El caso más emblemático es, sin duda, el de las empleadas domésticas,
donde los resquicios de las relaciones esclavistas se hacen aún presentes. El
mito de la democracia racial (González, 2019) se diluye completamente en
este sector. Es el tercer sector de la ocupación femenina, en una sociedad en
la cual, si bien algunas pocas mujeres logran acceder a estructuras de poder
y cargos de toma de deci-siones rompiendo el «techo de cristal», la gran
mayoría solo consigue garantizar un ingreso trabajando como empleada
doméstica. Este sector está altamente pre-carizado y carece de movilidad
social, por lo cual las mujeres, especialmente las racializadas y pobres,
quedan atrapadas en ese «piso pegajoso» (Fernández, 2019).
En 2019, el sector empleó a 6,24 millones de trabajadores en Brasil, de
ellos 92,2% eran mujeres y 66% negras (ibge, 2020). Como se ha
mencionado, se trata de una de las principales fuentes de ocupación para
mujeres, pues emplea el 14,2% de las mujeres trabajadoras. Los
rendimientos promedio del sector son los más bajos de la economía. En
2019, el ingreso promedio era R$ 918 (mientras que el salario mínimo era
R$ 998) y en la peor situación se encontraban nuevamente las trabajadoras
domésticas negras, que tuvieron un ingreso promedio de R$ 851
(los trabajadores hombres recibieron R$ 1143 y las mujeres blancas R$ 998,
ibge, 2020). El sector también se caracteriza por el altísimo nivel de
informalidad, el 73% de las trabajadoras no tenían contrato laboral
permanente, y solo 39,8% rea-lizaba aportes a la seguridad social, con lo
cual, la gran mayoría no tiene garanti-zados sus derechos laborales básicos,
así como la continuidad del empleo y de sus ingresos. En el caso de las
trabajadoras que tienen contrataciones informales, los ingresos son aún más
bajos, en promedio R$ 733, mientras que en el caso de las trabajadoras
racializadas, que representan el 66,4% de las trabajadoras informales, el
rendimiento fue de R$ 686 en 2019 (ibge, 2020). Así, las mujeres en Brasil,
especialmente las mujeres negras y pobres, están más desempleadas, y
cuando consiguen un empleo, en general, es con salarios menores, peores
condiciones de contratación, escasa seguridad laboral y poca continuidad y
permanencia.
Todas las variables presentadas muestran la difícil situación que atravie-san
los cuerpos feminizados y racializados, la cual se ha agudizado durante la