Dossier: Maíces nativos en Latinoamérica: legado biocultural entre agronomía, economía y política
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Resumen
Mesoamérica es considerada como el centro de origen y domesticación del maíz (Zea mays). Esta región sociocultural propuesta por Kirchhoff (2019) abarca áreas del occidente, centro y sur de México, e incluye distintos países de Centroamérica, entre ellos: Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. En esta área florecieron distintas civilizaciones indígenas durante la época prehispánica —Olmecas, Mayas, Zapotecas, Mixtecas, Toltecas, Mexicas, Teotihuacanos y Purépecha— que tenían un elemento en común: el maíz, como parte fundamental de sus dietas y cosmogonías.
Pero, ¿cuál es el origen del maíz? Esta interrogante ha dado lugar a múltiples teorías. Actualmente, se acepta que el teocintle anual de la Cuenca del Balsas (Zea mays ssp. Parviglumis) es el ancestro directo del maíz domesticado (Bonavia, 2013). Tanto evidencias arqueológicas como genéticas sugieren que el maíz fue domesticado hace 9,000 años en la región del río Balsas, al sur de México. La domesticación del maíz constituyó un proceso biológico guiado por la selección artificial, donde los agricultores primitivos desempeñaron un papel clave. Estos primeros agricultores se convirtieron en agentes activos de un proceso de selección que favoreció el desarrollo de plantas de teocintle con características que, eventualmente, derivaron en el maíz (Zea mays) que conocemos en la actualidad.
Una vez que se consolidó el proceso biológico y cultural del maíz en la Cuenca de Balsas, su dispersión hacia otras latitudes del mundo se llevó a cabo mediante diversas rutas terrestres y marítimas (Bedoya et al., 2017), conforme los grupos humanos se establecieron en distintos territorios. Por vía terrestre, se desplazó desde el sur de México hacia Centroamérica, atravesando el Istmo de Panamá hasta la costa norte de Sudamérica. Estas fueron las principales rutas que conectaron a Mesoamérica con las regiones andinas y caribeñas. La ruta marítima facilitó la difusión del maíz a través de las islas del Caribe, permitió su posible llegada a las costas de Venezuela y el noreste de Sudamérica. Esta pudo haber sido una vía secundaria, de propagación a las zonas costeras y al interior de la selva amazónica.
La dispersión geográfica del maíz y su notable capacidad de adaptación a distintas condiciones agroecológicas, propiciaron una gran diversidad genética. Es así como en América Latina se han registrado entre 220 y 300 razas de maíz, distribuidas principalmente en Bolivia (77), Perú (66), México (59), Argentina (47), Brasil (44), Guatemala (33) y Ecuador (31) (Serratos Hernández, 2009). Posteriormente, desde el continente Latinoamericano el maíz se propagó a través de los intercambios colombinos a Europa y, desde allí, a otros continentes como África y Asia (Vargas Guadarrama, 2014).
Actualmente, el maíz es uno de los granos que más se cultiva a nivel mundial. Dentro del sistema agroalimentario global se ubica en dos esferas contrapuestas. Por un lado, representa un pilar biocultural, dietético y espiritual para las comunidades campesinas. Por otra parte, funciona como un commodity orientado a los rendimientos y los usos industriales.
Nos detengamos por un momento en el contexto industrial. Bajo la lógica del gran capital, el control de la siembra de maíz otorga poder político y económico. No es casualidad que Estados Unidos y China concentren más del 50% de la producción mundial; su maíz sostiene a toda la industria global de alimentos ultraprocesados, incluidas las granjas bovinas, porcícolas y avícolas que producen masivamente carnes. El maíz que alimenta a esta industria está compuesto por variedades híbridas y transgénicas. A su vez, estas variedades derivaron de razas nativas que fueron sometidas a mejoramientos agronómicos para elevar los rendimientos.
En contraste con esta visión industrial, el maíz nativo sigue siendo un elemento que define la identidad, la agricultura y la dieta de millones de familias campesinas en América Latina. Su valor biocultural trasciende la simple valoración económica que reproduce la lógica del capital. Es, de este modo, el sostén alimentario de las comunidades campesinas; se come en forma de humitas (o tamales), chulpi, arepas, sanku, pupusas, chicha, pozol, tortillas y un sin número de platillos. Tan solo en México se han identificado al menos 600 formas diferentes de preparar el maíz. Así pues, la conservación de la gran diversidad de maíces en América Latina es clave para la seguridad alimentaria de las comunidades rurales. Esta tarea es llevada a cabo por las estrategias locales del saber y hacer de los campesinos, que mantienen la diversidad in situ en cada ciclo agrícola.
El maíz es también un recurso que define la cosmogonía de los pueblos latinoamericanos. Estos pueblos han otorgado al maíz un carácter sagrado. En la cultura inca el maíz cumplía un componente ideológico y religioso. Mama Sara o Sara Mama (Madre del Maíz) era el wak’a del maíz, es decir, la deidad o manifestación sagrada asociada con la cosecha de maíz, responsable del crecimiento, fertilidad y abundancia de los maizales (Ortiz Luna, 2022). En la cultura maya existe la creencia de que la humanidad es producto del maíz: “el maíz es la carne y la vida de los seres humanos”. El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas quiché, es la fuente principal de esta creencia.
Pese a los avances de la modernización de la agricultura, el maíz nativo sigue siendo un símbolo de identidad cultural que se transmite de generación en generación, y la defensa de sus razas es una manifestación de resistencia, persistencia y lucha campesina. Esta lucha busca restituir el equilibrio del hombre con la naturaleza y desafía la homogeneización global.
En este dossier reúnen artículos que evidencian la persistencia del cultivo de maíces nativos en distintos sistemas agrícolas (por ejemplo, el tornamil) y la milpa mesoamericana bajo el sistema de roza-tumba-quema. Además, se documentan diversas prácticas tradicionales fundamentadas en conocimientos ancestrales, las cuales favorecen el manejo agroecológico y el intercambio de semillas nativas. Asimismo, se destaca que el maíz nativo no solo cuenta con atributos agronómicos -resistencia a sequía y plagas-, sino que también posee relevancia cultural y culinaria.
Juan Carlos Caballero Salinas, Hugo Adrián Pizaña Vidal, Alma Amalia González Cabañas, Francisco Guevara Hernández
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Citas
Bedoya, C. A., Dreisigacker, S., Hearne, S., Franco, J., Mir, C., Prasanna, B. M., Taba, S., Charcosset, A., y Warburton, M. L. (2017). Genetic diversity and population structure of native maize populations in Latin America and the Caribbean. PLOS ONE, 12(4), e0173488. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0173488 DOI: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0173488
Bonavia, D. (2013). Maize: Origin, Domestication and its role in the development of culture. Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9781139149433 DOI: https://doi.org/10.1017/CBO9781139149433
Kirchhoff, P. (2019). Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales. Instituto Nacional de Antropología e Historia. http://bdjc.iia.unam.mx/items/show/772
Ortiz Luna, A. J. (2022). Mamasara o saramama, la madre del maíz: Reflexiones sobre agencia de objetos agrícolas mágico-religiosos en el antiguo Perú. ISHRA, Revista Del Instituto Seminario de Historia Rural Andina, 9, 101–124. https://doi.org/10.15381/ishra.n9.22861 DOI: https://doi.org/10.15381/ishra.n9.22861
Serratos Hernández, J. A. (2009). El origen y la diversidad del maíz en el continente americano. Greenpeace. https://esant.mx/bach/perfil/hm/docs/hm-en1.8.pdf
Vargas Guadarrama, L. A. (2014). El maíz, viajero sin equipaje. Anales de Antropología, 48(1), 123–137. https://doi.org/10.1016/S0185-1225(14)70492-8 DOI: https://doi.org/10.1016/S0185-1225(14)70492-8