INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ECONÓMICAS
REVISTA ECONOMÍA
UNIVERSIDAD CENTRAL DEL ECUADOR
73(118), noviembre 2021, pp. 39-50
REVISTA ECONOMÍA
Relaciones entre covid-19, sexismo y racismo en Brasil: un análisis
desde la economía feminista
Margarita Olivera | Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río
de Janeiro (Brasil).
resumen La pandemia afecta particularmente a las mujeres, dado el
aumento de trabajo doméstico no remunerado desigualmente distribuido y
las grandes brechas de género y raza que caracterizan al mercado laboral. El
objetivo de este escrito es reflexionar acerca de los potenciales efectos de la
crisis sobre la vida de las mujeres en Brasil, especialmente las mujeres
racializadas, a partir del estudio empírico de las dos dimensiones
mencionadas: trabajo doméstico y cuidado no remunerado y mercado de
trabajo. Este análisis será realizado a partir de los microdatos publicados
por la encuesta de hogares de Brasil («pnadc») en 2019 y 2020.
palabras clave Cuidados, empleo, covid-19, mujeres, Brasil.
fecha de recepción 31/08/2021 fecha de revisión 02/11/2021 fecha de
aprobación 31/10/2021
Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis
from the feminist economy
abstract TThe pandemic particularly affects women, given the increase in
unpaid domestic work un-evenly distributed and the large race and gender
gaps that characterize the labor market. The main aim of this paper is to
think about the potential effects that the crisis may have on the lives of
women in Brazil, especially racialized women, based on the empirical study
of the two dimensions already mentioned: unpaid domestic and care work
and labor market. This analysis will be carried out based on the microdata
pub-lished by the Brazilian household survey («pnadc») in 2019 and 2020.
key words Care, employment, covid-19, women, Brazil.
jel codes i30, d1, q19.
INTRODUCCIÓN
Las políticas públicas, los efectos de las crisis económicas, sanitarias y
climáticas, los niveles de exposición social, de explotación y de opresión,
entre otros, tienen efectos diferenciados dentro de la población. Como
muchas autoras de la economía feminista y de los feminismos subalternos
han escrito en las últimas décadas, marcadores de género, raza y clase
deben ser considerados a la hora de estudiar los efectos y las consecuencias
de estos fenómenos económicos y sociales.
DOI: https://doi.org/10.29166/economa.v73i118.3298
pISSN 2697-3332
CC BY-NC 4.0 —Licencia Creative Commons Reconocimiento-
NoComercial 4.0 Internacional eISSN 2697-3340
© 2021 Universidad Central del Ecuador revistaeconomia@uce.edu.ec
Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis from
the feminist economy Los cuerpos feminizados1 están más expuestos a
situaciones de riesgo y se encuentran más vulnerables y desprotegidos,
debido a las mayores desigualdades y discriminaciones que sufren tanto en
su empleo asalariado como en los trabajos de cuidados y tareas domésticas
no remunerados, realizados en el ámbito del propio hogar.
La crisis, consecuencia del carácter extractivista del capitalismo neoliberal,
tiene múltiples dimensiones: sanitaria, climática, financiera, económica,
política y de reproducción social y está profundamente ligada a la estructura
de poder patriarcal capitalista colonial, basada en la explotación del trabajo
humano, de los cuerpos, de los territorios y de la naturaleza. Esta crisis
atenta contra la vida en términos generales y difícilmente puede
considerarse como un evento único o aislado, sin embargo, no todos los
cuerpos sufren igualmente sus consecuencias.
Los cuerpos feminizados, racializados y pobres son profundamente
afectados, dado que la pandemia agrava las desigualdades históricas de
género, raza y clase.
Los eventos extremos (como pandemias, inundaciones, deslizamientos de
tierra, sequías, lluvias, tifones, etc.), asociados al cambio climático,
aumentan las brechas de tiempo, salariales y de empleo ya existentes e
incrementan la exposición de las mujeres, generando, en muchos casos,
situaciones de agotamiento mental y hasta graves enfermedades.
El objetivo de este artículo es ofrecer una reflexión y examinar
empíricamente los efectos de la crisis sanitaria y económica sobre la vida de
las mujeres en Brasil, especialmente de las mujeres racializadas, a partir de
dos dimensiones: el papel de las mujeres en los cuidados y las
vulnerabilidades económicas que viven las mujeres en el mercado laboral.
La hipótesis general que guiará esta investigación es que las relaciones
sociales de producción, establecidas a partir del capitalismo patriarcal
extractivista, determinan una división social del trabajo marcada por el
sexismo y el racismo, colocando a las mujeres en un lugar de mayor
precariedad y vulnerabilidad como mecanismo de superexplotacion y
dejando a los cuerpos feminizados más expuestos ante situaciones de crisis
sanitarias, climáticas, ambientales y económicas.
Esta investigación está dividida en 3 secciones, además de esta introducción
y algunas reflexiones finales a modo de conclusión. En la sección uno se
presentan los marcos teóricos de la economía feminista y de los feminismos
subalternos. En la sección dos se estudia empíricamente la distribución de
las tareas domésticas y de cuidados en Brasil, a partir de un análisis de
estadística descriptiva de género y raza. En la sección tres se presenta
evidencia empírica sobre la vulnerabilidad de la mujer brasileña en el
mercado de trabajo y los posibles efectos asociados a la crisis económica a
partir de la pandemia.
¿POR QUÉ LA ESFERA PRIVADA ES FEMENINA?
Los trabajos domésticos y de cuidados, que aumentan drásticamente en
situaciones de crisis sanitarias como la vivida a partir del covid-19, son
desvalorizados social y económicamente y se distribuyen socialmente de
forma muy desigual. Esta situación es el resultado de múltiples opresiones
patriarcales que viven las mujeres y cuerpos feminizados, como lo estudia
la economía feminista y diferentes vertientes del feminismo, como el
feminismo marxista, la teoría de la reproducción social y los feminismos
subalternos (Rodríguez Enríquez, 2019; Pérez Orozco, 2014; Batthacharya,
2013).
La economía feminista ha estudiado desde sus inicios las discriminaciones
y desigualdades que afectan especialmente a las mujeres y los cuerpos
feminizados y que se originan en la división sexual del trabajo que subyace
al carácter 40
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Margarita Olivera
sistémico de la opresión sexista y racista del capitalismo patriarcal. Esta
corriente teórica llega para romper con la mirada androcéntrica de la teoría
económica tradicional (clásica, neoclásica, keynesiana y heterodoxa), para
la cual el trabajo doméstico realizado por la mujer, es siempre invisible
(Castro, 2006), dado que son tareas realizadas en el ámbito privado y no son
mercantilizadas ni remuneradas. Sin embargo, son tareas esenciales para la
reproducción de la vida, de la fuerza de trabajo y, por ende, del sistema
capitalista (Marçal, 2016).
A partir de la división sexual del trabajo que caracteriza al sistema
patriarcal, las mujeres han sido asociadas a las tareas reproductivas, es
decir, ellas son las responsables del cuidado y la reproducción de la vida
propia y ajena. Sin embargo, esta división, junto con el carácter patriarcal y
subalterno de las relaciones humanas, se profundiza a partir del capitalismo,
que se configura como un sistema basado en la propiedad privada —de la
cual la mujer es inicialmente excluida— y donde las esferas pública y
privada son completamente separadas (Saffioti, 2013). La mujer pasa a ser
responsable por garantizar un flujo conti-nuo de trabajadores, tanto a través
de la gestación, educación y cuidados de los futuros trabajadores como de
las tareas de reproducción de la fuerza de trabajo activa, y mediante el
cuidado de los trabajadores del pasado: ancianos y enfermos (Batthacharya,
2013). En el norte global, este mecanismo de sujeción de las mujeres se
consolida a partir de la construcción de su imagen como mujer frágil y
maternal, piedra angular de la familia nuclear. A través de la imposición de
mandatos sociales y construcciones de roles de género, las mujeres y niñas
son enseñadas y educadas para cumplir con la tarea de cuidar de la vida
ajena, incluso a costa de su propia vida (Rich, 2010). Por otro lado, en el sur
global, que fue colonizado y dominado a partir de la imposición de
jerarquías raciales y de género (Grosfoguel, 2006), estas obligaciones de las
mujeres racializadas con la reproducción de la fuerza de trabajo fueron
expresión de la continuidad de los mecanismos de explotación coloniales,
impuestos a fuerza de azotes y las más crueles formas de opresión
(Lugones, 2010; Davis, 1982; González, 2019).
En ambos casos, los trabajos asociados con la reproducción de la fuerza de
trabajo —que están profundamente feminizados— son esenciales para la
manutención del sistema capitalista. Como destaca Silvia Federici (2012),
por detrás del trabajo fabril, donde trabajadoras y trabajadores son
explotadas y explotados diariamente, se encuentra el trabajo invisibilizado
de millones de mujeres que consumen su vida y su fuerza para reproducir
esa fuerza de trabajo que impulsa la economía.
Este trabajo de reproducción, no remunerado y socialmente desvalorizado,
es, sin embargo, esencial para la consolidación del proceso de acumulación
capitalista. El sistema capitalista puede mantenerse gracias a la renovación
continua de trabajadores y, en ese sentido, la producción de mercancías está
intrínseca-mente relacionada con la reproducción de fuerza de trabajo. De
hecho, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado o escasamente
remunerado, permite mantener bajos los costos de reproducción de la fuerza
de trabajo, comprimiendo los salarios y subsidiando al capital (Rodríguez
Enríquez, 2019).
Por otro lado, las relaciones de opresión y subordinación de las mujeres,
materializadas en la figura de obligaciones domésticas y los mencionados
papeles sexuales socialmente impuestos, acaban siendo utilizados como
justificativo para múltiples procesos de segregación y discriminación en el
mercado de trabajo (Fernández, 2019; Olivera, Vieira y Baeta, 2021).
Finalmente, esta feminización del trabajo doméstico y de cuidados aumenta
las brechas de desigualdad en términos monetarios, pero también en
términos no monetarios, dado que genera lo que se conoce como pobreza
del tiempo (Folbre, 2006). Cuidar de la reproducción de la fuerza de trabajo
(pasada, presente y REVISTA ECONOMÍA 73(118), noviembre 2021 |
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Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis from
the feminist economy futura), involucra gran parte del tiempo de las
mujeres, afectando su inserción laboral y la posibilidad de generar ingresos
que le garanticen independencia económica, así como sus estudios y
formación y su disponibilidad para dedicarse a la participación social y
política, al ocio y al esparcimiento.
En el caso de las mujeres racializadas, la situación es aún peor. Según
destacan los estudios feministas subalternos, como los feminismos
decolonial, co-munitario, popular, negro, autónomo, entre otros (Ballestrin,
2020), sexismo y racismo se interseccionan, creando condiciones de mayor
vulnerabilidad para las mujeres negras, indígenas, quilombolas, periféricas,
pobres y cuerpos feminizados que se alejan de la norma establecida.
Así, considerar a las mujeres como un grupo homogéneo, refuerza los
estereo-tipos que perpetúan las desigualdades económicas, sociales o
políticas, e invisibili-zan los desafíos que enfrentan las, los y les más
oprimidas, oprimidos y oprimides.
Un análisis de la situación de opresión de las mujeres brasileñas debe
incluir una mirada de raza y clase, identificando las especificidades de las
mujeres racializadas y pobres que sufren, especialmente debido al sexismo
y racismo. Su inserción laboral se da en condiciones de mayor explotación
y marginalidad, especialmente en el sector doméstico y de cuidados, dando
continuidad al papel histórico que ocuparon como esclavas en tiempos de la
Colonia (González, 2019; Furno, 2016).
Pensando en términos de los efectos de los cambios climáticos y la crisis
sanitaria, es importante considerar el concepto de racismo ambiental, que
re-conoce las desigualdades sociales, raciales y de género como
determinantes del grado de exposición de los grupos sociales a los riesgos
ambientales. De hecho, como destacan Olivera, Podcameni, Lustosa y
Graça (2021): «Las sociedades cuentan con mecanismos sociopolíticos que
determinan que la mayor parte del daño ambiental de las actividades
económicas recaiga sobre grupos de trabajadores, poblaciones de bajos
ingresos, segmentos raciales discriminados y grupos marginalizados» (p.
17, traducción propia).
LOS CUIDADOS SON COSA DE MUJER, ESPECIALMENTE SI
ESA MUJER
ES NEGRA
Como fue mencionado, las tareas domésticas y de cuidados son una
«cuestión»
femenina y esto se verifica, también, para las mujeres brasileñas. Para
estudiar la distribución por género de estas tareas, se utilizan los datos
registrados en la Encuesta Nacional de Hogares (Pesquisa Nacional por
Amostra de Domicílios Contínua [pnadc]) publicados anualmente en la
sección otras formas de trabajo ( outras formas de trabalho) por el Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística (ibge).2 Cuando hombres y mujeres
son consultados sobre la realización de tareas domésticas no remuneradas
en el propio domicilio, según los datos de 2019
(último dato disponible), se registraron respuestas positivas para 92% de las
mujeres y 78% de los hombres. Por otra parte, entre las respuestas sobre
tareas de cuidado —sección orientada especialmente al cuidado de las niñas
y los niños, aunque incluye una pregunta específica sobre cuidado de
ancianos—, se registró una tasa de realización de 36,8% para mujeres y de
25,9% para hombres, mostrando una clara disparidad en la organización
familiar del cuidado. Por otra parte, se verifican también fuertes
desigualdades de género en el tiempo de dedicación. Las mujeres destinan
21,4 h por semana para tareas domésticas y de cuidados en el propio hogar,
mientras que los hombres destinan en promedio 11 h. Esta diferencia se
mantiene inclusive para los desocupados —en el caso de las mujeres
desocupadas el promedio es de 24 h y para los hombres desocupados, 12,1
h— (ibge, 2020).
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Profundizando en el análisis de la distribución de las tareas domésticas por
género, al distinguir por tipo de tarea realizada, tres fenómenos muestran la
situación estructural de la mencionada inequidad de género.
En primer lugar, al considerar la tasa de realización de las diferentes tareas
domésticas para hombres y mujeres que viven solos, es posible observar
que las diferencias no son tan pronunciadas como cuando se considera la
distribución de tareas dentro de la familia nuclear. Las mujeres que tienen
cónyuge o compañero mantienen —o incluso aumentan— su dedicación a
tareas domésticas, mientras que los hombres que tienen cónyuge o
compañera reducen significativamente su participación en la preparación de
alimentos, lavado y limpieza de ropas y zapatos o limpieza del hogar. Como
se destaca en la figura 1, mientras que el 92,6% de los hombres que viven
solos se preparan su propia comida, solo el 59,3% de los hombres que
tienen cónyuge o compañera cocinan para la familia. Para las mujeres, estar
solas o conviviendo no modifica su relación con la cocina. Solo en el caso
de las pequeñas reparaciones domésticas, se alivia la carga de las mujeres
que viven con hombres, sin embargo, en solo 1,5 puntos porcentuales (ver
Figura 1). Así, es evidente cómo a partir de la conformación de la familia
nuclear, se potencian las desigualdades en la distribución de tareas,
reafirmando los roles sociales de género y creando una mayor carga para las
mujeres (Rich, 2010).
En segundo lugar, al considerar los diferentes tipos de tarea doméstica, es
posible observar que las mujeres están más involucradas en las tareas que
requie-ren de mayor esfuerzo físico, como cocinar, lavar y ordenar la ropa y
el calzado, asear el hogar y efectuar las compras, siendo que dividen las
obligaciones de tipo organizativo-financiero con sus compañeros. Por otro
lado, los hombres se destacan únicamente en la realización de pequeñas
reparaciones domésticas y comparten el cuidado de mascotas y la
organización financiera del hogar con sus compañeras. Esto evidencia la
enorme desigualdad, inclusive, en lo referente a la intensidad y esfuerzo
físico a partir de la distribución de trabajo doméstico en la dimensión de
género.
En tercer lugar, esta distinción sexual se replica también entre los integran-
tes más jóvenes las familias nucleares, evidenciando que los roles sociales
de género son introducidos desde temprana edad. Las hijas o hijastras
tienen una tasa de realización de las tareas domésticas de empeño físico
mucho mayor que sus hermanos o hermanastros (ver Figura 1).
Al incorporar una mirada interseccional, se observa que las mujeres negras
están aún más sobrecargadas. Más mujeres negras declaran dedicarse a
tareas domésticas y de cuidados y destinan más horas por semana a estas
ocupaciones.
La tasa de realización de las tareas domésticas por raza, representada en la
tabla 1, muestra que las diferencias entre géneros persisten, sin embargo,
una mayor proporción de mujeres negras (92,5%) declararon dedicarse a
tales tareas en comparación con las mujeres blancas (91,4%). También en el
caso de los cuidados, el porcentaje de mujeres negras que declaran cuidar
(sin contraprestación monetaria) a algún miembro de la familia, supera el
35,8%, mientras que en el caso de las mujeres blancas no llega al 30%. Esta
diferencia se verifica inclusive si se analiza separadamente cada tipo de
tarea doméstica y de cuidado. A su vez, las mujeres negras dedican
semanalmente un promedio de 1,3 horas más que las mujeres blancas y el
doble de tiempo que los hombres a la realización de estas tareas domésticas
y de cuidados (ver Tabla 1).
Esto tiene consecuencias importantes sobre la disponibilidad de tiempo de
las mujeres racializadas. De hecho, la mayor pobreza de tiempo es una
explica-ción plausible para entender por qué las mujeres negras trabajan
menos horas por semana en empleos remunerados. En promedio, las
mujeres negras trabajan REVISTA ECONOMÍA 73(118), noviembre 2021 |
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Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis from
the feminist economy Figura 1. Tasa de realización de tareas domésticas
según categoría, sexo y tipo de tarea (Brasil, 2019).
,4%97
97,5%
,1%
100%
92,6%
,7%
92,8%
94
,4%
,5%
88,8%
88
,1%
88
,4%
90%
86
,4%
84
82
80
80%
70%
,2%
61,2%
62,6%
,9%
59,3%
59
57
60%
,6%
,0%
,2%
50
53
51,2%
49
50%
45,9%
52,6%
48,4%
,4%
45,7%
,7%
,2%
39
40%
,7%
34
33
31
,9%
30%
25
20%
10%
0%
Cocinar
Limpiar ropas y zapatos
Realizar pequeñas
Realizar las compras
Cuidar de los animales
reparaciones domésticas
domésticos
Hombre viviendo solo
Mujer viviendo sola
Hombre em cohabitación
Mujer em cohabitación
Hijo o hijastro
(responsable o cónyuge)
(responsable o cónyuge)
Hija o hijastra
Fuente: a partir de ibge/pnadc anual para 2019, Brasil.
Tabla 1. Tasa de realización y horas de tareas domésticas y de cuidado,
por sexo y raza (Brasil, 2019) Personas según género y
% personas que realizan % personas que realizan Promedio de horas
raza declarados
tareas de cuidados
tareas domésticas
semanales
Hombres
24,1%
78,5%
11,0 h
Hombres blancos
23,1%
80,3%
10,9 h
Hombres negros
24,9%
77,2%
11,0 h
Mujeres
32,8%
92,0%
21,4 h
Mujeres blancas
29,1%
91,4%
20,7 h
Mujeres negras
35,8%
92,5%
22,0 h
Fuente: a partir de microdatos ibge/pnadc anual para 2019, Brasil.
34,3 h (recibiendo remuneración), mientras que las mujeres blancas tienen
una jornada laboral de 35,5 h y los hombres de 40 h. A su vez, las mujeres
negras en edad activa son el mayor contingente fuera de la fuerza de trabajo
(36,6%) (Olivera, Vieira y Baeta, 2021).
Estos mandatos sociales organizados a partir de género y raza, son
impuestos desde la niñez. En la figura 2 se muestra la tasa de realización de
tareas domésticas para niños y niñas con edades entre 5 y 13 años. A las
niñas negras se les exige más dedicación a las tareas domésticas y por un
mayor periodo de tiempo (el 42,5% de las niñas negras realiza tareas en el
hogar consumiendo en promedio 6,4 h por semana), lo que les resta tiempo
para el estudio y las actividades de esparcimiento, recreación y sociabilidad
(ver Figura 2).
A partir de los datos expuestos, es evidente que la distribución desigual en
las tareas domésticas no remuneradas sobrecarga a las mujeres física y
mentalmen-te, creando dobles y triples jornadas de trabajo. Esto genera una
mayor pobreza de tiempo para mujeres y niñas, especialmente racializadas,
lo que puede tener efectos importantes sobre las posibilidades de acceder a
empleos mejor remunerados o a tiempo completo, puede causar el
abandono de los estudios y reducir 44
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Figura 1. Tasa de realización de tareas domésticas según categoría, sexo
y tipo de tarea (Brasil, 2019).
6,4 hs
5,5 hs
45%
42,5%
40,7%
40%
4,5 hs
5,12 hs
35%
32,5%
32,7%
30%
25%
20%
15%
10%
5%
0%
Niños blancos
Niños negros
Niñas blancas
Niñas negras
Fuente: a partir de microdatos ibge/pnad canual para 2019, Brasil.
el tiempo disponible para realizar actividades sociales, políticas, culturales,
de esparcimiento o cuidado personal, entre otros.
Es importante remarcar que la desigualdad en la distribución de tareas de
cuidados y domésticas empeoró significativamente debido a la pandemia.3
La crisis sanitaria y económica asociada al covid-19 ha generado un
aumento significativo de la demanda de cuidados para enfermos y
población de riesgo. A su vez, el cierre de escuelas y espacios deportivos y
de recreación ha provocado un gran aumento en la demanda de tiempo de
cuidados de niñas y niños en edad escolar, que tienen que ser alimentados,
aseados, recreados y hasta acompañados en su educación a distancia. En el
caso de hogares con menores recursos y con pocas posibilidades de acceso
a tecnología digital e internet, esto se volvió un impedimento que aumen-
tará aún más las brechas de clase ya existentes. Por otro lado, la pandemia
intensifica y aumenta el tiempo dedicado a tareas en el hogar, dada la mayor
necesidad de limpieza y esterilización de alimentos, productos y personas.
Esto se potencia en situaciones de falta de agua de calidad y sistemas de
saneamiento adecuados, dado que, en estos casos, aumenta el tiempo
necesario para la provisión de agua potable que, en general, es una tarea
femenina, e intensifica la exposición a contagios, enfermedades y hasta
situaciones de violencia (Olivera et al., 2021). En Brasil son significativos
los problemas asociados a la falta de saneamiento en gran parte de los
hogares, especialmente los hogares más pobres y periféricos, donde se da
una mayor concentración de personas racializadas. A partir de un estudio
publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(cepal), oficina Brasil, se muestra que 1 de cada 7 brasileñas no tiene acceso
a agua potable y que solamente el 46,3% de los desechos cloacales
generados tuvieron tratamiento, lo que incentiva el uso de sumideros y
fosas, así como la descarga directa en ríos y arroyos, aumentando los
niveles de contaminación y exponiendo a la población a múltiples
enfermedades (Olivera et al., 2021).
El perfil de la exclusión en Brasil afecta claramente a las mujeres negras. El
61% de las madres solas en Brasil son negras y el 63% de los hogares que
tienen como principal fuente de ingresos a mujeres negras está por debajo
de la línea de pobreza (ibge, 2021).
Respecto a las situaciones de violencia vividas por las mujeres durante la
pandemia, según el informe realizado por el Fórum Brasileiro de Segurança
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Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis from
the feminist economy (2021), 1 de cada 4 mujeres mayores de 16 años
sufrió algún tipo de violencia en 2020
(17 millones de brasileñas). Entre las víctimas, 61,8% experimentó
reducción de los ingresos familiares, mientras que 46,7% perdió su empleo.
Las mujeres informaron niveles mayores de estrés en el hogar debido a la
pandemia (50,9% en comparación con el 37,2% de los hombres). La
residencia sigue siendo la zona de mayor riesgo para las mujeres. El 48,8%
de las víctimas informó que la violencia más grave vivida en el último año
ocurrió dentro del hogar, pero la mayoría no denuncio a su agresor.
Las mujeres jóvenes y las mujeres negras son más propensas a sufrir
violencia.
Consecuentemente, a partir de los efectos de la pandemia, tanto por el ais-
lamiento social como por el aumento de la intensidad de las tareas
realizadas dentro del hogar y la violencia sufrida, las mujeres,
especialmente las mujeres negras y de menores recursos, se han visto
profundamente afectadas.
MUJERES EN EL MERCADO DE TRABAJO
La crisis asociada al covid-19 también tuvo serios efectos sobre el mercado
de trabajo, afectando especialmente a las mujeres. Como se ha destacado, el
capitalismo patriarcal colonial se sustenta a partir de la reproducción de
jerarquías de género y raciales que funcionan como mecanismos de
adoctrinamiento y alienación. Los cuerpos feminizados son
responsabilizados por la reproducción de la fuerza de trabajo, inclusive
cuando esa reproducción es mercantilizada y tercerizada. Con la creación de
la economía de los cuidados, estas tareas históricamente invisibles se
mercantilizaron, pero esto no significó un gran cambio respecto a su
valoración social y económica. Cuando las mujeres ingresan en el mundo
laboral remunerado, lo hacen esencialmente en ocupaciones asociadas con
la reproducción de la vida, que generalmente evidencian peores condiciones
de contratación, con empleos no registrados e informales. Generalmente,
estos empleos de cuidados son cubiertos por mujeres negras, indígenas,
pobres, migrantes, periféricas y trans.
Las mujeres sufren varias segregaciones y discriminaciones en el mercado
de trabajo y Brasil no es ajeno a esta realidad. El mercado de trabajo
brasileño se caracteriza por la elevada feminización de los sectores de
servicios asociados a los cuidados, entre los cuales se destacan «educación,
salud y servicios sociales»
(con 75,5% de trabajadoras mujeres), «servicio doméstico» (siendo el sector
con mayor composición femenina, 92,2%) y «alimentación y comercio».
También en el caso de la industria, las mujeres se concentran en la
producción de vestimenta y calzado. En la mayoría de los casos, son los
sectores que registran mayor informalidad y salarios más bajos (Olivera,
Vieira y Baeta, 2021).
A su vez, las mujeres tienen mayor dificultad para conseguir empleo y de
calidad, sobre todo las mujeres negras que registran las mayores tasas de
desocupación de la economía (16,6%, mientras que el desempleo promedio
en 2019
era 11,9%), y la mayor proporción de empleos informales: 49,1% de las
mujeres negras ocupadas en 2019 no tenían una relación laboral formal
(«Carteira de Trabalho» y/o «Cadastro Nacional da Pessoa Jurídica», que
registra a los trabajadores formales y las empresas, respectivamente),
mientras que el promedio de los ocupados informales en la economía era
43,7% (ibge, 2020).
El tipo de inserción sectorial y las discriminaciones salariales —tanto por
re-cibir menores remuneraciones para iguales tareas, como por no lograr
escalar en la carrera debido a las obligaciones domésticas— resultan en una
amplia brecha salarial entre géneros. Esta diferencia se amplía cuando se
incorpora una lente interseccional. Mientras que las mujeres reciben, en
promedio, un ingreso que es 20,6% más bajo que el de los hombres, las
mujeres negras reciben un salario 46
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Margarita Olivera
que es 56% más bajo que el de los hombres blancos (Olivera, Vieira y
Baeta, 2021).
Esto es fruto de la interacción entre sexismo y racismo, que en el caso de
Brasil evidencia las continuidades de las relaciones coloniales hasta los días
actuales.
Las mujeres negras son alcanzadas por múltiples formas de opresión y
explotación que las coloca en la base de la pirámide de las desigualdades e
injusticias.
El caso más emblemático es, sin duda, el de las empleadas domésticas,
donde los resquicios de las relaciones esclavistas se hacen aún presentes. El
mito de la democracia racial (González, 2019) se diluye completamente en
este sector. Es el tercer sector de la ocupación femenina, en una sociedad en
la cual, si bien algunas pocas mujeres logran acceder a estructuras de poder
y cargos de toma de deci-siones rompiendo el «techo de cristal», la gran
mayoría solo consigue garantizar un ingreso trabajando como empleada
doméstica. Este sector está altamente pre-carizado y carece de movilidad
social, por lo cual las mujeres, especialmente las racializadas y pobres,
quedan atrapadas en ese «piso pegajoso» (Fernández, 2019).
En 2019, el sector empleó a 6,24 millones de trabajadores en Brasil, de
ellos 92,2% eran mujeres y 66% negras (ibge, 2020). Como se ha
mencionado, se trata de una de las principales fuentes de ocupación para
mujeres, pues emplea el 14,2% de las mujeres trabajadoras. Los
rendimientos promedio del sector son los más bajos de la economía. En
2019, el ingreso promedio era R$ 918 (mientras que el salario mínimo era
R$ 998) y en la peor situación se encontraban nuevamente las trabajadoras
domésticas negras, que tuvieron un ingreso promedio de R$ 851
(los trabajadores hombres recibieron R$ 1143 y las mujeres blancas R$ 998,
ibge, 2020). El sector también se caracteriza por el altísimo nivel de
informalidad, el 73% de las trabajadoras no tenían contrato laboral
permanente, y solo 39,8% rea-lizaba aportes a la seguridad social, con lo
cual, la gran mayoría no tiene garanti-zados sus derechos laborales básicos,
así como la continuidad del empleo y de sus ingresos. En el caso de las
trabajadoras que tienen contrataciones informales, los ingresos son aún más
bajos, en promedio R$ 733, mientras que en el caso de las trabajadoras
racializadas, que representan el 66,4% de las trabajadoras informales, el
rendimiento fue de R$ 686 en 2019 (ibge, 2020). Así, las mujeres en Brasil,
especialmente las mujeres negras y pobres, están más desempleadas, y
cuando consiguen un empleo, en general, es con salarios menores, peores
condiciones de contratación, escasa seguridad laboral y poca continuidad y
permanencia.
Todas las variables presentadas muestran la difícil situación que atravie-san
los cuerpos feminizados y racializados, la cual se ha agudizado durante la
pandemia, dado que están ocupados en los trabajos denominados
«esenciales»
y en la línea de frente de combate al covid-19. Así, cada día estas mujeres
deben resolver la ecuación entre exponerse a contagios por el virus y a la
sobrecarga de trabajo o a no poder garantizar la subsistencia propia y del
núcleo familiar (sobre todo si se considera que el 48% de los hogares
brasileños tenían jefas mujeres en 2019). Dentro de la categoría
profesionales de la salud (no médicos), 82,7% eran mujeres; en alojamiento
y alimentación, 55,8%; en educación, especialmente jardín maternal y
niveles preescolar y primario, 95,2% y 85,6%, respectivamente; además del
92,2% de trabajadoras domésticas (ibge, 2020).
A su vez, en contextos de crisis, las mujeres son las primeras que pierden
sus fuentes de empleo e ingresos, debido a las peores condiciones de trabajo
y a que deben responsabilizarse por el aumento de la carga de trabajo
doméstico no remunerado. Según los datos de la pnadc, en 2020, las
mujeres perdieron 3,6 millones de ocupaciones, y la tasa de desempleo
llegó a 15,7%, sin embargo, el dato más significativo es que 3,3 millones de
mujeres salieron de la fuerza de trabajo, llevando la tasa de participación
femenina a 48% (en 2019 había sido 53,2%), lo que dejó más mujeres fuera
de la fuerza de trabajo que dentro de la misma. A REVISTA ECONOMÍA
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Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis from
the feminist economy su vez, las trabajadoras que trabajan en condiciones
de informalidad, como las empleadas domésticas, sufrieron profundamente
por causa de la crisis. Durante 2020, se produjo una caída significativa en el
empleo doméstico (ibge, 2021): se perdieron 1,18 millones de puestos de
trabajo, lo que equivale a una contracción de 19% en comparación con
2019. La mayor reducción se produjo en el trabajo doméstico sin contrato
laboral formal —para las ocupaciones de las llamadas
«diaristas» se perdieron 836 mil puestos de trabajo—. Las mujeres negras
fueron las que sufrieron la mayor contracción. De las ocupaciones perdidas,
65% co-rrespondía a trabajadoras negras y sus ingresos cayeron en términos
nominales.
Por fin, la posibilidad de aislarse y trabajar remotamente no es igual para
todas y todos, como tampoco lo es el acceso al sistema de salud. Una vez
más, los marcadores de género, raza y clase son determinantes. Según los
datos del ibge de 2019, solo el 28,5% de la población contaba con un plan
médico o dental privado, mientras que el 71,5% debía acudir al Sistema
Único de Salud (sus) para cualquier consulta, cura o internación. El sistema
de salud brasileño es un sistema mixto, donde la salud universal debería
estar garantizada por el sistema público, sin embargo, luego de varios años
de desfinanciamiento y políticas de ajuste estructural del sector público,
especialmente en las grandes ciudades, el sistema se encuentra colapsado y
sin recursos, por lo cual, la población con mejores niveles de ingreso utiliza
el sistema privado. Al distinguir por raza, 21% de las personas no blancas
acceden al sistema privado, mientras que 38% de personas blancas lo hacen.
Si se analiza la población por sus ingresos, 2,2% de quienes reciben hasta
1/4 de salario mínimo (sm) accedían a un plan médico de salud, mientras
que 86,8% de quienes reciben más de 5 sm tenía plan. Las mujeres em-
barazadas y puerperas fueron especialmente afectadas, dado que registraron
los mayores niveles mundiales de mortalidad durante la crisis: una de cada
cuatro muertes registradas en el mundo en 2020, ocurrió en Brasil (Olivera
et al., 2021).
La democratización del acceso a la salud continúa siendo un tema
pendiente.
De esta forma, las condiciones de precariedad y exclusión se suman a
situaciones de segregación y exposición, dejando a las mujeres en situación
de profunda vulnerabilidad, aisladas de sus redes de apoyo, perdiendo
ingresos y obligadas a continuar con su trabajo diario presencial en un
contexto en el que no tienen ni siquiera asegurada la posibilidad de acceder
a un sistema sanitario decente en caso de enfermarse.
REFLEXIONES FINALES
A lo largo de este trabajo se han presentado evidencias empíricas sobre la
situación que viven las mujeres en Brasil, particularmente las mujeres
racializadas, mostrando las fuertes desigualdades de género y raza que se
reproducen en todas las formas de trabajo, sea o no remunerado. A partir de
la utilización de la lente de análisis de los feminismos subalternos, se
considera que la globalización y la nueva división internacional del trabajo
a partir de la cual se expandió el capitalismo patriarcal neoliberal,
profundizó aún más las formas de explotación y opresión en los cuerpos
feminizados y racializados. El capitalismo neoliberal extractivista es un
sistema de producción y consumo predatorio, en el que se ex-plotan
trabajadoras y trabajadores, cuerpos, territorios, naturaleza y animales,
llegando a niveles de producción y consumo que son insustentables.
Por otra parte, como señala la economía feminista, es necesario analizar la
situación de las mujeres a partir del estudio de las brechas de género, raza y
clase, que son multifacéticas, dado que afectan la distribución de las tareas
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Margarita Olivera
mésticas y de cuidado no remuneradas, las condiciones del mercado de
trabajo, la desocupación, las brechas de ingreso, el acceso a bienes y
servicios públicos, las seguridad y exposición a la violencia, entre otros.
A partir de lo estudiado, es posible entender que los eventos extremos,
como la pandemia, amplían las brechas de tiempo, salariales y de empleo
entre hombres y mujeres. A su vez, debido a la feminización de los sectores
económicos asociados con los cuidados, las mujeres se encuentran más
expuestas y en condiciones más precarias, tanto por los potenciales
contagios como por los aumentos en la intensidad del trabajo realizado y
hasta por la pérdida de ocupaciones e ingresos, generando en muchos casos
situaciones de agotamiento físico, mental e incluso enfermedades. En este
sentido, no es posible afirmar que todas y todos somos igualmente
afectados por la crisis (sanitaria y económica), dado que parti-mos de
vivencias de opresión, exposición y privilegio diferentes como resultado de
las desigualdades históricas asociadas al capitalismo patriarcal y marcadas
por el racismo estructural, en el cual los cuerpos feminizados y racializados
viven situaciones cotidianas de opresión, explotación y subalternidad.
Por fin, para reducir dichas desigualdades es importante entender que las
políticas públicas no son neutrales y, sobre todo en sociedades desiguales,
tienen efectos diferenciales sobre los distintos grupos. Por lo tanto, las
políticas, tanto de recuperación económica como de transición sustentable,
deben tener una mirada interseccional, de género, raza y clase, incluyendo
todas las dimensiones, tanto laborales y de formación como de organización
social del cuidado. En este sentido, se tornan incompatibles con estrategias
de ajuste estructural y reestructuración del Estado, dado que atacan
específicamente a la provisión de bienes y servicios públicos, como
educación, salud y cuidados y perjudican enormemente a las mujeres.
NOTAS
1 La expresión cuerpos feminizados se utiliza para evidenciar que la
construcción social del género es más amplia que la definición biológica
binaria que identifica hombres y mujeres. Sin embargo, las informaciones
disponibles a partir de las estadísticas públicas oficiales en Brasil solo
permiten un análisis basado en el sexo binario.
2 Cabe destacar que Brasil no cuenta con una encuesta de uso del tiempo.
Los proyectos para realizar tal encuesta fueron abandonados, como la
«Pesquisa Piloto 2009/2010», sin embargo, la pnadc incorpora el
cuestionario ‘Outras formas de Trabalho’, que incluye: 1) producción para
autoconsumo, 2) trabajo voluntario, 3) cuidado de personas, y 4) tareas
domésticas (en el propio hogar o en el hogar de un pariente), cuyos datos
son publicados anualmente.
3 Lamentablemente no existen datos oficiales que permitan estudiar los
efectos de la pandemia sobre los cuidados, dado que no han sido publicados
los resultados de la encuesta nacional de hogares pnadc 2020 para otras
formas de trabajo, que registra las preguntas asociadas a tareas domésticas y
de cuidados.
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