Mamblona, Carolina |
Revista Ciencias Sociales p-ISSN 0252-8681 | e-ISSN 2960-8163 | año 2024 | núm. 46 |
La ampliación de las resistencias frente al proyecto neoconservador: aportes de los proyectos de colectivización en trabajo social[1]
Expanding resistances against the neoconservative project: contributions of collectivization projects in Social Work
Recibido: 07/10/ 2024 Aprobado: 27/12/2024
Carolina Mamblona
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
https://orcid.org/0009-0000-5101-4283
DOI: https://doi.org/10.29166/csociales.v1i46.7296
Resumen:
El presente artículo propone dialogar sobre algunos rasgos actuales del ascenso de la nueva derecha en Argentina en el marco de una crisis capitalista mundial, analizando la reposición de valores conservadores. Estos son los pivotes en los que se centran las políticas públicas y discursos neoliberales de destrucción del Estado, dando curso al avance del mercado en nuevas áreas de la vida social, provocando un arrasamiento destructivo. Preguntarse por las resistencias, buscando caracterizar los desafíos que contienen las mismas, nos lleva a la importancia del debate de valores que contrarresten el sentido común que las derechas exploran en el continente, dislocando el empobrecimiento y degradación de la vida de las causas económica y políticas que la generan. Por eso el diálogo estratégico del Trabajo Social con las experiencias colectivas de resistencia, que disputan el sentido mercantilista y neoliberal de la vida, resulta una tarea de primer orden para la profesión.
Palabras clave: conservadurismo, sujetos colectivos y resistencias, procesos de colectivización, Trabajo Social.
Abstract:
This article proposes to discuss some current features of the rise of the new right in Argentina in the framework of a global capitalist crisis, analyzing the replacement of conservative values. These are the pivots on which public policies and neoliberal discourses of destruction of the state focus, giving rise to the advance of the market in new areas of social life, causing a destructive destruction. Asking about the resistances seeking to characterize the challenges they contain leads us to the importance of the debate of values that counteract the common sense that the right explores on the continent, dislocating the impoverishment and degradation of life from the economic and political causes that generate it. That is why the strategic dialogue of Social Work with the collective experiences of resistance, which dispute the mercantilist and neoliberal meaning of life, is a task of first order for the profession.
Keywords: conservatism, collective subjects and resistance, collectivization processes, Social Work.
1. Introducción
“que violenta la calma con la que los empachados
nos dicen que gradezcamos
las migajas”
(Nina Ferrari, 2020)
El presente artículo propone problematizar el avance de la derecha en Argentina analizándola como parte de lineamientos y dinámicas generales mundiales y considerando sus expresiones particulares con el ascenso del gobierno de Milei. A partir de ello se caracterizarán algunos puntos de las reformas que colocan tensiones en diversos colectivos y proyectos afectando la esfera de la reproducción social. Aquí el trabajo social tiene una potencia de diálogo con resistencias que se oponen al sentido común que se pretende instaurar. Este análisis se enmarca en una perspectiva teórico-crítica, apoyándose en las contribuciones de autores como Gramsci, Heller e Iamamoto entre otros. Se aborda el concepto de sentido común y su papel en la hegemonía, así como las dinámicas de subalternidad, poder popular y autonomía en los movimientos sociales.
2. ¿Cómo caracterizamos al proyecto neoconservador?
Durante los últimos años en Argentina asistimos a un proceso de reestructuración de las relaciones de producción del sistema capitalista que trajeron consigo el deterioro de las condiciones de vida, la precarización y empobrecimiento del conjunto de la clase trabajadora.
La llegada del gobierno de Milei desde diciembre del 2023 busca de manera brutal profundizar una ofensiva despiadada a los trabajadores y sectores subalternos de la sociedad que, en el lapso de un año, implementó una agenda regresiva para el conjunto que vive-del-trabajo. Comenzó con tandas de despidos en el Estado, aún en marcha, el cierre de programas sociales y hasta Ministerios enteros como lo hizo con el de Mujeres, géneros y diversidades, así como áreas destinadas a evitar y mitigar la discriminación (INADI); cierre de áreas destinadas a la agricultura familiar, a los pueblos indígenas, a las niñeces y el enorme caudal de programas que concentraba el anterior Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, hoy convertido en Ministerio de Capital Humano[2] con un cambio de orientación hacia lo individual y el mercado, restringiendo de manera drástica las prestaciones sociales.
También en el ámbito privado sin reactivación de la economía, se sufren las consecuencias de un proceso inflacionario muy alto en el acumulado de los últimos años post pandemia, que junto a la devaluación y aumento exponencial de las tarifas de luz, gas y transporte provocan que los niveles de consumo decrezcan, haya recesión y se produzcan despidos en las distintas empresas.
Por ello este gobierno plantea una reforma laboral y previsional “nueva” a la medida de los empresarios que complete el proyecto neoliberal instaurado por la última dictadura militar (1976-1983), retomada en el ciclo neoliberal de los 90’ y enfrentada socialmente en la lucha de los 2001, recuperado como ciclo de impugnación al neoliberalismo en Latinoamérica. (Ouviña y Twaites Rey, 2018)
Pero Milei no es una excepción aislada de otros avances de las derechas en el mundo como Meloni, en Italia, el crecimiento de Vox en España, de Le Pen en Francia y el retorno de Trump en los Estados Unidos. Si miramos la región con el apretado triunfo de Lula frente a Bolsonaro en Brasil, los sucesos antidemocráticos en Perú y Ecuador y los avances electorales como el de Kast en Chile marcan un retome de los “tiempos conservadores”. Aquellos inaugurados por Reagan y Thatcher en los 80’ que vuelven en nuestra región con las promesas incumplidas por los gobiernos progresistas. Esta tendencia mundial requiere que se estudien las conexiones con procesos anteriores, identificando qué retoman del fascismo y nazismo de la primera mitad del siglo XX en Europa y en qué se diferencian de ellos. Lo que tienen en común estos procesos es que se constituyen en salidas sistémicas a la crisis capitalista toda vez que ocultan de diversas maneras -hoy de forma más sofisticada por la utilización de redes sociales y medios informáticos- la vinculación entre la economía y la política profundizando la desconexión de ambas esferas de la vida social. De esta manera, se presenta al repertorio de medidas y su consecuente retórica como “nuevas soluciones” para salir de la crisis, por lo cual amplios sectores de la población, sobre todo los más empobrecidos, encuentran en este camino un núcleo de esperanza. Esto se debe a que en Argentina durante la post pandemia el gobierno de Alberto Fernández no pudo parar una escalada inflacionaria descomunal que licuó fuertemente los ingresos de quienes forman parte del sector asalariado, deteriorando condiciones de vida que afectaron fuertemente el acceso a alimentos, alquiler de viviendas, prestaciones de salud, entre otras.
Lo peculiar del avance de las nuevas derechas en la actualidad, es que no se enfrentan a proyectos anticapitalistas de inspiración socialista y/o de tradiciones emancipatorias como los que enfrentaba en los albores del siglo XX. Hoy, enfrentan las medidas reformistas, de los denominados gobiernos neodesarrollistas/progresistas, a los cuales los equiparan con el demonizado comunismo y como si ellos expresaran el avance de un proyecto de estas características en la actualidad. Nada más alejado de la realidad, lo que no significa que existan proyectos de prospección anticapitalistas, antipatriarcales, antimperialistas, ecosocialistas, sino que los mismos, en nuestra región no son una expresión masiva lo que no significa que exista la necesidad de construir un horizonte alternativo a la barbarie capitalista.
Situados en la derrota de algunas de aquellas experiencias del siglo XX, la clase trabajadora se encuentra en la actualidad más fragmentada y heterogénea (Antunes, 2005). Esto se expresa en una decolectivización de la misma, volviéndose más precarizada, pobre, feminizada y racializada que tiene que sortear mayores dificultades para la actuación en unidad entre los sectores ocupados (precarizados o con protecciones sociales) y desocupados.
El avance de la derecha despliega una política de crueldad hacia algunos sectores como las niñeces populares que se quedan sin alimentos en los comedores, o los jubilados que ven canceladas sus coberturas en medicamentos y sin aumento en los haberes mínimos. Ello, no puede desvincularse de los efectos aparejados de la crisis del 2008 que junto a la pandemia mundial por Covid-19 generaron un deterioro generalizado e inestabilidad en las condiciones de vida para amplias mayorías a la vez que permitieron la concentración de riquezas de manera inusitada a nivel mundial.
Netto (2009) caracteriza al capitalismo contemporáneo, como tiempos de aumento de la barbarie, presentando tres características ineludibles que no fueron desarmadas en los ciclos progresistas. La barbarie para el autor siendo la contracara de la globalización neoliberal, se presenta en tres dimensiones. La “naturalización de la pobreza”, la “criminalización del disenso político” y la “negación de alternativas”. A ello debemos sumarle la relación entre la esfera productiva y la naturaleza provocando el despojo como forma de limitar e impedir la continuidad de la vida humana. Esto pudo ser visualizado en la pandemia del Covid-19 como crisis y como oportunidad vinculando el acceso a la salud con la producción de alimentos y el despliegue de vínculos comunitarios, generando alternativas colectivas allí donde el Estado no brindaba respuestas históricamente.
Retomando el proyecto de La Libertad Avanza (LLA) por el que llegó Milei al poder, podemos ver como en su corto recorrido se nutre y recupera aspectos represivos llevados a cabo en diversos procesos del siglo XX en nuestro país. En los mismos, la construcción del “enemigo interno” fue desplegada en distintos gobiernos democráticos o dictatoriales con mecanismos represivos y criminalizadores de la protesta social llevados a cabo por las fuerzas de seguridad o estructuras paramilitares. Dicha construcción se dirigió a sectores del pueblo erigidos como “blancos” de la represión exterminando a los pueblos originarios, persiguiendo al movimiento anarquista y comunista en principios del siglo XX, y en el marco de la última dictadura cívico militar empresarial (1976-1983) produciendo un genocidio que incluyó a la juventud y el activismo clasista y revolucionario de los 70’. Hoy el blanco se coloca en las conquistas feministas, en la demonización de los trabajadores desocupados y los estatales tratados como parásitos y los viejos colocados como un sector que da pérdida.
La apelación del presidente al libre mercado remontándose al siglo XIX va acompañada con la denostación del Estado como espacio de consagración de derechos y la demonización de la democracia, con lo cual se propone impedir la protesta callejera con la implementación de un feroz protocolo de seguridad. A través del mismo, anunciado y puesto en marcha el 20 de diciembre de 2023 y con algunas leyes que acompañan esto[3] se viene reprimiendo, persiguiendo, encarcelando y acusando de terroristas a los activistas y manifestantes de diversos procesos.
El ataque a las luchas se produce en los territorios en favor de procesos privatizadores del agua[4], del libre avance de la megaminería contaminante. Estas acciones resultan en la destrucción y expulsión de las tierras de pueblos originarios y pequeños campesinos, favoreciendo los negocios de corporaciones transnacionales que explotan y saquean los bienes comunes. En los centros urbanos de todo el país se persigue y criminaliza[5] al movimiento piquetero, desconociendo el trabajo comunitario y de cuidados que llevan a cabo desde hace más de veinte años, sufriendo allanamientos a comedores en el marco de causas judiciales provistas para el desarme de las organizaciones. El vaciamiento de los comedores que dejan de recibir alimentos del Estado se constituye en una política de crueldad, imponiendo el miedo a estar organizado y fomentando la denuncia de integrantes de las organizaciones a sus referentes/as y dirigentes/as. Este cuadro se completa con el hostigamiento a las y los jubilados quienes tienen un ingreso mínimo de indigencia y a quienes las prestaciones de las obras sociales ya les dejaron de cubrir los medicamentos que se encuentran desregulados a precios de mercado imposibles de acceder para los adultos mayores. El ataque a las luchas del movimiento feminista y de disidencias se expresa en un conjunto de respuestas conservadoras, comenzando por la prohibición del lenguaje inclusivo, la acusación de que la educación sexual integral (ESI) es sinónimo de adoctrinamiento junto al desmantelamiento de la línea de atención a las violencias de género (Línea 144), colocando los feminismos como un problema a ser erradicado, habilitando y fomentando de manera oficial la violencia patriarcal desde el Estado. Se cierra la situación con el aumento de la pobreza y la indigencia fundamentalmente afectando a las niñeces populares.[6]
El ajuste económico que se lleva a cabo favoreciendo los mecanismos de dependencia de la economía, es posible de ser realizado por un proceso de descreimiento de la política. Parte de ello se explica por la institucionalización en los sucesivos gobiernos kirchneristas (2003-2007; 2007-2011; 2011-2015; 2019-2023) de las prácticas y experiencias nacidas al calor del 2001, produciendo un ejercicio apaciguado de la rebeldía, contrarrestando el conflicto como motor de cambios y deponiendo la calle en post de la institucionalidad. Tras el ciclo de luchas del 2001, se impugnó el neoliberalismo, pero sin que las conquistas colectivas se sostengan en núcleos activos de poder popular que tiendan a ampliarse en el transcurso del tiempo.
En los sucesivos gobiernos, se aprobaron un sinnúmero de leyes de carácter progresistas junto a una retórica de derechos humanos que tendencialmente se fueron deshilvanando con los procesos progresivos de precarización laboral. Todo ello fue debilitando un proceso democrático que lleva 40 años post dictadura sin poder profundizar los núcleos potentes de la misma, más allá de votar periódicamente. Esto ofició como un lento proceso de avance silencioso de la derecha ocupando nichos políticos y encauzando la rebeldía en su propuesta.
En este punto, algunos analistas se preguntan por el sentido común, (Seman, 2023; García Linera, 2023) viendo si el mismo se volvió de derecha o aún hay una disputa abierta en temas y sentidos que pensábamos que estaban ganados en una dirección hacia la ampliación de derechos y no hacia lógicas conservadoras. Temas como los derechos humanos y el sentido anti-militar de la sociedad argentina identificando el genocidio y los crímenes de lesa humanidad desde el movimiento de derechos humanos que logró transversalizar las luchas por memoria, verdad y justicia. Las luchas feministas y de diversidades donde la conquista de la ley de interrupción legal del embarazo (ILE, 2020), ley de matrimonio igualitario (2010), la implementación de la ESI (2006) y la ley de identidad de género (2012) en el marco de “Ni una menos” (2015) y el paro internacional (2017) construyeron una plataforma articulada e interseccional para enfrentar la violencia de género. El reconocimiento del propio estado a la labor de las organizaciones sociales quienes jugaron un papel crucial en la pandemia construyendo desde sus propias redes en marcha resortes de acceso a la salud, a la alimentación y a medidas de protección colectiva que el mismo Estado no podía garantizar, ejemplificado en el debate de la Ley Ramona que buscaba reconocer a esas trabajadoras comunitarias desde el Estado.
3. Crisis de valores y el sentido común conservador
Pero esto también se expresa como una crisis de valores reponiéndose en el debate cotidiano fundamentos conservadores como los más tradicionales colocando en el centro nuevamente a la familia heteropatriarcal, la apelación a un pasado que fue “mejor”, marcado por el ascenso económico y la defensa de la propiedad privada de manera explícita. Para Pastorini (2023) la extrema derecha que venimos analizando “busca consolidar un proyecto que mantiene las costumbres, las prácticas y los valores conservadores tradicionales como la defensa de la familia patriarcal, la protección de la propiedad privada, la moralidad religiosa y la idea del orden como garantía del progreso” (p.5)
Se acompaña recrudeciendo discursos de odio a todo lo que pueda formar parte del blanco a ser extinguido: sindicalistas, piqueteras/os, pobres, migrantesfeministas y activistas LGBTQ+; etc. proliferando actos de violencias hacia estas identidades. Sin duda que “los feminismos han desafiado los poderes establecidos y estos han desencadenado una contraofensiva que ancla en la denuncia de la “ideología de género”. (Pedrido, 2021, p. 12) Comportamientos como la misoginia, la homofobia, el racismo, el nacionalismo, el negacionismo se expresan en discursos que se articulan en una contraofensiva que no es aislada ni excepcional.
Si la esencia del neoliberalismo se construyó como un proyecto que posibilitó el cambio de las relaciones de fuerza entre las clases sociales en los 70, este proceso se completa y refina en el terreno de los valores que se asienta en el más profundo deterioro de las condiciones concretas de vida de las amplias mayorías. No se trata solo de un cambio cultural el que expresa esta contraofensiva sino es el cambio material en prácticas regresivas sobre los derechos conquistados. El recorrido ha tenido avances y cortes en Latinoamérica con el ensayo neoliberal de Chile en el 73’, pasando por las dictaduras en el marco del plan Cóndor, recrudeciéndose en la violencia del Estado en Colombia, los golpes militares y el lawfare posibilitando que la derecha brasilera se haga del poder articulando entre militares y parte de los grupos pentecostales eclipsando las alternativas populares hacia esos contornos.
Compartimos con Arruza, Bhattacharya y Fraser que:
Lo que estamos viviendo es una crisis de la sociedad en su conjunto. En modo alguno restringida a los ámbitos financieros, es a la vez una crisis de la economía, la ecología, la política y los «cuidados». Como crisis general de toda una forma de organización social, es en definitiva una crisis del capitalismo, y en particular de la forma más brutalmente depredadora del capitalismo en la que vivimos hoy: el capitalismo globalizador, financiarizado, neoliberal. (Arruza, Bhattacharya y Fraser; 2019, pp. 57-58)
Por otro lado, los progresismos y sus trampas, siendo vectores de giros o concediendo guiños a la derecha para crear gobernabilidad colaborando en el retroceso de procesos en momentos que debían ser profundizados. Por lo expuesto hasta aquí, la crisis termina por afectar la sociabilidad cotidiana, erosionando el orden social a niveles capilares donde el espacio social que ocupaban las organizaciones pasa a ser disputado por el narcotráfico, el aumento de delitos y la inseguridad construyendo una base social para la reposición de la contraofensiva de derecha.
En este contexto, Barroco (2019) ofrece una reflexión crítica sobre el avance neoconservador, señalando cómo las lógicas de conocimiento reducidas al pragmatismo neoliberal contribuyen a la reproducción del sistema.
El irracionalismo, penetra en las universidades a través del dogmatismo y del pensamiento posmoderno. (...) contribuye hacia el empobrecimiento de la crítica, hacia la subjetivación de la historia, naturalización de las desigualdades, facilitando la transferencia de los conflictos hacia lo imaginario, fortaleciendo la resignación y el pesimismo frente a la realidad. Pero la incorporación del irracionalismo no deriva solo de opciones ideológicas. Son oriundas también de la reproducción del sentido común, favorecidas por la precarización de las condiciones objetivas de trabajo, de aprendizaje y de existencia de alumnos y profesores. (Barroco, 2019, p. 36)
Para la autora el irracionalismo y el pensamiento posmoderno debilitan la capacidad crítica en las universidades al promover el dogmatismo y deshistorizar las problemáticas sociales. Por lo tanto, se dificulta la comprensión de las desigualdades estructurales y ello favorece la resignación frente a la realidad, afectando la formación de profesionales del Trabajo Social y su potencial crítico- transformador.
A partir de esto, resulta clave retomar el análisis del sentido común, organizado como “suma de verdades “obvias”, en tanto son aceptadas como tal”, sin fuentes o fundamentos. (Casas, 2023, pp. 33-34) Para el autor que retoma a Gramsci, se trata de un conocimiento “abigarrado, heterogéneo donde la unidad entre pensamiento y acción” se da con un fuerte componente de espontaneísmo (ídem). Las ideas del sentido común atraviesan practicas sociales e instituciones difundiéndose como las ideas hegemónicas dominantes de una época y sosteniéndose en diversos mecanismos burocráticos para que se mantengan como núcleos de verdad. La alienación y el fetichismo de la mercancía son fuentes fundamentales para que este mecanismo de reproducción social se expanda en la vida cotidiana. Por ello se relaciona el sentido común con la conciencia de las y los subalternos. Para Casas (2023) “los subalternos interpretan y se orientan en el mundo con un sentido común que es “ambiguo, contradictorio y multiforme”” (p.34)
Gramsci considera que este es un núcleo fundamental para desbrozar las prácticas en que se asienta el statu quo y las posibilidades de enfrentarlas con núcleos que aspiran al cambio social. Para Casas (2023), en Gramsci el sentido común,
es tanto hogar como prisión de la subjetividad del pueblo, existen también núcleos de buen sentido, destellos de conciencia nacidos de concretas experiencias de vida y rebeldía de los oprimidos, que es preciso identificar, cuidar y desarrollar: son miradas disidentes, embrionarios discursos a contramano del conformismo impuesto, expresiones de lo que llama “el espíritu creativo del pueblo en sus diversas fases y grados de desarrollo”. Ese buen sentido debe ser punto de apoyo de la praxis contra hegemónica que los revolucionarios deben contribuir a desarrollar. (Casas, 2023, p.34)
A través de diversos procesos políticos, de praxis colectivas que enfrentan cotidianamente al capitalismo neoliberal y al patriarcado, se crean y gestan núcleos de “buen sentido”, fundados en experiencias de poder popular donde la educación popular cumple un papel en esa captura y critica al sentido común, si no es reducida a una técnica desvinculada de sus fundamentos de transformación social. En las experiencias de resistencia hay fundamentos político-pedagógicos no solo de lo que se enfrenta sino de lo que se busca construir como alternativas. “Tamaña pedagogía irradia cada una de ellas desde sus saberes, sus afectos y quehacer cotidianos como (re) productoras de vida y esperanza” (Ouviña, 2018, p. 13)
Los movimientos y organizaciones sociales y políticas que surgieron al calor de las luchas en el primer ciclo de impugnación al neoliberalismo, continúan constituyendo un sujeto colectivo clave e ineludible. La conquista de cierta institucionalidad y representación, la capacidad de movilización y de lucha, la diversidad del repertorio de acciones colectivas lo constituyen en un sector de peso en la disputa redistributiva que se dio en el marco del Estado y aunque en el contexto actual atraviesan un cambio de situación reduciendo su fuerza e incidencia, no dejan de portar una potencia a ser desplegada.
4. ¿Para qué y cómo actuar desde el Trabajo Social? La importancia de los procesos de colectivización de demandas
El Trabajo Social como una profesión cuyo horizonte de intervención es la vida cotidiana de la clase trabajadora y sectores subalternos de la sociedad, tiene la posibilidad de dialogar con las y los sujetos que vivencian contradictoriamente los mecanismos de reproducción inconscientes y naturalizados, junto a las posibilidades de enfrentamientos y resistencias. Actuar en el cotidiano cuestionando el sentido común conservador junto a la importancia del cotidiano como punto de partida y llegada crítica del mismo, permitirá disputar y ampliar los núcleos de buen sentido. La inserción de los Trabajadores Sociales en la vida cotidiana de los sectores subalternos nos permite observar de cerca una dimensión inextinguible del ser social. Podemos percibir allí los cambios de la estructura social en las resultantes de su impacto concreto en la vida de las y los sujetos, identificando transformaciones, pero también, estrategias de sobrevivencia, adaptaciones y enfrentamientos a estos cambios (Heller, 1985). La importancia del cotidiano en la vida social significa para Agnes Heller entender a la vida cotidiana como el “fermento secreto de la historia” (Heller, 1977)
La intervención del Trabajo Social se encuentra atravesada por esta compleja dinámica de ofensiva del capital y respuestas populares. Esta apuesta busca establecer un diálogo con las experiencias populares, de institucionalidad alternativa que el movimiento social en Argentina ha ido desarrollando desde el ciclo de impugnación al neoliberalismo identificando sus avances y retrocesos, reconociendo sus contradicciones y situándose en la disputa con el Estado y la clase dominante. Conocer la dinámica de estos ensayos de organización en clave de salud, educación, políticas de infancia, asistencia contra la violencia patriarcal, entre otros aspectos organizativos de la reproducción social, nos permite interrogarnos sobre las propias prácticas instituidas en las respuestas estatales. Estas experiencias fundadas en una base colectiva de politización de necesidades no se borran de un día para otro, sino que habitan nuestra historia, están en nosotras y nosotros.
La construcción y potencia de este “otro poder” se sitúa en el ejercicio de la autonomía y en el despliegue de herramientas colectivas que nutren un proyecto político que cuestione las propias bases del sistema social. En esta dirección el trabajo social crítico en los espacios ocupacionales busca interpelar el componente individual, familiarista, fragmentador y moralizador del tratamiento a las refracciones de la Cuestión Social (Netto, 1997). Ese otro poder instituyente forma parte del acervo histórico del poder popular.
Una de las potencias de este tipo de apuesta se encuentra en desplegar procesos de intervención que busquen recomponer el carácter colectivo de la demanda en torno a la resolución de necesidades sociales, fortalecer la capacidad de presión de los grupos subalternos y acompañar el proceso de organización del protagonismo popular en los espacios de construcción de poder popular.
Partimos de una premisa que se afirma, retomando a Iamamoto (1992) quien coloca al ejercicio profesional del Trabajador Social en el movimiento contradictorio de responder a las exigencias del capital que refuerza las condiciones de dominación de las clases subalternas, y, por otro lado, participa de las respuestas a las necesidades legítimas de sobrevivencia de la clase trabajadora -aunque de manera subordinada y tendiendo a ser cooptada por aquellos que tienen una posición dominante. Para la autora, “es a partir de esta comprensión que se puede establecer una estrategia profesional y política para satisfacer las metas del capital o del trabajo, ya que las clases sólo existen interrelacionadas. Es esto, inclusive, lo que viabiliza la posibilidad de que el profesional se sitúe en el horizonte de los intereses de las clases trabajadoras” (Iamamoto, 1992, p. 89). Esta premisa fundante de los trabajos primigenios de la autora la continúa desarrollando en una publicación más recientes, cuando afirma que:
Todavía se refracta, de manera considerable, en la posibilidad de ampliación de relativa autonomía del (de la) trabajador(a) social a las presiones por parte de los (as) ciudadanos (as) por derechos y servicios correspondientes y las luchas colectivas emprendidas por el control democrático de las acciones del Estado, y, en particular, de las políticas públicas (Iamamoto, 2022, p. 473).
Sobre la base de los planteos clásicos de Netto (1997) y Iamamoto (1992), en las producciones más recientes la autora despliega una idea fundamental respecto de la autonomía profesional vinculada a los procesos de lucha más amplio de la clase trabajadora y de los movimientos sociales. La categoría de autonomía emerge de manera relevante para ser analizada en los procesos profesionales que colectivizan demandas. Para Iamamoto (2003) la tensión de la profesión se da en que debe comprender las desigualdades a la vez que su par contradictorio analizando las rebeldías y las resistencias. Esta afirmación resulta fundamental, pero a la vez insuficiente para poder analizar los espacios profesionales asociados de manera más explícita a procesos de colectivización buscando un camino investigativo-argumentativo para fundamentar los mismos. La autora agrega que como profesión portamos un compromiso de clase asumido desde la reconceptualización en adelante:
El Trabajo Social Latinoamericano, desde hace más de cinco décadas, ha sellado fructíferos compromisos con los sujetos que son el objeto prioritario de nuestra actividad profesional - trabajadores y trabajadoras, en su unidad de diversidad de género, sexo, raza, territorio, generación -, sus condiciones de vida y formas colectivas de expresión en la defensa cotidiana de la vida, de los derechos humanos y sociales. (Iamamoto, 2022, p. 4)
Esta fortaleza se reconoce en una tradición que cobra fuerza en todo Latinoamérica con los procesos socio políticos de las luchas sociales lo que posibilitó al trabajo social y a otras disciplinas trabar una relación con perspectivas emancipatorias. Con ello nos referimos a los proyectos societales marcados por el antiimperialismo, la crítica al “subdesarrollo” y la transformación social de la sociedad, lo que posibilitó incorporar entre los 60´y 70’ en el horizonte del Trabajo Social nuevos conceptos como: opresión, desigualdad y explotación; debates en torno a la categoría de Pueblo, y lo popular; concientización y liberación así como poder analizar la identidad profesional desde la perspectiva del profesional mimetizado como un “agente de cambio" que va a ser parte de los procesos transformadores.
Este proceso socio político, interrumpido drástica y violentamente por las dictaduras en Latinoamérica también retrotrajo a la profesión a una búsqueda inconclusa, dejando un proceso abierto que fue analizado ampliamente en sus límites (Siede, 2005; Netto, 2005). Por ello retomar los lineamientos de procesos colectivos sea tan dificultoso en el presente a sabiendas de que los organismos empleadores no son favorecedores de dichos procesos buscando no solo despolitizar y deseconomizar la cuestión social (Netto, 1998) sino que también proponen la desconflictualización de las instituciones.
Destacamos el planteo de la conferencia de Iamamoto (2022) cuando afirma que:
Trabajo Social puede contribuir a que los sujetos reconozcan que sus demandas individuales tienen una dimensión colectiva de clase; y que adquieren fuerza cuando se las abordan colectivamente. Pero la relación del Trabajo Social con el protagonismo de los sujetos involucra también el trabajo directo con los movimientos sociales, tejiendo lazos de confianza y compañerismo en la lucha común (Iamamoto, 2022, p. 4).
En este proceso contemporáneo se requiere analizar a los sujetos colectivos como aquellos grupos que tienen la capacidad de introducir sus reivindicaciones en el espacio social de lucha entre clases y fracciones de clases con el Estado (Mamblona, 2019). En la sociedad capitalista, signada por el acceso desigual a la riqueza socialmente producida, el atravesamiento de clase y la relación con las formas de producción y organización del trabajo, -imprescindibles para la reproducción de la vida-, son fundamentales para analizar cualquier expresión colectiva o movimiento social.
A partir de diversas lecturas sobre movimientos sociales, entre ellas las producciones de Marro (2013) nos llevó a realizar un análisis de doble dimensión. Por un lado, tener que comprender los sujetos colectivos, sus demandas, su historia, sus formas organizativas y las demandas que logran instalar en el escenario socio político. Por otro lado, no abandonar lo que afirma Matusevicius (2014), cuando nos advierte que el sujeto que se presenta no es un sujeto colectivo, se presenta “viviendo” problemas personales, aislado de sus relaciones sociales más amplias” (p. 194). Aun reconociendo este problema, la autora afirma que los movimientos sociales y organizaciones colectivas se constituyen en aliados de los trabajadores estatales, y de los profesionales de Trabajo Social, ya que sus disputas tienden a ampliar el universo de prestaciones públicas enlazando con lo que Iamamoto (2022) expresaba como un camino de ampliación de autonomía.
Los sujetos colectivos asumen, en términos de reivindicaciones, un conjunto de necesidades sociales – derechos sociales expropiados – que cada uno de ellos, desde diferentes propuestas táctico-políticas busca resolver, en relación con el Estado y las clases hegemónicas.
Para el Trabajo Social, comprender a los sujetos colectivos, contiene la posibilidad de intervenir y abordar las problemáticas manifestadas en la dinámica de las condiciones concretas de existencia de los integrantes de un Movimiento Social, abriendo la posibilidad de aportar desde una perspectiva de totalidad y de análisis estructural, las manifestaciones de las desigualdades sociales.
Para Martín Retamozo, la construcción de un sujeto social supondría: “movilizar recurrentemente sentidos privilegiados frente a situaciones compartidas, la construcción de un nosotros y la definición de una alteridad (aunque sea difusa) y además el reconocimiento intersubjetivo. La identidad iría por la experiencia histórica, sedimentación, por la alteridad en la construcción de un nosotros” (Retamozo, 2011)
Para Heller, un término apropiado para visualizar estos procesos se da con la suspensión del cotidiano por medio de la praxis política. Ello promueve el pasaje del “yo “al “nosotros”, lo que construye una nueva moralidad que impugna a la hegemónica y en el devenir de la praxis política que instituye por medio de la experiencia otros valores (solidaridad; colectivización; compañerismo) que permiten impugnar los vigentes. Para Heller (1987) se trata del acceso a lo “humano genérico”, donde el ser social se vuelve un ser específico en tanto se visualiza y reconoce como parte del género humano. Resulta apropiado en este punto utilizar el término de ‘catarsis’, para indicar “el paso del momento meramente económico (o egoísta-pasional) al momento ético político, o sea la elaboración superior de la estructura, en superestructura en la conciencia de los hombres” (Gramsci, 1986, p 142). Para este autor, se trata del paso de lo ‘objetivo a los subjetivo´, y de la ´necesidad a la libertad´.
El concepto de “catarsis, que en Lukács tiene una dimensión ética y estética y que adopta, en Gramsci una dimensión específicamente política” aunque en ambos, “la catarsis aparece como el movimiento de la praxis donde tiene lugar la elevación de la particularidad a la universalidad, de la necesidad a la libertad” (Kohan, 2005 S/D). Se trata de identificar resultados/aprendizajes y cómo se pone en juego la autonomía de los sujetos, en los procesos de subjetivación política. Captar los momentos fugaces y/o permanentes de cuando la clase se constituye en movimiento social. Aquí; la posibilidad de suspensión la realizan los sujetos colectivos que su praxis política les posibilita el acceso a lo humano genérico. "Modonesi plantea que “las construcciones subjetivas derivan de un ámbito relacional y procesual determinado del que se desprenden modalidades específicas” (Modonesi, 2010, p. 163). Este planteamiento es especialmente útil para comprender los alcances y proyecciones diferenciados que emergen en las experiencias de interacción entre la profesión y los procesos de colectivización."
Siguiendo al autor Modonesi (2010) retomamos la posibilidad de comprender las implicaciones subjetivas de las relaciones de dominación, conflicto y emancipación a partir de la articulación de tres categorías fundamentales: subalternidad, antagonismo y autonomía. Para este autor son centrales las formas en que las clases populares vivencian las experiencias de subordinación, insubordinación y emancipación. Desde allí indica la necesidad de realizar dos tipos de análisis: por un lado, un enfoque sincrónico que reconozca cómo en un momento dado se combinan de manera desigual posiciones subalternas, antagonistas y autónomas frente a las situaciones vividas, y, por otro, una perspectiva diacrónica que capte el proceso a través del cual uno de estos elementos predomina sobre los otros, definiendo su particularidad en momentos concretos. Aquí se encuentra una clave fundamental para analizar los procesos desde el tipo de subjetivación política que construyen, siendo siempre un proceso abierto, transitorio y contradictorio.
Asimismo, los procesos de intervención que se llevan a cabo con actividades/acciones con organizaciones sociales, requieren desplegar los conjuntos de tácticas, que deben ser analizadas pudiendo ver si son creadas y/o recreadas en dichos procesos. Las tácticas desplegadas en entrevistas, visitas domiciliarias, encuentros, reuniones requieren ser revisadas a la luz de la dimensión ético-política y desde una clave pedagógica, donde posiblemente se invierten los modelos verticalistas para incorporar construcciones fundadas en una modalidad diferente que requerirá ser analizada en profundidad.
Podemos decir que los sujetos colectivos, organizaciones y movimientos sociales se constituyen en generadores de demandas colectivas e intervienen en la configuración de la política pública expresando de modo heterogéneo los intereses de clase. Y es aquí donde la colectivización que colocan pone en tensión el sentido común hegemónico, abriendo espacio para la construcción de núcleos de “buen sentido” que se deberán ir reconociendo y analizando, para establecer horizontes que acompañen construcciones donde, como afirma Gramsci (1999) y Ouviña (2017), ya desde el presente se pueden avizorar atisbos de la sociedad que se anhela construir.
5. Cierre conclusivo
Con el presente artículo buscamos encontrar algunas pistas para invertir la ruta de la psicologización de los problemas por la posibilidad de establecer caminos de la colectivización, que irradie a otras experiencias para hacer tangible la búsqueda y construcción de prácticas sociales emancipatorias, asumiendo que el tiempo contemporáneo se encuentra signado por una crisis de reproducción de la vida. (Guerra, 2015)
Necesitamos que el movimiento popular agriete y perfore la institucionalidad de derecha, hacia la construcción de un proyecto que abra paso a una nueva coyuntura donde el dilema no sea gobernar para empresarios trasnacionales o la administración de lo existente enterrando las alternativas populares hacia la integración subordinada.
La posibilidad de identificar el pasaje de “la vivencia yo a la vivencia nosotros” está presente en ellas con las particularidades y características de las instituciones. Por ello las experiencias remiten a procesos de colectivización que instauran diversos sujetos colectivos ponen en tensión las lógicas tradicionales y fragmentadoras. Aquí se invierte partiendo de la politización de necesidades sociales y su instauración como reclamo puntual, ejercicio del derecho y en su máxima expresión incidencia en la agenda pública (Fraser, 1991).
Las ideas de Heller (1987) recuperadas sobre la 'suspensión del cotidiano' y el pasaje del 'yo' al 'nosotros' a través de la praxis política pueden traducirse en prácticas donde el trabajador social facilita espacios de reflexión y acción colectiva, promoviendo nuevos valores. Junto a la noción de 'catarsis' en Gramsci, permiten al profesional fomentar procesos donde los sujetos reconozcan su capacidad para transformar las estructuras que los oprimen. Esta perspectiva para pensar la categoría profesional desafía la relación institucional desde apuestas estratégicas con usuarias/os, colectivos de organizaciones y esferas estatales decisionales resolviendo las tensiones desde la asunción del conflicto.
Se abre paso a otras tareas que en algunos casos se identifican como no profesionales, pudiendo percibir lo que para Iamamoto (2003) es una fuente de autonomía ubicada en la inespecificidad profesional. Esto permite a las y los profesionales realizar actividades lúdicas, creativas, pedagógicas y políticas que son planificadas en una intencionalidad concreta, no como actividades en sí mismas, sino que permitan desplegar la autonomía de los sujetos.
Se trata de llevar a cabo estrategias de colectivización como momentos específicos de los que se pueden extraer aprendizajes para visibilizar las implicancias de la colectivización de demandas en los diversos sujetos intervinientes y las posibilidades que las dinámicas de subjetivación política permiten en términos de la tensión subalternidad y autonomía constituyendo un camino de concienciación contradictorio y en proceso permanente hacia un horizonte emancipatorio.
Referencias
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[1] El presente artículo fue realizado en base a la conferencia dictada en el VII Congreso Internacional de Trabajo Social, celebrado en la Universidad Central del Ecuador, Quito, 2024.
[3] Nos referimos a las recientemente sancionadas Ley bases (junio de 2024), ley de reiterancia en CABA (junio de 2024) y el protocolo anti-piquete (diciembre del 2023).
[4] Proliferan convenios firmados entre algunas provincias y Mekorot, empresa estatal del agua de Israel poniendo en peligro el derecho humano al agua siendo en muchos casos confidenciales. Esto se profundiza con la aprobación del RIGI (Régimen de incentivo a las grandes inversiones) aprobado en junio en el marco de la ley bases y actualmente en debate parlamentario en las provincias, donde en la mayoría se viene aprobando dando exenciones enormes al despliegue extractivista por los próximos treinta años.
[5] https://www.anred.org/allanamiento-contra-dirigentes-piqueteros-fue-un-operativo-totalmente-desmedido-con-autos-no-identificados/
[6] Según los datos de la encuesta permanente de hogares (EPH) que lleva a cabo el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INDEC), “El porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza (LP) alcanzó el 42,5%; en ellos reside el 52,9% de las personas. Dentro de este conjunto se distingue un 13,6% de hogares por debajo de la línea de indigencia (LI), que incluyen al 18,1% de las personas”. Publicado en septiembre, dando cuenta del primer semestre del año 2024. Recuperado de: https://www.indec.gob.ar/indec/web/Nivel4-Tema-4-46-152