Arteaga
pISSN02528681 | eISSN29608163 | año 2023 | núm. 45 | pp. 159-177
Excurso sobre las derechas y nuevas élites culturales en Ecuador
Digression on the rightwing and new cultural elites in Ecuador
Recibido: 20/09/2023 Aprobado: 08/12/2023
Christian Arteaga
Universidad Central del Ecuador (Ecuador)
https://orcid.org/0009000141224196
https://doi.org/10.29166/csociales.v1i45.5427
Resumen
Este trabajo reflexiona cómo el campo de acción de las nuevas élites ecuatorianas, no están solamente atentas al proceso de acumulación de capital y del control político sobre el Estado. Sino que, actualmente, se han extendido hacia otros territorios que, otrora, no eran parte de su interés, esto es, el ámbito de lo cultural. De tal modo, se plantea que, en el presente, el campo cultural es también una geografía en disputa por las élites más jóvenes del país, que teniendo la singularidad de su formación —muchas de ellas fuera del Ecuador— y aun cuando sus proyectos sean distintos, convergen ciertas especificidades tecnocráticas. De igual modo, se muestran cómo las élites entienden al Estado y sus actores, a partir de documentos y soportes visuales que son modo de mostrarse en la esfera pública.
Palabras clave Élites, derechas, cultura, subjetividad, visualidad.
Abstract
This work reflects on know the field of action of the new Ecuadorian elites is not only attentive to the process of capital accumulation and political control over The State. But that, currently, they have extended to other territories that, formerly, were not part of Their interest, that is, The cultural sphere. In This way, it is proposed that at present, The cultural field is also a geography in dispute by the younger elites of The country, who having The singularity of Their formation —many of Them outside Ecuador— and even when Their projects are different, converge certain technocratic specificities. Likewise, the ways in which the elites understand the State and its actors are shown, based on certain documents and visual supports that are a way of showing themselves in the public sphere.
Keywords Elites, culture, right, subjectivity.
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Introducción
Uno de los imaginarios que resuena persistentemente cuando se delibera sobre el papel de las élites, las derechas y la política, es que parecería que las primeras casi siempre están situadas en un presente permanente o se configuran dentro de una coyuntura especifica. Esto resulta problemático al momento de entender a estas en una dimensión por fuera de lo descrito, y más bien ubicarlas en una especie de contínuum articulado a espacios políticos, económicos, históricos y sustantivamente culturales. ¿Por qué enfatizamos en esto último? Lo hacemos porque la lectura de la crisis y su correspondencia con el accionar de las élites, debería mirarse en las nuevas formas que estas van adoptando y en los contenidos singulares que aquellas también van enunciando en lo que se conoce como esfera pública. Por ello, este texto, a contrapelo de lo que muchos estudios sociológicos e históricos propugnan en función de una lectura bifronte: por un lado, la economía y la política, y por otro, desde el lugar de los subalternos y dominados (Larson, 2002; Grynszpan, 1999; Mosca, 1984; Pareto, 1980) propondrá más bien que las élites siempre se han emplazado muy de cerca con el Estado, a través de alianzas y parentescos, lo cual les ha ido constituyendo como modernizadas y nuevas.
Partimos explicando una idea muy diseminada de élites en un contexto político de corte fascista, a través del planteamiento de Gaetano Mosca (18581941) que resume y explica dicho concepto como:
[…] cualquier jerarquía exige necesariamente que algunos manden y otros obedezcan; y puesto que está en la naturaleza del hombre que muchos de ellos quieran mandar y que casi todos acepten obedecer, resulta bastante útil una institución que da a los que están arriba la manera de justificar su autoridad, y al mismo tiempo ayuda a persuadir a los de abajo a que deben admitirla. (Mosca, 1984, 260)
Según esta idea, dichas élites —especialmente las europeas— se expresan bajo la forma de valores, superioridad moral, gran capacidad intelectual y la influencia de esta sobre sí misma y sobre el común de la sociedad. Ahora, pensamos que aquel concepto, en estos momentos, no solo que resulta insuficiente, porque la propia sociedad ha mutado, sino sus maneras de auto percibirse y de ser específica en su relación con las jerarquías, también ha cambiado, piénsese el aparecimiento de los neofascismos en América Latina de corte pretoriana como Jair Bolsonaro y libertaria personificada en Javier Milei. Por ello, este trabajo apuesta por una definición de élites bajo un esquema no únicamente político y económico, sino cultural y estético, en el que se observa ya no solamente una relación jerárquica, sino al contrario, una especie de reacomodamiento de la estructura social de cada uno de los sujetos que conforman las élites.
Es decir, estas élites contemporáneas no lo gran su objetivo de dominación, sino es con la complicidad de los dominados. Donde estos últimos pueden hacer suyos los discursos de aquellas, o por el contrario, al querer cuestionarlas, resultan tan construidos por el mundo social que terminan por reproducir el funcionamiento de las nuevas jerarquías, aun cuando las quieran combatir. Así, una idea de élites en este momento emplaza una dialéctica entre clase dominante y dominados, entre clase política y sociedad civil, donde toman ciertos elementos intersectoriales y los hacen suyos, generando un efecto difícil de percibir a primera vista, y es la perpetuación misma del modelo de dominación. Esto, no solamente por voluntad de las élites, sino por algunos sectores opuestos a ellas imbuidos por un tipo de automatismo que no permite el cambio de jerarquía con mayor rapidez.
En el caso ecuatoriano, por ejemplo, si solo lo colegimos desde el retorno a la democracia, en el año 1978, de manera indirecta y directa
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podremos referir que jamás estas han abandonado el eje gubernativo; sin embargo, lo que sí habría que distinguir son las dinámicas en las que actuaron y actúan y, por supuesto, las intensidades en que se manifiestan. Por ello, planteamos tres orientaciones de la lectura del presente trabajo caracterizándolas desde otros despliegues para ofrecer una respuesta a su accionar, aun cuando parecieran discontinuas. así, una primera dará cuenta de un contexto histórico y su articulación siamesa entre la economía, la política y la seguridad pública a través de las doctrinas de seguridad nacional; la segunda entrada es su conformación de parentesco en cuanto la dirección institucional del Estado y la emergencia de nuevos sentidos políticos; y, finalmente, la tercera se centra en la emergencia de nuevas élites donde se podrá evidenciar sus dinámicas, especialmente a partir de un documento que recoge el entendimiento del Estado, la participación, la democracia y la política, denominado la Declaración del 4.° Consenso de Cusín.
Primera orientación: contexto
Instalada la democracia a inicios de la década de los años ochenta, las élites serranas y costeñas se caracterizaban por su manera caudillista de llevar la política y, para el sostenimiento de sus proyectos políticos, se encontraban muy cercanas a los aparatos de Estado en lo que se refiere al ejercicio de la violencia, especialmente en el control y la represión militar. Por tanto, habría que referirse a un tipo de democracia caudillista como:
[…] resultado de una devastación del sistema de representación política (sistema electoral, de partidos, Congreso), proceso que tiene lugar en el transcurso de las dos últimas décadas, el cual será sustituido por una conducción política del gobierno y en particular de su Presidente. Por eso también el caudillismo democrático asume de manera preponderante una representatividad política en la que se ha ido transformando la representación política. (Sánchez Parga, 2009, 187)
Es decir, en un primer momento, estas élites no solo que controlaban el campo económico —monopolios de la producción y el sector exportador— y político —pacto de gobernabilidad entre los partidos de la Sierra como la Izquierda Democrática y la Democracia Popular y los de la Costa—, como el Partido Social Cristiano y Concentración de Fuerzas Populares, sino que su forma de acolchonamiento fue la de ir imponiendo, a la parde sus programas políticos, las tristemente reputadas doctrinas de seguridad nacional (DSN), para el control del enemigo interno. Esto fue concebido como estrategia de contención de los sectores de la izquierda social, como sindicatos, movimientos campesinos, pobladores, estudiantiles, gremios y organizaciones político militares aparecidas en dicha época, como fue Alfaro Vive Carajo (AVC) y Montoneras Patria Libre (MPL).
Aquello se pudo constatar, especialmente, en la administración del líderes socialcristiano, León Febres Cordero, que gobernó desde 1984 hasta 1988, en la que se distinguieron dos cuestiones sustanciales: la primera es la forma pretoriana de llevar las dinámicas gubernamentales, ya que todo pasaba por un orden represivo y autoritario sobre cualquier tipo de política, sea pública, económica o social, con el objetivo imponer a sangre y fuego el neoliberalismo en Ecuador (Cueva, 1997); y la segunda, muy específica, es que en aquel gobierno ocurre, por primera vez, la intervención directa del cuerpo represivo sobre el control al cuerpo social mediante las inteligencias militares y policiales. Este proceso puede ser comprendido del siguiente modo: la DSN del Ecuador entendía a la policía como auxiliar del cuerpo militar, en lo que se refería a inteligencia y ubicación de actores políticos, generalmente de izquierda; empero, no es sino hasta el mes de septiembre de 1985, cuando por decreto oficial se otorgó la conformación de una inteligencia policial, debido a que fue esta la que obtuvo mejores resultados
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descubriendo todo el operativo de retención del banquero y segundo hombre más rico del Ecuador, Nahím Isaías Barquet, por parte de AVC (Informe Final de la Comisión de la Verdad, 2010).
De este modo, las élites de aquel momento implantaron de la forma menos delicada su modus operandi, sostenido fundamentalmente en la tutela del aparato militar y policial como parte del proceso de gobierno. Fue en aquel plexo que la Única forma de gobernar que las élites poseían era el anclaje a procesos totalitarios como parte de su propia concepción democrática. Recordemos que Claude Lefort (2013 y 2004) brillantemente sostiene que una de las caras de la democracia era el totalitarismo, es decir, actualmente no podemos pensar la democracia al margen de mecanismos totalitarios como características de su forma de accionar.1 En el caso ecuatoriano, podrían claramente describirse las maneras en que las élites fueron responsables y facilitadoras de la construcción de una estructura policial y militar que sostuviera sus intereses y las blindara de las reacciones de sectores sociales organizados debido a la aplicación de políticas antipopulares, a saber: flotación de la moneda, endeudamiento con organismos multilaterales, impunidad sobre violaciones a los Derechos Humanos, devaluaciones y microdevaluaciones, como sucedió en el gobierno posterior a Febres Cordero, con el socialdemócrata y dirigente de la ID, Rodrigo Borja Cevallos.
En definitiva, esta suerte de herencia de la dictadura militar que gobernó al país hasta 1978, sirvió de argamasa para las élites políticas y económicas. Precisamente, dicho arreglo, aun cuando suponía un tipo de sendero arrollador, distó mucho de ahondar y ampliar su hegemonía, pues, aunque le sucedieron gobiernos de corte conservador que ganaron las elecciones en las urnas, las crisis, lejos de llegar a ciertas soluciones, iban, no solo profundizándose, sino ampliándose en sus espectros sociales y políticos. Si la década del ochenta, en términos de seguridad nacional planteó el enfrentamiento con toda una batería en contra del enemigo interno (léase sectores populares); la década del noventa, en cambio, modificó dicha noción, por la de securitización (Rivera, 2004; Carrión, 6rcos y Palomeque, 2003).
Si una década atrás, el movimiento social había sido el actor al que había que inmovilizar; en los noventa esta idea se amplía hacia toda la población civil que, percibida como amenaza resultaba totalmente vulnerable de sufrir el embate con igual fuerza. Nominalmente se cambiaron las estructuras represivas,2 pero se mantuvieron intactas la manera de accionar y perseguir a todos los sectores, esto es, no solo a los organizados, sino a la población en general. Este período de práctica represiva directa finaliza con el gobierno
1 Hacemos un paréntesis sobre este asunto. El debate democracia y totalitarismo, tiene larga data. así, desde el reformismo liberal cuestionando al bolchevismo como totalitarismo tenemos a Raymond Aron (1905-1983) y desde una postura plural democrática los argumentos de Hanna Arendt (1906-1975) en contra del nazismo. Sin embargo, este trabajo se aleja de aquellas dos posiciones, y más bien se ubica desde el horizonte de la historia político-conceptual, cuando entiende que el nivel de tensión y generación de procesos totalitarios se sustentan en una contrademocracia, no como opuesto a la democracia sino: «[…] como una forma de democracia que se contrapone a la otra, es la democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia de la desconfianza organizada […] (Rosanvallon, 2011, p. 27), por tanto: «Hemos pasado de las democracias de confrontación a las democracias de la imputación» (Rosanvallon, 2011, p. 33). El totalitarismo adquiere nuevo rostro, no obstante, este, junto con la democracia también se sustenta en la entidad estatal. Así, la democracia moderna solo puede inscribirse en el Estado, y a su vez, este demuestra qué tipo de democracia emana. Un tipo de totalitarismo se inscribe en un determinado: «[…] Estado de intervención» que «contribuye a alinear todas las relaciones sociales según un modelo único, inspirado en un mundo de la producción […] Los lazos sociales pierden su especificidad y se conforman a los modelos de las relaciones mercantiles o burocráticas» (Schnapper, 2002, p. 108). Mientras que la democracia se alinea en un tipo de Estado providencial nacido en la: «[…] dinámica democrática […] (Scknapper, 2002, p. 30) y […] respondería a las exigencias de los valores democráticos y, en particular, a la aspiración de igualdad concreta de los individuos […] y a la pasión y a la utopía igualitarias» (Schnapper, 2002, p. 32).
2Por ejemplo, la estructura clandestina de la Policía Nacional conocida como sic10, pasó a denominarse como Unidad de Investigaciones Especiales, para constancia en su organigrama institucional. En el gobierno de Borja, dicha unidad solo cambia de nombre por la Oficina de Investigación del Delito (OID), pues, sus miembros policiales siguieron siendo los mismos.
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de Sixto Duran-Ballén, que administró desde 1992 hasta 1996. Este, escindido del socialcristianismo, fundó su propio partido de corte también conservador y de derechas, que adoptó el nombre de Unidad Republicana, aunque dejó esbozar fugazmente a personalidades que tomaban distancia con las élites anteriores. En esta agrupación hubo nuevos cuadros que daban cuenta de un intento de modernización de las derechas pretorianas, como fue el caso de un joven abogado, Carlos Larreátegui, que fungió como secretario de la Administración de Durán-Ballén.
Justamente, estas élites de corte tradicional
entran en crisis cuando su pacto de gobernabilidad implosiona con el triunfo de la lumpenoligarqura,3 encarnada en el Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) y su regente, Abdalá Bucaram, en el año de 1996. En efecto, esto exhibió una especie de vacío momentáneo en la hegemonía de las élites, aunque, si bien el PRE es otra élite desclasada y no legítima en términos de trayectoria, de herencia y de regímenes pecuniarios, demostró los conflictos de los sectores dominantes y su incapacidad de resolverlos. Empero, este vacío no duraría mucho tiempo, pues Bucaram sería defenestrado del poder gracias a las movilizaciones de los sectores sociales, puntualmente el indígena y los urbanos, en conjunción con las élites económicas y políticas como los socialcristianos y demócratas populares.
Este nuevo intento de saldar sus fisuras se verá reflejado en la confección de la Constituyente de 1997, y plebiscitariamente tomaría concreción en la administración del demócrata popular, Jamil Mahuad, en 1998 hasta el año 2000. Año en el que, paradójicamente, las élites recibirían un duro, abrupto e histórico golpe, pues, contrario a lo que se piensa, el cambio al modelo de dolarización, a partir de la crisis económica inédita, quiebra de bancos y fuga de capitales, causada por ellas mismas, proyectó y expuso la total incapacidad total de estas para sostener un proyecto nacional en todos los ámbitos.
En tal horizonte y solamente con prácticas de corte marcial y represivas, estas élites no pudieron sostener ni generar mecanismos de gobernabilidad, por lo que tendrían que actualizar, retomar o reconstruir sus lenguajes políticos acorde a los nuevos tiempos. De esta manera, este período concibe un tipo de élites arrasadoras mediante la fuerza y el concilio de sus intereses políticos para repartirse el país, en medio de la derrota de todo el movimiento social de la izquierda a nivel mundial, regional y nacional.
Segunda orientación: parentesco y modernización
La derrota política del movimiento revolucionario ecuatoriano en las décadas de los ochenta y noventa, es un factor al que debe prestarse atención para comprender las crisis y artilugios de las élites nacionales, pues dicha singularidad advierte, por un lado, la retirada del movimiento popular tradicional y su articulación a las luchas del movimiento indígena, este último como un nuevo actor, que darra un respiro a la izquierda tradicional; y, por otro, la movilidad de las élites desde el poder central hacia espacios geográficos puntuales para la construcción de regímenes de poder y de dirección de su proyecto en gobiernos locales.
El ejemplo y caso más explícito lo constituye la ciudad de Guayaquil. Dicha urbe fuecooptada a inicios de los años noventa por el
3 Con esta expresión caracterizamos a un tipo de élite no legítima, por cuanto no detenta cuestiones como trayectoria familiar en la vida pública y política desde el nacimiento del Estado-nación, la preservación de sus capitales culturales sostenidos de forma simbólica como apellidos, parentesco y linaje, además de haberse incorporado en los gobiernos de turno, en tanto, operadores políticos y autoridades, o como actores económicos decisivos en las políticas públicas. Por ello, el PRE, supone todo lo contrario, aparecen como advenedizos, no detentan linaje ni parentesco con sectores de élite, sus propiedades pecuniarias no devienen por herencia, ni existe claridad de su proceso de acumulación, amén de su estética y capital cultural que se supone grotesco, y además de una ligazón cercana con sectores informales y pobres de barrios periféricos.
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PSC, a través de la alcaldía: recordemos que su primer burgomaestre socialcristiano en esa década fue León Febres Cordero, que antes había sido presidente de la nación. Empero, como lo demostraran los estudios antropológicos y etnográficos de Xavier Andrade (2007 y 2005), en los primeros años del siglo XXI, la alcaldía no bastaba para colonizar totalmente la subjetividad de los ciudadanos porteños, por lo que esta necesitó acoplarse a instituciones de corte académico. Allí es cuando aparecen los azares de articular a las tecnologías políticas de dominación y autoritarismos con las constituciones histórico-morales, que determinarían y justificarían la aplicación del neoliberalismo en la ciudad, vía privatización del espacio público y una narrativa histórica vinculada a cuestiones empresariales como seña identitaria naturalizada.
Esto que afirmamos líneas más arriba, toma cuerpo en la figura, por ejemplo, de Melvin Hoyos Galarza, un historiador nacido en dicha ciudad y que colaboró estrechamente con las administraciones socialcristianas, pues ocupó el cargo de director de la Biblioteca Municipal de Guayaquil. Este compromiso le permitió erigir una narrativa que procuró fortalecer aquel sello que fue definiendo a las élites locales socialcristianas y, por ende, a sus habitantes, que se denominó guayaquileñidad. Esta idea fue construida de tal modo que pareciera que siempre estuvo allí, instalada en el sujeto como algo trascendente y que lo hacía portador natural del libre comercio, la competencia y el espíritu emprendedor.
No obstante, un tipo de identidad emprendedora debía serfortalecida con dispositivos morales de corte conservador. Eso lo cumplió perfectamente el 6rckivo Histórico del Guayas, al mando de José Antonio Gómez Iturralde, quien convirtió a la identidad de las élites porteñas en magma único y corporizado en un espíritu empresarial, pues su propia trayectoria lo situaba en diversas facetas como empresario, bananero, camaronero y curador del exclusivo club La Unión.4
Estos dos ejemplos de un mismo proceso
nos ayudan a ubicar una arqueología de las élites locales, que exponen una forma de entender la dirección gubernativa concreta y, a su vez, proporcionan huellas e indicios acerca de un tipo de arquitectura de la dominación y avasallamiento sobre lo sujetos que no están en su mismo propósito. Es decir, el inicio del siglo XXI, conflictivo en lo político y económico, fue bastante flexible en la construcción de un tipo de cultura local, pero con un despliegue nacional.5
De este modo podemos expresar, que en definitiva la caracterización de las élites en ese tiempo podría dilucidarse en una especie de geografía dual: de un lado tenemos la idea de control de la población; y, de otro, la santificación de las relaciones familiares como parte de sus alianzas y sostenimiento del poder. Estas pistas exponen la conformación de un tipo de elite distinta, que viene emergiendo desde inicios de la década del 2000. Estas se formaron por fuera de los partidos políticos tradicionales, apareciendo como hijos o nietos de aquellas élites conservadoras, y serían quienes
4Esta institución es una de las más importantes en la historia de la ciudad de Guayaquil. Data de finales del siglo XIX, y se convirtió en sitio de encuentro de familias y personajes públicos de la ciudad, bajo el presupuesto que allí es donde se planifica el desarrollo de la urbe en sus facetas económicas, agrícolas, financieras y estéticas. Una de las cuestiones que las delimita frente a otros lugares, es que este club se adjudica la representación cultural del puerto, así como los valores de la esencia guayaquileña.
5Diría que una de las disciplinas que reparó sobre dicho proceso fue cierta antropología urbana, pues distinguió que, en aquellas manifestaciones, exista una conjunción de materialidades y tecnologías de saber, que iban actuando de la mano de un tejido de personas, nombres e instituciones, y que empezaban a dar lineamientos sobre la dirección del Estado, a partir de estructuras de parentesco. Es así que las élites nacionales constituyen una trama de relaciones, contratos y alianzas que expanden su orden crematístico, al mismo tiempo que su linaje y su cultura en la esfera pública, bajo manifestaciones estéticas como el arte visual. No es gratuito que la producción visual legítima en las últimas décadas, haya sido realizada por creadores cercanos a las élites, Sebastián Cordero en la ficción o Carlos Andrés Vera, hijo del presentador Carlos Vera, en el documental político, inclusive, hecho a confección para el actual presidente Guillermo Lasso.
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tomarían la posta para modernizar a las derechas o a los sectores medios que no estaban vinculados a los movimientos sociales. De este modo irrumpen estas élites constituyendo un imaginario de nueva democracia, ciudadanía y rechazo a la política tradicional, y otras presumiéndose progresistas o de nueva izquierda.
Tercera orientación: las élites de hoy
Las élites y derechas contemporáneas ecuatorianas, tienen singularidades que las diferencian de aquellas de hace treinta o más años. Como lo hemos venido sosteniendo a lo largo de este repaso, pondremos el énfasis en ciertas cuestiones que no suelen ser centrales en otros abordajes sobre este tema.6 Es así que, si miramos con atención, podríamos suponer que estas élites de derecha han ido variando sus lenguajes políticos, en función de dinámicas «[…] histórica y precariamente articuladas» (Palti, 2007, p. 55), a través de sus prácticas deliberativas. Lo cual deriva en una serie de narrativas y discursos que dan cuenta de procesos de modernización y acoplamiento a las dinámicas de un capital diferente, que podríamos nominar como posfordista y financiero. Sin embargo, estas élites mantienen también ciertas aleaciones que las anclan, de igual manera, a mecánicas de control. Groso modo, caracterizarramos sus prácticas mediante ciertos fundamentos que se mezclan en y con espacios políticos, económicos y, lo más interesante, con todo un bastimento estético y cultural.
De tal suerte, una primera especificidad contemporánea de estas élites es que ellas responden a un contexto socioeconómico que toma distancia del que, otrora, fuera un capitalismo de Estado e industrial, en el que el modo productivo estaba atravesado por temas ligados a la dependencia respecto de países centrales y, con ello, a la producción y reprimarización de materias y exportaciones.
Como parte de los programas económicos con alcance global de ese momento, lo que caracterizaban a nuestros países era que sus productos de exportación y su inserción en el mercado planetario los definra como consumidores de bienes manufacturados.
Ahora, en el contexto de una economía diferente, en cuanto «la economía capitalista es una economía monetaria de producción, no una economía de intercambio» (Fumagalli, 2010, 33), las nuevas élites deben responder a demandas también nuevas mediante una dinámica globalizadora y tecnologizada, donde el capital se transnacionaliza más allá de las fronteras, y las economías especializan a cada sujeto y a cada región, en tanto productos materiales e inmateriales. Y deben hacerlo amén de un tipo de flujo económico ni remotamente basado en la extracción de materias primas, sino en los circuitos financieros que transitan por las redes y plataformas financieras virtuales, bajo un tipo de economía digital como: «[…] aquellos negocios que dependen cada vez más de la tecnología de la información, datos e Internet para sus modelos de negocios» (Srnicek, 2019, p. 12), y todo ello al tenor del triunfo parcial del capital sobre el trabajo, que además se alimenta y se deja acompañar decisivamente por proceso culturales.
Esta vinculación de corte económico, junto con la trama cultural, adoptó el nombre de multiculturalismo. Este es uno de esos factores que acompañan a este nuevo momento del capitalismo que puede representarse bajo una idea de expansión total, por canales informáticos y financieros, en el que destruyen las identidades y las nociones de la historia de cada pueblo o comunidad, bajo la idea de una tolerancia endeble.
En otras palabras, el multiculturalismo es una forma de racismo negada, invertida, autorreferencial, un «racismo con distancia»: «respeta» la identidad
5 Por ejemplo, las relaciones de parentesco, las producciones culturales, las inserciones académicas y las formas de hacer política distanciándose de la institucionalidad tradicional y apostando, en ciertos casos, a las identidades y/o a los valores más actuales como la libertad o la dignidad.
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del Otro, concibiendo a este como una comunidad «auténtica» cerrada, hacia la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia que se hace posible gracias a su posición universal privilegiada. El multiculturalismo es un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (el multiculturalismo no es directamente racista, no opone al Otro los valores particulares de su propia cultura), pero igualmente mantiene esta posición como un privilegiado punto vacío de universalidad, desde el cual uno puede apreciar (y despreciar) adecuadamente las otras culturas particulares: el respeto multiculturalista por la especificidad del Otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad. (Zizek, 1998, p. 157)
Evidentemente, esto no podría concluirse solamente bajo el lente de un problema económico, sino que se despliega hacia otros canales bajo nociones de derechos o cooperación Internacional, entre otros. Si no tomamos en cuenta que el capitalismo cultural es angular para comprender a la conformación de nuevas élites, estaremos lejos de entender las estrategias de dominación actual. En el presente, se hace indispensable una aproximación al tema cultural, pues las élites de derechas, que antes eran renuentes al asunto de la cultura y sus derivados, arriban a un momento en el que divisan la importancia de esta y se pliegan de manera interesada a dicho campo. Desde tal perspectiva, las élites entienden el problema de la cultura, no necesariamente como un asunto de identidad o problema nacional, sino desde la mayor instrumentalidad posible, esto es como un proceso de comunicación y disciplinamiento moral de los sectores sociales.
Ante lo anotado, podemos introducir una segunda idea como correlato de la anterior: estas nuevas élites diseñan un artificio que las posiciona, en parte, como lejanas y críticas a las formas autoritarias y represivas visibles de los años ochenta y noventa, por ejemplo. Aquella distancia se expresa en los cuadros y dirigentes públicos que emergen, y que, a riesgo de parecer un contrasentido, son hijos, nietos y familiares de los cabecillas de aquellas viejas élites y de los partidos tradicionales.
Precisamente, si los primeros años del siglo XXI, evidenciaron los límites de los partidos políticos, su debacle y crisis irresoluble, dichas élites se mimetizaron en personalidades que rechazaban lo político con diatribas constantes en contra de las formas de participaren las contiendas políticas bajo la modalidad de partidos, a las que opusieron instancias privadas como fundaciones y cámaras de diversa índole: de industrias, empresariales, de producción, etc.
Como ejemplo de lo dicho, podemos citar una breve trayectoria y perfil de un joven empresario quiteño, Blasco Peñaherrera Solah, hijo de Blasco Peñaherrera Padilla, exvicepresidente de Febres-Cordero en los años ochenta. Durante la carda del expresidente, Lucio Gutiérrez, en el año de 2005, Peñaherrera Solah toma distancia institucional y se promociona como un sujeto que cuestiona la política tradicional, que vela por los intereses gremiales, y que para nada coincide —retóricamente— con prácticas autoritarias y represivas, como en su momento, lo había hecho su padre, cuando fue parte del gobierno de Febres-Cordero. El discurso de Peñaherrera Solah, en aquellas jornadas de abril de 2005, estuvo cargado de alusiones a la libertad, a la democracia y a la dignidad.
Esta caracterización es una muestra cómo las élites iban emergiendo por fuera del sistema de partidos y, es más, exhibían un firme rechazo a lo que implicara una forma de política formal. En el mismo tenor, tampoco podemos perder de vista a la nueva elite costeña, concretizada en su momento en la figura de Álvaro Noboa Pontón, hijo del hombre más rico del país, Luis Noboa Naranjo. ¿Qué lo distingue de la elite patricia guayaquileña, si fue instruido en el seno mismo de un sector oligárquico absolutamente tradicional y conservador? podría responderse que su distin
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ción radica en la performatividad política que este concibe, pues, es la personificación de una élite de derecha que se modernizó, a través de un discurso abiertamente financiero y creyente en el libre mercado, combinado con ínfulas mesiánicas.
Su ethos de clase lo situó en un espacio de privilegios únicos. La educación secundaria la hizo en un internado de Suiza, donde estudiaban los más ricos del mundo. Su formación universitaria la cursó en la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Guayaquil, —no por conciencia de clase, sino como estrategia de conocimiento sobre la cultura de los sujetos y los sectores que empleará en su cadena de empresas y negocios—. Su crianza y mundo privado estuvieron cruzados por la cercanía con figuras políticas y económicas de importancia: expresidentes, banqueros y magnates. El ingreso a la vida política y pública lo hizo con el PRE, ocupando la presidencia de la Junta Monetaria en el gobierno de Bucaram. Posteriormente, tomó distancia de este y fundó su propia organización política para llegar a la primera magistratura, con un discurso abiertamente liberal bancario, situando el asunto del empleo y educación como eje trasversal.
Aquello era la antesala de la disputa no solo del Estado —en términos políticos— sino entre dos nuevos sectores de las élites. Ciertas derechas que se interesaban poco por los procesos culturales y las progresistas que, ya en 2007, iban apareciendo bajo el proyecto de la Revolución Ciudadana (RC). Las primeras arribaban a los asuntos de la cultura, por default; mientras que las segundas partían de dicho campo hacia el económico y el abiertamente político. Valga una aclaración, pues, en el caso de las élites tradicionales, estas no estuvieron de ningún modo separadas o ajenas al Estado, sino que, en su crisis de representación política, optaron por darse un respiro, curar sus heridas electorales en los cuarteles de invierno, porque su progenie continuaría su legado desde otras orillas.
La Revolución Ciudadana, en cambio, representó a otro sector de las nuevas élites culturales bajo el concepto de ciudadanía como dinamizador de la política y las relaciones sociales. así, sus cuadros políticos venían formándose, por ejemplo, en Universidades privadas del país como la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), y con frecuencia poseían especializaciones y posgrados en el exterior. Por tanto, iban a otorgar un tipo de racionalidad política basada expresamente en una tecnocracia que convergía con capitales culturales y simbólicos muy claros.
Además, esta nueva élite progresista daba
cabida a jóvenes tecnócratas, colectivos ciudadanos y a cierto reencauchaje de sectores de izquierda desencantados de los procesos anteriores, léase los ochenta y noventa. Todos ellos, de la mano del progresismo regional y con un proyecto de nación más cercano a los imaginarios europeos (sobre todo en lo que concierne a la idea de lo público, con base en las ideas sustentadas por países como Bélgica, Holanda, España o Francia) que, a las condiciones reales de existencia ecuatoriana, donde lo público había sido destruido a conciencia o por olvido.
Estos sectores, estaban de alguna manera ligados a las élites tradicionales en términos de parentesco, más no necesariamente en cuestión de proyecto político. Por ejemplo, el caso del exvicepresidente, en el gobierno de Sixto Durán-Ballén, Alberto Dahik, cuyo hermano participó activamente en la construcción de la nueva Constitución de 2008, cercano a Alianza País. Del mismo modo, el hermano de Guillermo Lasso, actual mandatario del país, Xavier Lasso, reputado intelectual y comunicador social, afín al proceso de la RC.
Asimismo, muchos de los hijos de exmilitantes de izquierda, estaban con el proyectode la RC
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y, en el caso de otros, su relación databa desde la educación secundaria. Instituciones privadas como el liceo La Condamine, los colegios Americano y América Latina, fueron centros donde se articularon amistades, que más adelante serían también parte de sus equipos asesores, subsecretarios o personal que estaba en puestos de decisión en el gobierno progresista de la RC. Y otros como el colectivo de los Ruptura de los 25, donde muchos de sus militantes fueron formados políticamente por la Fundación Esquel y después participaron en instituciones de educación superior y en medios de comunicación privados, y quienes en su momento fueron la muestra de los sectores jóvenes políticos y ciudadanos que se denominaron como progresistas.
Estas adherencias de las élites progresistas dieron forma a la nueva ingeniería del Estado, cuyas instancias iban llenándose de aquellos cuadros que no bregaban ni remotamente por un cambio radical, sino que iban impregnando dinámicas incrementistas y redistributivas en lo económico, con un claro apuntalamiento de una modernización del Estado capitalista. Esto trajo consigo dos derivas distintas: la primera fue un momento de acumulación política dentro del Estado, con un amplio espectro de aplicación del proyecto cultural que se iba avizorando como fue la edificación de una tecno-burocracia muy calificada; la imputación de los imaginarios de meritocracia en el sector público y en la educación universitaria; y el acrecentamiento de capital cultural ganado en función de relaciones de parentesco y alianzas al interior del proyecto de la RC. La segunda consistió en que, si bien para estas nuevas élites esta fase fue de victoria, para el movimiento indígena y la izquierda social representó una derrota, en vista de que sus proyectos no estaban en consonancia con los nuevos imaginarios, que distaban notoriamente de la nomenclatura de la lucha de clases y la construcción de un sistema anticapitalista. Es decir, no fue la derecha tradicional la que abatió a la izquierda, sino el concepto de ciudadanía.
En dicho tablado, podríamos construir ciertas figuraciones que afloraron en esta especie de brete político del presente, pero además adoptaron un estilo bastante sui géneris. Justamente, el proceso actual de constitución de las élites, posee unas señas particulares muy interesantes para leer y ser discutidas. Las proximidades en términos de parentesco y extracción social que estas poseían podían ser consideradas como otra manifestación dentro del Estado; de ahí que ellas necesitaran constituir sus propios intelectuales públicos. La crisis de la RC, sus conflictos internos y su posterior desbandada, podrían ser examinados como un hito en el desarrollo de la conformación de las élites. El ascenso de una derecha sinuosa y esquizoide con Lenin Moreno exhibió claramente la actuación de las nuevas élites y el profundizamiento de la crisis del Ecuador.
La acción de estas nuevas facciones de las élites de derechas a través de sus intelectuales/funcionarios públicos fue determinante. La figura de María Paula Romo, exdecana de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Internacional del Ecuador, cercana a ciertos sectores feministas y de derechos humanos, líderes y fundadora de Ruptura de los 25, funcionaria en el gobierno de Correa y exministra de Gobierno en el de Moreno, fue y es un caso paradigmático de cómo estaban constituidas aquellas élites al interior de un gobierno aciago.7 Lo llamativo de esto fue distinguir en aquel momento cómo estas élites combina
7Es el caso de Juan José Roldán, también fundador de Ruptura de los 25, funcionario en el gobierno de Correa, después devenido a crítico visceral del correísmo. Roldán fue secretario personal de Moreno, su padre fue delegado como embajador en España. Es también el caso de Norman Wray, militante y fundador de la misma agrupación, quien fuera editor de la sección Política en Diario El Comercio, asambleísta en la Constituyente del 2008 como parte de Alianza País. y que en el gobierno de Moreno ejerció la representación del Ejecutivo en la provincia de Galápagos.
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ron las prácticas más represivas, características de las instancias más tradicionales, junto con dinámicas progresistas.
Esto tuvo su laboratorio en el Levantamiento Indígena y Popular de octubre de 2019, ya que este no solo significó la reaparición del movimiento indígena, con toda su fuerza y capacidad de conducción de movilizaciones que incluían reagrupamientos mínimos de distintos los sectores urbanos; sino que también fue, en el extremo opuesto, la apuesta de una estrategia de contención represiva y brutal por parte del gobierno de Moreno. Fue un momento de inflexión y de retroceso. Retroceso en cuanto a las libertades ganadas por la sociedad ecuatoriana, pues la figura del exmilitar Osvaldo Jarrín, que en aquel momento fungía como ministro de Defensa, expuso claramente el retorno de las doctrinas de seguridad nacional. Dicho levantamiento fue asumido, desde la perspectiva de Jarrín, como declaración de guerra, por lo que había que contener y aniquilar al enemigo interno —esto es a estudiantes, indígenas, mujeres y otros pobladores movilizados de cualquier manera posible—, para lograr así controlar la situación, sin que importara el número de bajas que fueran necesarias.
Ahora bien, el momento de inflexión pudo distinguirse en la construcción de imaginarios del progresismo conservador de Romo, que, junto con los medios de comunicación tradicionales, como la radio, la prensa y la televisión, con sus voceros y articulistas, instauraron escenarios de lo que estaba acaeciendo como un atentado a la democracia que, además, traía consigo ingentes pérdidas económicas y representaba un momento de barbarie por la llegada de las comunidades indígenas. Lo particular de todo esto fue que, gracias a las redes sociales y plataformas como Twitter y Facebook, lugar donde se alojan revistas virtuales al estilo Plan V, La República, Primicias, La Línea de Fuego y Ecuador Today (estas dos últimas abiertamente de izquierda y con un enfoque plural y desde los sectores populares), emergieron varias voces que recogían las tesis del gobierno, sobre todo en los tres medios digitales Plan V, La República y Primicias, en contra de los sectores movilizados, justificando las medidas económicas tomadas por Moreno y la forma en que actuó la fuerza pública. Estas voces eran ya no solo de articulistas vinculados a unas élites puntuales y con agendas gremiales definidas, sino que eran también de académicos de instituciones privadas como la Universidad de Las Américas (UDLA), la USFQ y la Universidad pública, como la Universidad Central del Ecuador, algunos de ellos cercanos a las ciencias sociales, la economía y las humanidades. Tales académicos edificaban una opinión pública favorable al gobierno y, bajo la premisa de considerarse críticos y de apelar a la libertad de expresión, cuestionaban las formas de organización y concepciones cercanas al movimiento indígena como muestras de lo anacrónico de sus demandas, de un correísmo infiltrado y de la caducidad de sus ideas. Esta suerte de arqueología de las nuevas élites se pondrá en total ejecución con la llegada del gobierno de Guillermo Lasso, mediante centros de investigación afines de políticas neoliberales: las fundaciones sobre participación y democracia; los observatorios económicos de política fiscal y legislativa, entre otros; los medios de comunicación digitales, que serán quienes ofrezcan los datos y las líneas ideológicas, que, junto a los think tanks, retroalimentarán las decisiones que deberá tomar el gobierno.
De esta forma, rebasamos la idea de que la crisis fuera en realidad solo un conflicto económico sobre cómo implantar ajustes y desbaratar lo poco de lo público que perdura en el país, para entenderla también como una disputa cultural e intelectual contra estas nuevas élites de derecha, que poseen ciertos puntos en común con las progresistas. Por citar un ejemplo, las
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dos —la de derecha y la progresista— se han formado académicamente en Universidades de Europa y Estados Unidos de América, y su habitus de clase resulta similar por el tipo de capitales que poseen: el parentesco, pues están cercanos a las élites tradicionales y conservadoras, y en el caso concreto, las élites de derecha que estaban articuladas a lo político (figura de Carlos Larreátegui con Durán-Ballén, y hoy canciller de la UDLA), y ahora se han desdoblado hacia el mundo académico, pues, algunos de ellos son rectores de Universidades privadas, decanos, directores y docentes de facultades de aquellas instituciones.
Empero, esto es una suerte de lienzo donde se exhibe a estas nuevas facciones y su ocupación estratégica en cargos de instituciones de educación superior,8 caracterizadas por poner en circulación sus imaginarios, sus saberes y conocimientos hacia el conjunto de la sociedad. Y tal vez eso es lo más relevante porque dicho pensamiento ha logrado calar muy fuertemente en la Universidad pública, donde también están sus talking heads, que han logrado imponer sus líneas académicas. Esto último es vital, pues, vemos cómo se ha ido promocionando y haciendo cada vez más notorio un tipo de corriente de corte empresarial, que posee varios mecanismos de copamiento de las subjetividades, ya sea bajo los discursos que con la sola voluntad se puede lograr todo, pues cada uno es dueño de su destino, o del emprendedurismo, como contraparte y crítica al Estado, al que se deslinda de responsabilidades, mientras se edifica un nivel de autoexplotación que solo es posible en medio de la profundización de un imaginario del rendimiento como acto de realización individual y moral.
Estas corrientes culturales de las nuevas élites ecuatorianas de derecha empatan muy bien con el neoliberalismo,9 pues, este último no solo cuantifica la vida social, sino que sustituye los conceptos, las causas y condicionamientos de las realidades, por un tipo de razón técnica que prioriza la individualidad y legitima la competencia, de esa forma, vuelve natural que el más fuerte triunfe por sobre el débil, bajo el pretexto del esfuerzo personal. Pero además enuncia que este —el neoliberalismo— es un conocimiento serio, en las cada vez más demandadas carreras ligadas al marketing, contodossusan94icismoscomo lenguajes que clasifican y distancian a las élites de la población. Así es que surgen una serie de expresiones como deadline, offline, knowhow, branding, y dos técnicas sobre las que se asienta moralmente dicho corte: la una es el coaching, y la otra es una espiritualidad denominada mindfiulness, como subjetividad nueva que va siendo introyectada en los estudiantes y catedráticos.
El coaching es un operador beatífico en el neoliberalismo que emerge: «[…] tras la pérdida del control sobre los equilibrios sociales básicos […]“(Sztulwark,2019, p.39)por lo que va en contra de: «[…] todo aquello que en la vida busca sus propias verdades sin plegarse automáticamente al deseo de la mercancía del que depende la acumulación del capital» (Sztulwark,2019,p.39). De tal modo, se trueca en certidumbre para los sujetos que el propio sistema ha expoliado de sus posibilidades de cambiar la historia, y a los que, más bien, les exige creer que aquello es un triunfo simplemente porque cambia sus ideas.
El mindfiulness, en cambio, «[…]es la nueva espiritualidad capitalista. Fetichiza el presente, favorece el momentismo, fomenta el olvido de la memoria histórica y apunta contra la imaginación utópica. Una nueva espiritualidad
8 Alejandro Rivadeneira, exprincipal de la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología, fue también rector de la Universidad Dos Hemisferios, muy ligada a sectores católicos del Opus Dei.
9 Esta es tal vez una diferencia radical con las élites progresistas, que sí sostienen una crítica al neoliberalismo, aunque no completamente al capitalismo. De ahí su cercanía con posiciones keynesianas en la economía, y no marxistas. Es decir, un capitalismo con fuerte inversión e intervención, dejando intactas las relaciones sociales de dominación al interior del Estado y la sociedad.
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a la medida del mercado. Una nueva espiritualidad a imagen y semejanza de McDonald’s” (Purser, 2019). Es por ello que refuerza las formas de olvido estructural, pues ya no se trata de entender los procesos de la historia y sus relatos, sino de asumir que la realidad está definida por la mentalidad que uno se haga sobre ella. Consecuentemente, si la persona se encuentra bien, apacible o alegre, el mundo estará de igual forma, desconociendo por completo los problemas estructurales como la pobreza, la guerra, el hambre, la exclusión, la desigualdad, etc.
Estos fundamentos son parte del nuevo espíritu del capitalismo (Boltanski y Chiapello, 2002) porque su mundo está consolidado a partir de las creencias, y no solo desde las tasas de ganancias del capital mismo. Allí radica su jerarquía, pues estos son los engranajes del mantenimiento de un orden global y una formalidad que es muy coherente con las propias lógicas de explotación. Por tales motivos, en esta suerte de gestión empresarial de la vida social podemos ver “[…] el receptáculo de los nuevos métodos de extracción de beneficios y de las novedosas recomendaciones destinadas a los managers para crear empresas más eficaces y competitivas” (Boltanski y Chiapello, 2002, 98).
Lo expuesto podría situarse en un plano simbólico de cómo las nuevas élites son percibidas. No obstante, es importante considerar que estas ponen en práctica sus intervenciones morales a través de una serie de performatividades, sean estas textuales o convertidas en productos publicitarios. A continuación, como muestra revisamos algunos fragmentos de una proclamación de principios,10 que se intitula: Declaración del 4to. Consenso de Cusín,11 que apareció en octubre de 2021 y que, inclusive, fue ilustrada visualmente en un microvideo del encuentro. En esta proclamación se expresan con claridad las nociones con que las nuevas élites diseminan su propio programa como si fuera la Única respuesta universal a la crisis. Y esto último es lo complejo, pues constituye la mirada profética que estos sectores poseen del Estado y de lo social. En este asunto, la Declaración del 4to. Consenso de Cusín fue elaborada por personajes tristemente conocidos como Oswaldo Hurtado (exvicepresidente, quien dio inicio al neoliberalismo en el país a través de la su cretización de la deuda externa), Mauricio Pinto (empresario que cambió sus negocios de país para abaratar mano de obra), pasando por sujetos espurios como María Paula Romo, Otto Sonnelkolzner (exvicepresidente de Moreno) y José Hernández (periodista de medios privados y fundador de la revista digital 4Pelagatos), hasta arribar a figuras anodinas como Jefferson Pérez (campeón olímpico de marcha), Marta Roldós (activista política e hija del expresidente Jaime Roldós), Rocío Garcés (militante del movimiento feminista y funcionaria del gobierno de Moreno), Grace Jaramillo (catedrática y articulista de medios privados) y entre los convocantes, Patricia Gualinga12 (dirigente sarayaku que había emergido como parte de la lucha por el medio ambiente).
En total, estuvieron 46 personas, que elaboraron un documento que, según ellos, marcaría la: «[…] ruta que saque al país de este entrampamiento sobre la base de un Estado que no gaste más de lo que puede costear la sociedad […]» (Declaración del 4to. Consenso de Cusín).
10 https://www.forbes.com.ec/columnistas/declaracion-4to-consenso-cusin-n9231
11 La Hacienda de Cusín es un lugar al Norte del Ecuador, ubicado en la provincia de Imbabura. Este espacio ha servido, desde el año de 1998, como sitio de encuentro de personajes públicos, políticos, banqueros y deportistas, en su mayoría parte de las élites nacionales, que se enclaustraban por varios días, con una agenda de trabajo que incluía conferencias y discusiones para presentar al gobierno de turno y mostrar su proyecto de país, ligado especialmente a la dinámica privada y liberal de derechas.
12 Esta dirigente posee una representación secular, pues, para estos sectores resulta un sujeto nada atávico sino moderno, diferente a los sectores de la actual Confederación Nacional de Indígenas del Ecuador (CONAIE) y a los del levantamiento de 2019. Además, constituye también una figura bisagra: al haber sido una de las convocantes, en un primer nivel de lectura, es la evidencia del multiculturalismo político. Sin embargo, en un nivel más profundo, esa misma convocatoria borra todo sentido de lucha reivindicatoria de las etnias indígenas, para significar, por el contrario, su despojo histórico llevado a cabo en y por el Estado-nación ecuatoriano.
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Dicho producto, a primera vista, pasa por uno de corte fiscal, empero, toda la carga simbólica con la que se promocionó el evento trae a colación ciertas ideas que van más allá de lo meramente fiscal. Exponemos, entonces, tres escenas dentro de este punto que posibilitan constatar lo afirmado.
a. De la hacienda al Estado
Diego Sztulwark (2019) da cuenta de la configuración de lo político con base en la noción de acontecimiento, en el caso puntual de la Argentina contemporánea, donde señala que una de las nuevas estrategias del neoliberalismo es colonizar la subjetividad de los sujetos. Si no logra aquello, su implantación será más compleja y furibunda, al estilo de las, otrora, dictaduras militares. Por eso afirma que «Las técnicas de la gestión de la sensibilidad constituyen una pieza central del dominio neoliberal»(Sztulwark, 219, 27),estoesdelapuesta en acción del engranaje neoliberal con todas sus aplicaciones, a saber: economía de mercado, ajuste fiscal, reducción del Estado, desempleo, precariedad, flexibilización laboral, destrucción de lo público (Universidades, escuelas y hospitales), que no podría seraproveckada si no existiese un antes, es decir, una política silenciosa que obliga o persuade a las personas a la adopción de la norma extrema como manera de adaptación a lo que vendrá. Si en el microvideo, uno mira a los personajes que se encuentran en Cusín, puede fácilmente colegir el sentido político y de administración de aquellos que se sienten muy cómodos en la hacienda, como en una extensión de su etkos, refugio y modo de vida.
La hacienda es un símbolo crnico de la polrtica de estas nuevas élites, ya que no se torna en ningÚn momento una figura irónica o retórica. La hacienda se convierte en punto finisecular desde donde estas figuras entienden al Estado y a la sociedad ecuatoriana. Si pensamos que la sensibilidad, como afirma el propio Sztulwark, es «[…]un proceso siempre abierto, desbordante, híbrido […]» (2019, p. 29), reconocemos las especificidades, por ejemplo, estamentales y étnicamente diferentes de las élites actuales, como la inclusión de la figura blanqueada y desclasada de Jefferson Pérez. 6un cuando en su documento expresen que: «[…] somos una sociedad profundamente desigual entre regiones, grupos étnicos y géneros y que padece de grandes privaciones […]» (Declaración del 4to. Consenso de Cusín, 2021), esta afirmación cobra sentido para ellos exclusivamente desde el prisma del multiculturalismo, que las entiende como variables, de las que no se exkiben las causas y para las cuales no se ofrecen soluciones, y que deben comprenderse, más bien, como marcas lejanas y sin responsabilidad del propio sistema.
Aquella sensibilidad de hacienda de estos tiempo reafirma una tópica, y es la de un tipo de existencia poshistórica que empatiza a los dominados junto con los que los han destruido; los que han destrozado a las organizaciones sociales, junto a los que han sido reprimidos permanentemente; los que destruyeron toda posibilidad de participación democrática y que ahora son parte de los Consensos de Cusín. En conclusión, la hacienda vendría a equipararse como un nuevo grado cero del campo político de estas nuevas élites. Desde allí quieren reescribir la historia cuando expresan:
El acuerdo fiscal y social que proponemos no es la solución a todos los problemas que enfrenta el país, pero sí es un prerrequisito fundamental para hacerlo. La sociedad civil deberá vigilar el cumplimiento de esta tarea que solo será posible si mantenemos un espíritu de diálogo. (Declaración del 4to. Consenso de Cusín, 2021)
Toda la conflictividad histórica quieren reducirla a un problema fiscal y del mismo modo, lo social, a una abstracción inocua que, sin una definición real, termina convertida en una muletilla necesaria, mientras la noción de socie
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dad civil se resuelva como la máxima expresión de los sectores privados, una organización de la que los pueblos y los sectores empobrecidos ni remotamente hacen parte, pueblos y sectores que, sin embargo, tienen una fuerte presencia en los nuevos lenguajes políticos de los que surge la idea de diálogo que tanto y con tanta frecuencia supuestamente reivindican las instancias hegemónicas.
b. Del calentamiento físico hacia los modos de Gobierno
Como hemos señalado, el cuarto encuentro de Cusín produjo una declaración y un microvideo del evento. Nos parece sustantivo describir y analizar también este segundo producto, como otro soporte de lo que estamos tratando. En el microvideo se muestra a un coach deportivo que enseña ciertos movimientos corporales a los invitados; después, un dron ensaya una toma panorámica de la propiedad y de los caminos que la circundan. Se observa a varios participantes que, en una caminata de retorno por los senderos adyacentes a Cusín, ingresan a la hacienda. Brevemente, podría ser una escena cualquiera o un spot publicitario para la propia hacienda, a no ser porque esta es el lugar de encuentro de las nuevas élites que plantean un tipo de ofensiva sin tregua, un nuevo disciplinamiento corporal como lenguaje. Es prístino el sentido: hay que preparar el cuerpo para poder irrumpir en el alma. Aquel sería su lema político.
¿Qué intencionalidad tuvo exhibir la calistenia de estos participantes en un día frío y en las primeras horas de la mañana? La respuesta podría ser bicéfala. La primera radica en una especie de veneración del cuerpo individual como una metáfora del proyecto del cuerpo social y político. Muchos de los asistentes son personajes públicos de hace más de cuarenta años; su corporalidad va rumbo o ya está en la senectud, pero podría pensarse en una reconversión de un cuerpo político amortajado, que, en todas estas décadas de repliegue, ha logrado recomponerse, sanando sus lesiones políticas. Por ello, la figura del entrenador ejercitándolos es, sobre todo, una representación de lo que está por venir.
La segunda respuesta propone que este relato de un cuerpo destruido por falta de modernización, se recompone a partir de un tiempo en el que las élites proceden a desfogarlo en imágenes. Estamos frente a un momento complejo; es una época turbia para los movimientos sociales y la izquierda social. Es un período recargado para las élites tradicionales y nuevas, por ello, estas se lanzan con todo a destruir lo alcanzado en años de lucha contra el neoliberalismo y el capital. Empero, ya no son las élites de hace cuatro décadas; han variado sustancialmente. Ahora, combinan regímenes represivos y pretorianos, junto con dinámicas sensibles e intelectuales. Por ello, referíamos más arriba el coaching, convertido en su praxis; el mindfiulness en su filosofía y las tecnologías de la información, en formas de seducción hacia su proyecto cultural. Es muy acertado aquello que se dijera «Siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo» (Didi-Huberman, 2005, p. 31). Así, las imágenes de estas élites haciendo ejercicio, es el tiempo real de la dominación aplicándose.
En el microvideo también se hace una toma de paso que expone a un grupo de músicos indígenas ataviados de trajes tradicionales del pueblo Otavalo. Estos están entonando alguna pieza para los asistentes que degustan del almuerzo. Esa es la imagen potencia: los pueblos y nacionalidades están presentes como paisaje y música de fondo. No obstante, mientras todos los asistentes interaccionan amenamente, los sujetos indígenas allí presentes no son parte de su idea de Estado. El microvideo, al igual que el mismo encuentro de Cusín, entiende y proyecta a los pueblos indígenas exactamente como al grupo de música de Otavalo: una anécdota colorida que deleita un almuerzo político.
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En otra escena, el paneo de la cámara muestra la convivencia entre la nueva élite y la aristocrática. La disonancia del plano es Jefferson Pérez, connotado deportista ecuatoriano y, posteriormente, ejemplo mediático de la superación coaching (desclasamiento sería la categoría perfecta). De muchacho pobre y abandonado por el Estado, Pérez llegó ser una figura reconocida en la esfera pública y, en lo que se refiere a la privada, apreciado de manera especial por el sistema financiero, al hacer parte importante de la publicidad del Banco Pichincha. Esto se correlaciona con la parte arriba citada de la Declaración del 4to. Consenso de Cusín donde se mencionan los problemas de la desigualdad económica, étnica y de género. La referencia a esta desigualdad, como lo señalamos en su momento, es más bien retórica, pues en ningún momento se revisan sus causas ni el hecho de que, en gran medida, son resultado de la implementación de las políticas neoliberales. Por tanto, la ecuación se atasca como un problema (la desigualdad económica, étnica y de género) que puede ser solucionado con esfuerzo y voluntad personal (Jefferson Pérez) para salir de la pobreza.
A este respecto, es importante observar
que, en la comodidad y amena conversación que tiene lugar en las instalaciones de la hacienda Cusín, los personajes convocados cuestionan en público la existencia de pobreza y la desigualdad, mientras permiten y promueven en privado, precisamente aquello que genera dichos problemas: la destrucción de lo público y las maniobras privatizadoras. Es así que la Declaración del 4to. Consenso de Cusín, refiere en su primer punto lo siguiente:
Necesitamos un Estado funcional, eficaz, que resuelva los desequilibrios fiscales crónicos que sufrimos. Ningún problema se puede resolver cuando, por falta de recursos, no se implementan las políticas de protección social o, cuando en momentos de abundancia, el exceso de gasto las hace insostenibles en el mediano plazo. Por ello, es imprescindible fortalecer el manejo fiscal. Esto nos permitiría ahorrar en buenos años y, en años de vacas flacas, tener pequeños déficits, pero financiando la política social (Declaración del 4to. Consenso de Cusín).
Claramente, todo esto supone impugnar al Estado de Bienestar como insolvente, tozudo en el gasto en lo social. El tan mentado desequilibrio, sostienen, únicamente podrá solucionarse a través de políticas de ahorro; ahorro que, no obstante, por lo menos para las élites actuales, toma sentido en toda desinversión que implique el menoscabo de servicios básicos y sociales: salud, educación y seguridad. Y tal vez lo más palmario, de esta política ahorrativa, se presente en el tema de seguridad, a juzgar por las masacres carcelarias que han tenido lugar en el país.
Con esto, la maquinaria multicultural se vuelve arrolladora, consolidada a través de frases que constan en dicho documento: «Dialogar en democracia es normal», «polarización ideológica», etc. Expresiones lingüísticas construidas para diferenciar y clasificar proyectos y sujetos a partir de una sintaxis sustentada en una supuesta armonía y en la neutralidad valorativa, aun cuando, como sabemos, los personajes que hicieron parte de estos consensos resultan serlo opuesto a lo expresado en aquella declaración.
En último lugar, el microvideo nos muestra distintos tipos de personajes: unos son «sus iguales»; otros evidentemente no lo son, pero, ya sea por su etnia y/o su deslinde de clase, han sido incluidos políticamente, aunque siempre en obvias condiciones de inferioridad social. Es la representación más importante, el diálogo solo puede incluirlos si están por fuera de la historia, por fuera del conflicto y de la diferencia. De ese modo, el funcionamiento desde la óptica multicultural se reafirma en el consenso y, de ese modo, anula todo tipo
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de contingencia y disputa sobre los modos de existencia en el mundo contemporáneo del país. Parafraseando a Zizek, diríamos que el incluir a un representante de una etnia, aparece como una forma alternativa de construir democracia, en suma, una modernidad alternativa: sin embargo, ya se había construido un tipo de modernidad alternativa (por fuera del liberalismo democrático) y fue el fascismo. Los Consensos de Cusín no se alejan mucho de aquella.
Consideraciones finales
El momento actual precisa de acciones urgentes en una doble vía: por un lado, es indispensable la lucha y la resistencia frente a las imposiciones de las derechas y las élites en el campo económico; por otro, es asimismo, necesario ofrecer una salida, poniendo en evidencia los sentidos y los imaginarios de las nuevas élites en cuanto su idea de democracia, Estado, gobierno y política, como una batalla cultural ineluctable. Sin embargo, resulta sintomático que no se haya extendido el debate hacia otros espacios, que por lo menos en la historiografía y la sociología ecuatoriana están un tanto baldíos, y es todo lo relacionado con las tecnologías, el mundo del arte y las estéticas como manifestación política de las élites. Por tanto, una de las crisis actuales son las fisuras cada vez más visibles en el intento de homogeneizar el país, vía la imposición del neoliberalismo y sus regímenes culturales.
Decimos esto en vista de que todo lo recogido en este trabajo describe esas conexiones y formas de hacer de las élites de derecha, desde las más atávicas hasta las más modernas, todas ellas en una línea de continuidad, pero con intensidades diferentes en el aspecto gubernamental. Lo particular, sin embargo, es apreciar cómo estas se van arrogando y ensamblando a las necesidades subjetivas, del trabajo y de la dominación que el sistema impone. Así, una lectura que tome en cuenta la cuestión estrictamente política, por ejemplo, en tanto tensiones entre actores del Estado, o solamente económica, en cuanto profundización de la producción y el valor extraído de un orden material, no posibilita un acercamiento más amplio a la comprensión de la crisis y sus formas.
Por ello, un itinerario plausible, que no clausure el debate sobre las élites, deberá, inevitablemente, pasar por temas interdisciplinarios. Por dicha razón, cuando nos referimos a lo cultural, no lo hacemos únicamente como la producción de sentidos y de materializaciones de esos sentidos, sino a las sensibilidades con las que estas élites van aplicando una mentalidad sobre la vida y sus formas. Los conocimientos y las maneras de combinar las subjetividades sobre la gente es uno de los silenciosos mecanismos con que estas van gobernando. Primero, porque se muestran abiertas a los cambios y a los lenguajes: todas ellas, por ejemplo, reivindican la libertad, la democracia, se preocupan por la pobreza y la inequidad, incluyen en sus relatos la diferencia y a las comunidades, en este caso, indígenas. Segundo, habría que pensar en el corto y mediano plazo, si aquellas resultan solamente un cambio generacional respecto de sus antecesores.
En definitiva, decir en este momento que las élites siempre han sido antidemocráticas es un lugar común que no da cuenta de la complejidad del problema. Habría, más bien, que ir a contrapelo y dilucidar qué tipo de régimen democrático están desplegando, como van soliviantando las dinámicas culturales, devenidas en estéticas y sentidos de conocimientos. Es decir, explorarlas y no solo situarse en la visión de los dominados y subalternos, sino esforzarse por distinguir sus prácticas, sus modos de interaccionar y las trayectorias que estas erigen y reafirman.
Pero al mismo tiempo, habría que pensar el tipo de resistencias que se podría ejercer desde la diversidad de los sectores populares; qué tácticas resultan útiles en este tipo de batalla, qué estrategias y qué intensidades deberán efectuarse para blindarnos de este tipo de subjetividades. Tal vez ahí resida el nuevo tiempo que se abre y sea necesario diferenciar, hoy más que nunca, aquello que escribió el filósofo alemán; «De esto se trata en la estetización de la política puesta en práctica por el fascismo. El comunismo le responde con la estetización del arte» (Benjamín, 2010, p. 101).
Excurso sobre las derechas y nuevas élites culturales en Ecuador
pISSN02528681 | eISSN29608163 | año 2023 | núm. 45 | pp. 159-177
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