Vargas Llosa: catedral
de la palabra
Juan Carlos Moya*
Fecha entrega: 2014-01-14 • Fecha aprobaci6n: 2014-02.14
uando estreche la diestra de don Mario Vargas
Llosa —esa mafiana opaca de un afio feliz y casi
C
olvidado— dude de la fuerza de los cinco nudillos,
del peso de la carne de su mano que al tacto era blanda y
suave, y que, ahora, el tiempo habia manchado con unas
pecas que se movian sobre la piel como pequenos lagos de
arena.
"Buenos dias, es un placer", dijo con su mirada todavia viva y lla-
meante, como la de un joven limeno dispuesto a encarar el dialo-
go, la arremetida inesperada de un extralio, sacudiendo con suavi-
dad el brazo para que el saludo pase breve pero cortes, seco pero
firme, distante pero dispuesto a ser generoso.
*
Juan Carlos Moya, es escritor y periodista ecuatoriano. Autor de la novela «Caballos en la niebla y del libro de cuentos «Un sueno es un pez pardo«. Premio Nacional de
Periodismo Jorge Mantilla Ortega, primer lugar, por el conjunto de crOnicas titulado: «El oficio de vivini. La FundaciOn Nuevo Periodismo Iberoamericano le hizo merecedor de
una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Ha trabajado en prensa, radio y television. Actualmente se halla culminando su segunda novela.
Correo: cielobuenosaires@gmail.com
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• facebook: https://www.facebook.com/juancarlosmoyaescritor.
Vargas Llosa: catedral de la palabra
En estos dias
Y sosteniendo su mano —durante breves segundos que se hicieron largos como los
siglos— mientras don Mario Vargas Llosa me ofrecia su sonrisa franca y pulida con
buenos modales londinenses, recorde el pufietazo que de su coraje fue a parar en el
ojo picaro y tropical de Gabriel Garcia Marquez, su, hasta ese momento, mejor
amigo.
La mano que me saludaba,
mientras afuera el cielo de Quito
era tan sucio como el de Lima,
se habia hecho pull° en Mexico
—era 1976— y habia golpeado
de lleno a Gabo, picaflor costefio
que no dudaba en seguir las fal-
das desprevenidas, como los
perros siguen un hueso.
"Por lo que le hiciste a Patricia",
dicen que dijo Vargas Llosa, los
testigos que nunca faltan para
desfigurar los hechos con sus
propias palabras.
Solte la mano de Marito, como
le dicen sus allegados, y la sua-
vidad de un pafiuelo que se pega
a la palma me hormigue6 la
piel.
El fotografo mexicano Rodrigo
Moya hubo de registrar, ese
alio, con su camara, el ojo
morado de Gabo y la nariz en
forma de pera lastimada en el
tabique. En aquella fotografia
que un dia publico el New York
Times, con la acostumbrada
desfachatez del escritor colom-
biano, aparece el con una sonri-
sa que curva su mostacho soca-
rron, posando risuefio para la
posteridad y el pugilato litera-
rio.
Entonces todo se me hizo un
nudo en la memoria, quiza la
sonrisa del colombiano se me
hizo afrentosa, y no pude mas
que preguntar, minutos despues
de iniciada la platica, Don
Mario, /de volveria a pegar a
Garcia Marquez?
Hubo un silencio. Uno de esos
silencios que se abren en la tie-
rra para dictar el fin del mundo.
Algo temblo en la respiracion
del escritor peruano.
En estos dias
Juan Carlos Moya
textos v
otextos
"No hablo sobre ese asunto", me dijo finalmente, conservando la
calma y sus ojos arianos (Mario nacio un 28 de Marzo) se encen-
dieron como el fuego, pero ya era un fuego frio, cortante como el
hielo que quema. Y vi su semblante enmudecer con pesadumbre,
los vientos que soplan con violencia sobre los picos de los Andes
sacudieron su mirada.
El sabia que desde ese dia habia perdido a un amigo. Gabo y
Marito: dos premios Nobel tan solo separados por un pedacito de
tierra llamada Ecuador.
Vargas Llosa: catedral de la palabra
En estos dias