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Revista Jurídica Crítica y Derecho
1(1), pp. 13-23
realidad en función de una concientización y construcción de un pensamiento
inclusivo, horizontal entre hombres y mujeres, que conlleve a un trato igualitario que
potencie el desarrollo social justo y equitativo.
Es de conocimiento histórico la discriminación que ha sufrido la mujer, en los
campos de desarrollos social, su reivindicación ha sido una lucha incansable en torno
a la conquista de derechos en los ámbitos laborales, sociales y políticos. Como se
viene diciendo, actualmente las brechas de discriminación en contra de la mujer aún
se mantienen y se expresan en los espacios laborales en términos generales y
particularmente en los académicos, donde pese a la existencia de normativa legal y
a la formación constante, ciertas prácticas de abuso de poder se mantienen, tornando
el espacio laboral en un entorno poco saludable para el desarrollo integral de la mujer.
Es notorio, su desgaste físico, emocional y laboral.
La Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra
las Mujeres, CEDAW (1979) y, más reciente, la Plataforma de Acción de Beijing
(1995) y los Objetivos de Desarrollo del Milenio contenidos en la Declaración del
Milenio (ODM) (Superior, 2015), insisten en la necesidad de eliminar toda forma de
discriminación en contra de la mujer, así como, la posibilidad de trabajar en la
implementación de políticas y prácticas inclusivas en materia de género.
De lo expuesto, se insiste en la reflexión y el debate en torno a la igualdad de
género, la comunidad y la sociedad en su conjunto, deben ser partícipes del cambio,
si bien no se trata de presentar a la mujer como una víctima, no es menos cierto que
la discriminación en contra de ella ha sido arrolladora históricamente. Por tanto, se
requiere establecer una conciencia de responsabilidad colectiva desde el ámbito
educativo y social en su más amplia significación y sentido.
Téngase en cuenta que, una de las principales maneras de internalizar en el
pensamiento de quienes son parte activa de las comunidades educativas, es decir,
de autoridades, docentes, estudiantes, trabajadores y otros participantes es el rescate
de valores, a partir de una educación holística, con enfoque de derechos humanos.
Por tanto, impulsar los procesos de integración en el ámbito educativo requiere
que la institución mejore constantemente de capacitación docente, en función de un
fortalecimiento profesional e investigativo que incluya incentivos, reconocimientos y
becas, que entre otros aspectos, potencie el pensamiento y desde ahí, trascienda a
procesos educativos de calidad, para garantizar una formación profesional y humana
de calidad, garantista de los derechos, de entre los cuales, la equidad de género es
fundamental. Nótese que “la empatía intelectual, conecta al docente con los
estudiantes, y a estos con los demás participantes del contexto escolar, permite el
intercambio de conocimientos y experiencias, con libertad, confianza, respeto y
valoración” (Castillo, 2013, p. 113)
El rol del docente en la educación superior requiere no solo formación profesional,
académica, especializaciones, maestrías, pedagogía, didáctica, educación,
investigación, sino también una cultura de valores éticos, esenciales de la condición
humana, cuya principal tarea es Educar más allá de instruir. Se trata de viabilizar el
cambio que la sociedad requiere en torno a los problemas sociales, para responder
al interés y al bienestar de la humanidad en su conjunto sin descuidar el respeto y
valoración al entorno natural. “el proceso de enseñanza aprendizaje tendrá una carga
de amor, sentimiento superior expresado en la confianza, pasión, generosidad,