Diálogos

Editorial: Desafíos del neoliberalismo en un contexto pospandemia. Un esbozo del vínculo entre el imperativo de la acumulación y las luchas por la reproducción

Meysis Carmenati González
Universidad Central del Ecuador (Ecuador) y Universidad Rey Juan Carlos (España) , Cuba

Textos y Contextos

Universidad Central del Ecuador, Ecuador

ISSN: 1390-695X

ISSN-e: 2600-5735

Periodicidad: Semestral

núm. 26, e4397, 2023

textosycontextos@uce.edu.ec



DOI: https://doi.org/10.29166/tyc.v1i26.4397

Este texto se concibe a propósito del Número 23 de la Revista Textos y Contextos, fascículo publicado en noviembre de 2021 y que conmemoraba dos años del levantamiento popular de octubre de 2019 en Ecuador. Su tema fue Desafíos del neoliberalismo en un contexto pospandemia y reunió artículos que abordaban, desde diferentes perspectivas, qué significaba el avance del neoliberalismo para nuestras vidas. No obstante, las discusiones ahí planteadas dejaban algunas interrogantes latentes en relación a cómo entender la reestructuración neoliberal y su actual hegemonía. En este editorial se busca ahondar en tales incertidumbres, mediante el análisis del neoliberalismo desde la argumentación filosófica, con perspectiva feminista, y situando la pregunta sobre la normalización de sus prácticas, es decir, sobre cómo pensar su naturalización y extensión por regiones distantes y diversas.[1]

Ya son numerosas las investigaciones que atienden el carácter sistémico, ideológico y estructural del neoliberalismo (Acanda González, 2021; De Miguel, 2020; Brown, 2017; 2018; Harvey, 2007; Anderson, 2003; Bourdieu, 1997). Como bien se conoce, sus fundamentos teóricos datan de mediados del siglo XX, con la publicación en 1944 de The Road to Serfdom (Camino de servidumbre), de Friedrich A. Hayek. Pasó algún tiempo hasta deducir que la violencia económica era solo uno de los dispositivos del proyecto neoliberal, y que se le debe reconocer como una “razón moralizadora” (Gago, 2014; 2020), un programa político de reinvención del capitalismo (Harvey, 2004; 2007) en estrecha relación con los regímenes tradicionales de la desigualdad: el patriarcado racista, clasista y colonial (MacKinnon, 1987; Cobo, 2005; Fraser, 2014; 2020; De Miguel, 2012; 2020).

¿De qué forma la racionalidad neoliberal se instaló en los marcos ideológicos e institucionales, incluso de opciones políticas antagónicas (Anderson, 2003), como en el caso de los gobiernos progresistas de Latinoamérica a inicios del siglo XXI (Filmus, 2016)? ¿Cómo perduró, pese al rápido retroceso que devino en materia de derechos y servicios públicos? ¿A qué responde la sedimentación de las políticas neoliberales cuando estas provocan violencia estructural, precarización, fragmentación social e, incluso, la re/articulación de discursos y políticas neofundamentalistas, junto al crecimiento exponencial, desenfrenado, de la desigualdad? ¿Cuáles son las condiciones históricas que hacen posible la resiliencia del neoliberalismo? La premisa que nos ocupa sugiere que estas prácticas, así como la racionalidad neoliberal subyacente, están relacionadas con las luchas por la reproducción (Carmenati, 2021), consideradas un eje esencial de las nuevas derivas sociales, debido a una reanimada política de “acumulación originaria” (Federici, 2004; Harvey, 2004; Bonefeld, 2012). De ahí que nos interese enfocar el neoliberalismo desde los conceptos de acumulación y reproducción.

Lo que entiendo como el “imperativo de la acumulación neoliberal” se expresa en fenómenos tan complejos y variados como el despojo de recursos y territorios, el extractivismo, la privatización de servicios sociales, la precariedad y la flexibilización laboral, el trabajo forzado y esclavo, la cosificación y mercantilización de la industria sexual y reproductiva, entre otros. Consiste en producir una forma específica de intersubjetividad centrada en el individualismo posesivo (Barcellona, 1999; Macpherson, 2003; 2005) y movida por el mandato de consumir más, acumular de forma creciente, lo mismo propiedades y recursos naturales o materiales, que bienes simbólicos, ideas, información, experiencias. Es un proceso que parece unilateralizar el consumo hacia las mercancías, pero lo que incita concierne directamente al ámbito prescriptivo, al universo de los valores, las normas, las expectativas y los deseos, las relaciones sociales y la propia identidad personal.

En un tiempo marcado por la conciencia del colapso ecológico, la expropiación, la precarización y el despojo garantizan la reproducción de un grupo, es decir, de un modelo de vida, de un conjunto de valores, normas y formas de relacionamiento social. Tomando en cuenta que este proyecto político de reestructuración capitalista se encuentra re/definiendo no sólo el contexto actual sino, y especialmente, las décadas por venir, y que el futuro parece cada vez más peligroso e incierto en un mundo de recursos limitados y escasos, donde la acumulación precipitada, inequitativa y gore se extiende ad infinitum, parece ineludible hacerle frente, asumiendo que es nuestra propia sobrevivencia como especie, y la trascendencia de la vida misma –no solo la humana– lo que está en juego. No es menor.

Al respecto, cabe sintetizar algunas ideas que confirman el vínculo orgánico entre el imperativo de acumulación neoliberal y las luchas por la reproducción.

[1] Un primer punto concierne a la normalización de ciertos dispositivos neoliberales de regulación y control, que abarcan mucho más que lo económico, a modo de instituciones rectoras del sentido común (Acanda, 2021), con peso singular en los sistemas de representación y referencias: mediaciones a través de las cuáles interpretamos la realidad. El neoliberalismo actúa en el núcleo mismo de las identidades, la construcción del deseo, la orientación de expectativas y modelos, siendo un lenguaje arquetípico a la hora de pensar el mundo y entendernos en él. Este argumento involucra consideraciones especiales, que no será posible abarcar aquí. Baste mencionar la exuberancia de esquemas prescriptivos sobre cómo habitar un cuerpo, ya sea individual o colectivo (Cobo, 2015; Carmenati et al, 2022a), algo ya analizado por la teoría feminista.

De hecho, la capacidad normativa del régimen neoliberal se sitúa en el centro de las coordenadas actuales de explotación de las mujeres, no solo en lo relativo al trabajo esclavo en maquilas o a la feminización de la pobreza. También en la manera en que se instala una narrativa pública sobre sus cuerpos como materia de “consumo” y objeto apropiable (Ekman, 2017). La industria sexual de la prostitución y la pornografía y el negocio de los vientres de alquiler son denotadamente ilustrativos. Y es que la sincronía entre la violencia patriarcal y la escalada neoliberal tiene abundantes registros (Fraser, 2014, 2020; Brown, 2017; Cobo, 2019; Gimeno, 2018; De Miguel, 2020, Carmenati et al, 2022b). Un proceso tan radical de reescritura del capitalismo no podía pasar por alto el escenario de desigualdad que el patriarcado ha sostenido durante siglos. La habilidad para instrumentalizar esta historia de dominio y subordinación, de una mitad de la humanidad por la otra, desemboca en una política sexual sin precedentes. De esta forma, se introduce un régimen de lenguaje extraordinariamente más amplio, que traduce la cosificación de las mujeres a una retórica de la acumulación neoliberal: todo es adquirible, acumulable, expropiable, poseíble, todo puede despojarse. Tanto en la explotación reproductiva como en la compra de un cuerpo la razón neoliberal advierte a la comunidad política, constituciones y convenciones de derechos de las mujeres por medio, que todo se encuentra disponible a la lógica extractivista, que no existen restricciones para la puesta de todo en función del deseo, que esto es “natural” y puede considerarse un valor positivo: como se lee en el uso de los términos “emprendedoras sexuales” o “gestación subrogada”. Esta disposición para instrumentalizar los eufemismos caracteriza las prácticas neoliberales y activa un modelo discursivo. De acuerdo con la situación, se habla de “políticas de austeridad”, “rescate del sector empresarial”, “crisis fiscal”; pero también, en otros casos, el recurso simbólico usa referentes como: “defensa de la vida de los fetos”, “santidad del matrimonio heterosexual”, “el peligro de la invasión de indocumentados”. Lo que conecta las políticas de austeridad con la penalización del aborto o “la familia original” es la redistribución, en concreto, la disputa por el control de recursos que son cada vez más valiosos y escasos. Estos son las minas o los territorios, pero también la información, el capital cultural, los cuerpos, la fuerza de trabajo, los comunes, en palabras de Federici y Caffentzis (2019).

Para el neoliberalismo patriarcal la compra de un ser humano, mujer o niña/o, es solo la expresión de una naturaleza primigenia e incontenible. Con ello se espera naturalizar una transacción que, en sí misma, significa el intercambio de una vida, la adquisición de una persona, el consumo de un “cuerpo” y la mercantilización abierta e inescrupulosa de todo ello. Desde una perspectiva feminista, y ya desde cualquier punto de posicionamiento antineoliberal y anticapitalista, esta verdad, que a todas luces muestran la industria de la explotación de mujeres y la política sexual neoliberal, habla en voz alta de otras prácticas extractivistas, de la inseguridad alimentaria, de una apología de la privatización y la acumulación desmedidas.

[2] De este modo, la transgresión del límite de lo humano como frontera ética que delineaba la acción, al menos en principio, es la segunda tesis que confirma el vínculo orgánico entre el neoliberalismo y las luchas por la reproducción. El poderoso mensaje que hay detrás de “fabricar” un ser humano, comprarlo o poseerlo supera la imagen tradicional de la explotación capitalista con creces. Se escenifica un tipo de poder sobre la vida que tiene ecos en la teoría foucaultiana sobre el control biopolítico y la formulación de un régimen de verdad (Foucault, 2009), al activar aquellos mecanismos, dispositivos y elementos institucionales que producen los discursos socialmente considerados verdaderos. Esta nueva tecnología se torna cada vez más íntima y ubicua: la metáfora del paso de las huellas digitales grabadas en tinta a los software de reconocimiento facial.

Siendo así que la apropiación de un cuerpo como territorio para producir/acumular valor da paso a procesos complejos, difícilmente discernibles y desplegados a gran escala. Resulta hasta cierto punto elemental, pues asegurar un continuum de acumulación in crescendo precisa de un sostenido sistema de expropiación, depredación, extractivismo y precarización; de la desregulación como principio que lo haga viable; del eufemismo y la ambivalencia que ocultan la destrucción, efecto de la voracidad estimulada, del mandato de posesión; y la consecuente eliminación de todo intento de reparto equitativo, diluyendo en el camino aquellos ideales que estorban, como el paradigma de la igualdad. No es tan fácil implementar semejante sistema en la córnea de las interpretaciones habituales del mundo y, una vez que se logra, será igual de complejo producir una transformación sustantiva. En otras palabras, hay que lidiar con el hecho irrefutable de que el neoliberalismo ha recabado la dirección moral e intelectual, la pauta para establecer un orden de aspiraciones, intereses, visiones del mundo, y nos está ganando la disputa hegemónica, al menos por el momento.

[3] Como tercer punto, cabe precisar que en esta tribuna de prácticas normalizadas se dirime el conflicto democrático, el descuerdo en torno a cuál sociedad deseamos y qué forma de vida estamos en capacidad de reproducir. En este concierto de tensiones, las jerarquías distancian, con efectividad, unas experiencias de otras, y delimitan, groseramente, el conjunto del valor. Es decir, distinguen, con claridad sepulcral, unas vidas que importan y deben ser protegidas y priorizadas, frente a otras que, en apariencia, tienen menos valía, y se pueden precarizar, explotar o eliminar porque, como afirma Butler (2006), han sido ungidas por una condición deshumanizada. El lugar en que se arbitra este conflicto deviene prescriptivo, pues la totalidad de las relaciones sociales inscritas en el discurso neoliberal lo eximen de mantener férreamente su máscara civilizatoria, aquella que vocifera sobre la disciplina presupuestaria, la libertad empresarial/natural, la resiliencia, el emprendimiento y el progreso “posEstado”, posmodernidad, posigualdad. Que el neoliberalismo ya muestre su peor faceta es síntoma de su hegemonía, de cómo debe considerársele esencial al funcionamiento del sistema de relaciones sociales en el momento presente, y de que su racionalidad se ha sedimentado. Siendo así que el avance neoliberal puede definirse como parte de un modelo reproductivo. Lo que nos lleva al cuarto punto.

[4] Entiéndase que la reproducción, en su concepción más amplia, bien puede significar la instauración del deseo como motor de la acción, como espejismo de la realización, sustituyendo el anhelo emancipatorio moderno de la expresión sustantiva del individuo, de su capacidad para autodeterminarse. En este caso, se trata de un sujeto “pos-ético”, que es puro hedonismo, pero que puede, o cree que puede, realizarse con inusitada facilidad: solo tiene que dar rienda suelta a su deseo y justificarlo como una necesidad innata, lo que ya impide pensar de qué manera se le construye socialmente a ese deseo.

En esa línea se va instituyendo un manual de acción. La reproducción de unos es la supremacía de sus anhelos, necesidades, modelos de vida, de religión, de familia, sistemas de representación y nociones prescriptivas, todo ello sin atender a la “retórica” liberal clásica sobre los límites de la libertad como umbral de la convivencia civil. El imperativo de la acumulación arbitra sobre la reproducción como “¿nueva?” arena de la lucha de clases, en el sentido en que define Holloway (2004) este concepto. Quizás la muestra más patética de esto último la encontremos en los movimientos antivacunas durante la pandemia de Covid-19, bajo el estandarte de la “libertad para decidir”, cuando esa elección personal afectaba al resto. Un caso de igual perplejidad se descubre en el turismo espacial, con los viajes de SpaceX, de Elon Musk, y Virgin Galactic, de Richard Branson (Forbes, 2022). La satisfacción del deseo se impone sobre el bienestar general y dicta los designios de la acción política, incrementando exponencialmente las brechas de la desigualdad.

[5] En quinto lugar, como se ha indicado, la racionalidad neoliberal encarna, entre otras cosas, el imperativo de acumular capitales (bienes naturales y simbólicos) que, en un contexto de colapso ecológico, se perciben como cada vez más escasos: el espectáculo de un coliseo para la lucha por los recursos que hacen posible la vida, la reproducción. Garantizar el acceso a estos requiere de impunidad y de un nuevo iusnaturalismo justificatorio, con el cual aceptamos la estética gore de nuestras urbes inseguras y nuestros campos devastados, como reflejos de una sociedad pauperizada y un planeta agonizante. Así, se diluye el proyecto ilustrado de los derechos en el night club ruidoso, luminoso y narcotizado del deseo. Sucede que, si la acumulación imperativa pasa por consignar modelos prescriptivos, entonces el neoliberalismo reacciona mucho más que a los estados de bienestar, como se pensó antes (Anderson, 2003). La violencia estructural que establece tiene por objetivo universalizar la razón predadora del individualismo reactivo y extremo. ¿Por qué este esfuerzo? De la liberalización financiera a los monopolios mineros y agroindustriales, de la disminución de los salarios y la flexibilización laboral a la desaparición de servicios públicos y sanitarios indispensables, del desmantelamiento de las soberanías y la fractura de la democracia representativa a los escenarios distópicos de pandemias globales, la sobreabundancia de crisis estructurales no logra movilizar una respuesta categórica. Todo lo contrario. Paradójicamente, este estado neurótico de cosas nos ha lanzado al hedonismo, al placer frugal del instante perpetuo, mientras repetimos el fin de la historia y la muerte de los paradigmas (Habermas, 1988; Sánchez Vázquez, 1990). Como reza esa frase viral en redes: “que todo fluya y nada influya”. De lo anterior también se sigue que es la lucha por la reproducción lo que está en la balanza, y el desafío perentorio.

En resumen, y como último punto, [6] hay una biopolítica fraguándose en la redistribución cada vez más desigual de los recursos que sostienen la vida y la reproducción colectiva, paralela a las crecientes evidencias de la fragilidad ambiental. A la par, la crisis de cuidados es multidimensional, acumulada, sistémica y de colapso socioeconómico y ecológico. Los ecosistemas están cambiando y hemos traspasado ya los mínimos de sostenibilidad del planeta. Nos arriesgamos a ir hacia formas de organización donde, como se ha dicho, cada vez menos vidas importen, mientras la precariedad y la degradación de las condiciones de existencia se instalen como nuevo régimen. En particular, se pone en el centro la pregunta sobre ¿qué implica el avance del neoliberalismo, si consideramos la sustitución del paradigma feminista de la reproducción y el cuidado por otro dónde la reproducción ya no se piensa en términos de vida colectiva y e/codependiente, sino desde la lógica de la acumulación neoliberal ilimitada?

Que la vida continúe en términos humanos, sociales y ecológicos es un tema crucial, entrelaza las variables de bienestar y vida digna, así como las circunstancias de crisis y desprotección adscritas al cuidado. La crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 ha reactivado otras crisis preexistentes, y la capacidad de respuesta aún está por verse. Esto nos muestra, en lo referente al mapa político, que la disputa por la re/conquista de los derechos humanos se reconoce en el enfrentamiento, cada vez menos evitable, contra los autoritarismos, los fundamentalismos, el destierro de la autodeterminación y de la disidencia. En términos globales, se fragua una campaña exitosa para desestabilizar nuestras comunidades políticas: una guerra abierta contra la vida pública, ya instalada. Luego, en el ocultamiento cómplice, territorios como los amazónicos, mineros, de maquilas, fronterizos, racializados, feminizados, de corredores migratorios, periféricos, rurales, indígenas, los narcoterritorios, están re/politizados desde prácticas violentas y utilitarias: son la evidencia de cuán lejos puede llegar la deshumanización predadora y desposesiva, la acumulación por destrucción. Y la sensación que tenemos, incluso en nuestras urbes de neón, es que esta realidad se extiende para encontrarnos desprevenidos, aunque no sin previo aviso.

Referencias

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Notas

[1] El presente análisis resulta de los debates suscitados en el contexto del programa de Doctorado Interuniversitario en Estudios Interdisciplinares de Género, de la Universidad Rey Juan Carlos (España), y del Seminario de Filosofía Política y Derechos Humanos en América Latina (Programa Año 2022), del Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe (CIALC), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Una versión anterior y más concisa se presentó como ponencia, bajo el título Neoliberalismo y reproducción social: la nueva arena de la lucha de clases, en el XIII Seminario Internacional Políticas de la Memoria. Memorias y Derechos Humanos, del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en Argentina. http://conti.derhuman.jus.gov.ar/2021/08/seminario-xiii-ponencias.php
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