puede hacerse por pura suerte porque ese
día la puede ayudar la Cruz Roja, indica
que su bebé ha muerto una semana antes
en su vientre por los efectos de la cami-
nata y por el trauma que le ha significado
ver morir a un hombre de hipotermia. Sí,
porque decenas de personas mueren en el
frío cuando van camino de Bucaramanga.
Durante el tiempo del albergue,
Marcos fue escucha de una narración co-
lectiva que traían los caminantes a Pegu-
che y que debería ser hoy testimonio
suficiente para abrir los corredores para
ellos. Cada cierre, cada abandono, cada
requisito de los Estados venezolano, co-
lombiano, ecuatoriano, peruano a los mi-
grantes en los caminos, produce miles de
muertes, pero nadie acepta la responsa-
bilidad sobre esas vidas. Irse sin los
hijos, sin la madre, sin la pareja, dejando
al padre en agonía, no es irse por la pro-
pia voluntad. Llegar con los pies reven-
tados, con la familia asesinada por la
negación de una catástrofe humanitaria,
no es irse sin más. Al mismo tiempo, la
valentía para la huida y el coraje de pen-
sar que se puede sobrevivir son, igual-
mente, innegables.
Hasta julio de este año, en Peguche
no se habìa escuchado “nos vienen a qui-
tar los trabajos” ni había cacerías xenófo-
bas de migrantes como la que hubo en
Ibarra en enero. “Nosotros tenemos poco,
pero de lo que tenemos, de la cosecha, sa-
camos maicito para darles, lo que tenga-
mos, porque da pena verles llegar así sin
nada, con frío. Mañana podemos ser no-
sotros, ahora son estos señores, que por
ser ajenos no son malos”, dice Fabiola, ve-
cina de Santa Lucía, mientras arregla sus
textiles en su casa-taller, en donde su fa-
milia trabaja con tres telares. Su esposo
Luis relata que su primo ha vivido en Ve-
nezuela por décadas. “Yo no sé si está
vivo, ojalá, pero siquiera unos seiscientos
somos de Peguche allá, migramos bas-
tante. Igual que nosotros fuimos allá,
ahora ellos vienen acá, entonces sí les
ayudamos. Los que volvieron de Vene-
zuela volvieron con ahorros para com-
prarse una casita, tierra, entonces sí vale
ayudarles”, dice Luis, con la claridad que
no tienen gobiernos enteros.
De cada diez personas que llegaban
al albergue en Peguche, de siete a ocho
eran hombres. Viajaban en grupos, se
iban juntando o salían entre primos, her-
manos, vecinos y ya sabían de la casa que
Marcos había abierto. En el trayecto, los
caminantes pueden sufrir hasta cuatro
asaltos que los dejan sin papeles, sin fotos
de su familia, sin las cartas que les dan de
despedida, sin el bucle de pelo, sin la es-
tampita de bendición, sin las mantitas
que llevan el olor de sus hijos. Necesitan
toda la solidaridad del mundo para poder
cruzar a pie cuatro países y no morir de
soledad, frío, abandono, miedo, hambre o
derrota. Las mujeres que caminan suelen
cruzar son sus parejas o padres, pero esto
no significa que se salven de probables
violaciones, de explotación sexual, de
abortos no deseados, de trata. En los ca-
minos acecha también el narco, que les
puede obligar a transportar lo que sea con
la promesa de ayudarles a llegar, esto se
sabe ya hace mucho en nuestros países.
Rafael trabajaba con Marcos en el
albergue. En abril, los acompañamos en
el vía crucis en las comunidades de Pegu-
che: Arias Uko, Agato, Quinchuquí. “Aquí
saben lo que es migrar, son sensibles a
esta realidad, por eso nos entienden”, nos
contaban. Llama la atención ver en una
comunidad indígena kichwa hablante a
un joven caribeño llegado de lejos con lo
inenarrable del viaje todavía en el rostro.
Ha vivido en el albergue, acaba de encon-
Textos y contextos Nº 19
14 • Noviembre 2019 - Abril 2020
CORREDORES MIGRATORIOS