of the liberal creed: paths to neoliberalism in four countries. American Journal of Sociology, 108(3), 533-579.
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van Dijk, T. A. (2006). Ideología: una aproximación multidisciplinaria. Gedisa.
Notas